viernes, 23 de noviembre de 2012

A la vuelta


Que aparezcas detrás de una familia que se camufla bajo una discusión que incluye horarios y posibles lugares para la cena, primero la cúspide de tu cabeza que asoma oblicuamente desde la espalda del primogénito, luego tus comisuras que avecinan la sonrisa. Finalmente la explosión de tu cara entera, para plastificar a la familia en tonos grises mientras desenredo el milagro de la escena.

Camino ahora en una calle por demás estrecha e imagino un abrazo traidor que casi quiebra mi torso, esa cavilación me orquesta como a una marioneta mañosa y mis ojos cerrados se deleitan en una pintura de seda: La fuerza que aprieta es la tuya, encorvado me alegro por saberlo y quiero reír, aunque por la asfixia mi risa suena como una explosión de vapor que mezcla damasco y canela. Dejo caer mi cabeza obsoleta sobre tu frente, palpo la manera en que me abrazas desenmascarando esa piel que parece nueva. Pero a segundos de darme vuelta, ahí cuando mi nariz se deslizara por tu mejilla en la antesala de respirar lo que desechas, tropiezo con una señora tan enojada como real y una disculpa me obliga, seguido doy una ojeada a la esquina de donde deberías haber llegado inobjetable y certera.

Que te regeneres entre el sudor que brota de mi vaso, que de esas gotas emerja una caricia y me seque esta cara plagada de noches negras.

Quiero preguntar por vos y que me digan que me has estado buscando en lo que bien podría ser “el lugar de siempre”, “el lugar de antes” o tal vez un nuevo rincón de piedra, al cual el sol sabe vestir de amarillo casi a las dos de la tarde. Vos a su vez ya lo considerarías una reliquia incluso sin que yo llegase, toda inquieta por una sonrisa y por contármelo cuanto antes. Me sentí encandilado por ese espacio y todo el cielo crispado que lo rodea, por ello no había podido encontrarte, aunque previo a un reclamo me cuentas que ése será nuestro “nuevo lugar de siempre”. Así, no me acuerdo quién me dijo que estarías acá ni cuánto tiempo me puedes haber esperado.

Que bajes desde el techo serpenteando por la pared que vigila mis piernas, abriéndote camino entre las sábanas, como nadando en cámara lenta. Una idea me sugiere: “Despeinada”, la acepto y así entras para corroborar uno de los tantos desvelos laberínticos que me apresan. Al fin despego las muelas para agarrar tus manos, casi tan frías como antes. Me las quedo, tal vez por la mañana te las devuelva.

No me importa el misterio que sobrevuele tu voz diciendo aquellas palabras, ésas que con el paso del tiempo se estropearon y se volvieron siniestras.

Que te hagas cargo de mis sueños en blanco sin perdones ni promesas, y que en ese espacio relativo puedas dejar una estela para que me acompañe durante el desayuno, donde yo estaré dando vueltas al café como rebobinando la cinta de haberte sentido cerca.


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