viernes, 23 de noviembre de 2012

Philtrum



Sos biodegradable, cada tibio pedazo de tu carne se expone a la putrefacción. Y en tu carne me quedo:

Observo tu pelo con dos dedos, ese arbusto cobrizo que interfiere entre mi cara y la tuya; acaricio ese pelo y lo arrastro detrás de tu oreja para que mi índice se tope con tu cráneo. Pero ese rincón de tu cráneo, que justo allí se deja cubrir por una piel de papel manteca, es solemne, como el rincón de ningún otro cráneo.

Después de abrirme camino entre tu rostro me poso en tus lagrimales, que huelen a suero fisiológico, como pequeñas rosas mutantes. Entorno mis ojos y las pupilas que acompañan a esos lagrimales, babosas por los nervios, me hablan de un recuerdo poco grato.

Detecto el vello que te adorna ahí donde terminan tus sienes, es casi inocente su transparencia; debajo yacen tus cejas, las cuales se fruncen para proteger su territorio, cejas que tu corrompes con alicates y con pinzas.

Soplo para que cierres las pestañas (que tus ojos no lo hagan nunca), para que todo tu esqueleto sea una orquesta; y casi oigo el grito de tus clavículas desnudas, quienes pretenden mantener el equilibrio bajo el mando de tu tráquea, inevitable túnel por donde te quejas.

Llego entonces a tu cuello, largo y fibroso, ajeno al resto del cuerpo. Independiente cuello infinito.

Quizás no entiendas por qué te observo como un caníbal aunque te comportes como una presa. Tampoco objetas cuando hago cuentas sobre tu barbilla: Ciento cuatro mil doscientos millones de poros. Poros más, poros menos.

De repente tu timidez se transmite en un movimiento: Bajas levemente aquel cráneo y me dejas ver tu oreja, laberinto de insinuaciones tiernas. Quedo abismado en cada curva cartilaginosa que lleva a tu cerebro. Quiero adentrarme pero en el camino hacia allí queda mi mente envuelta en una maraña de nervios y venitas; extraviada, ansiando volver a ese mundo del que eres dueña.

Respiras cortito, qué poco se abren tus fosas nasales cuando inhalas el aire que te aleja; las paredes de tu nariz metrosexual se endurecen en el mecanismo y yo me hago cargo: Levanto tu mentón y con ello todo se eleva, encallo en la división limítrofe de tu expresión, en ese precioso canal que hay encima de tu labio, despacio mi dedo lo atraviesa de arriba hacia abajo.

“Philtrum” contestas cuando pregunto cómo se llama, enlazando mi mano como una niña que de a poco pierde el miedo.

“Philtrum”, hago eco antes de besarte; “philtrum”, repites despacio antes de besarme, todavía más cerca.


2 comentarios: