domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Y la prosa Don Julio?


Mire a la hora que pretendo escribirle Don Julio... Ya me he desacostumbrado a pernoctar, no sé bien si por la razón o por el tiempo. O quizás porque entre tantas cosas que nos imponemos para poder vivir un poco más (y quien le dice también mejor) yo incluyo procurar dormirme temprano.

Hoy pensaba en las veces que miento cuando escribo, y no me refiero a la ficción sino a la poesía. Epa, ¿no?, ya se ve venir un texto autocompasivo de nuevo. Sí y no. O sí. Sí y sí.

Pero es que mi soledad ha soñado siempre con utopías, no le voy a mentir (esta no es la primer mentira, no hay sarcasmo). Musas viscerales que aparecen y desaparecen entre los milagros cotidianos, búsquedas implacables en terrenos desconocidos (no sé qué he querido decir con “implacables”, creo que se me escapó un lugar común y para no borrarlo con una simple tecla, hago de cuenta que esta carta se escribe con tinta). Bueno, haga ahora usted de cuenta que el paréntesis sigue porque no puedo dejar pasar ese adjetivo mal vestido, tal vez porque combina un poco con el relato. Me explico: Primero que nada reemplazo el “implacables” por “inservibles”, luego retomo el facilismo de solventar con una tecla un error olvidable, porque aunque no he parado de mentir en esas poesías amorosas desangradas, al menos eran mentiras que podía llegar a creerme. Ahora ya no Don Julio, me siento de juguete, envuelto en papel film (un rollo de plástico adherente de 70 metros para guardar los alimentos en un plato sin necesidad de taparlo. Descartable. Y sí, contamina un huevo.). En resumen, no me creo mis mentiras.

Nunca me llevé a pecho mis amores, un porcentaje elevado no existió ni siquiera para mí, a pesar del engaño adolescente o ya un tanto crecidito. Y el otro porcentaje se me cayó bajando por algunas escaleras, se me perdió o lo pisé. No sé. Pero me fui alimentando de fantasías, más lindas todas... No me importa que cara a cara esas cosas no existan, o no me importaba. Pero ahora cambió todo, ¿me entiende?, hay tanta información para tapar la tristeza o la alegría, para hacer metamorfosis y hacerla momento fugaz que ¿a quién le importa? ¿y por cuánto tiempo?. Todos registrados, resueltos a encontrarnos sin mucho esfuerzo abriendo una pestaña del Mozilla o regateando un Me Gusta (redes sociales Don Julio, le juro que podría explicárselo sin inconvenientes, pero me da vergüenza sólo plantearlo en mi cerebro. De hecho no encuentro literaria ni una de las palabras actuales. Ni una. Lea nomás ese “Me Gusta”. Y es tremendo porque hay cosas que contar con nuestro nuevo lenguaje, pero claro, yo paso. Como en tantas cosas yo paso).

Ya me está jodiendo el hecho de que se me haga tarde, ¿desde cuándo escribo con esas preocupaciones? ¿Serán los 40? ¿Le estarán saliendo los dientes de leche?

A ver si puedo ordenar esta carta un poco. Me trajo de las orejas saber que si me quedo solo vaya y pase (si pasa esta vez traiga la mano abierta para darme una bofetada). La verdad que no me imagino siendo parte de una pareja (ni siquiera una de esas que he recreado a duras penas en esas prosas de las que le hablo), no creo en la monogamia, no creo en la fidelidad (en el matrimonio sí, casi tanto como en el sarcasmo). Creo que he dejado de soñar en ese amor para empezar a creer en otros que creo profesar con cierto éxito, pero lo que más bronca me da es que a pesar de no creer en ello me gusta la idea de reflexionar sin esperanzas, y casi que voy, corrijo y cambio Gusta por Gustaba. Pero ya ve que no lo hice.

Todo va rapídisimo ahora, no se da una idea. Nuestra capacidad de concentración está en jaque, nos queda un peón daltónico frente a dos alfiles y la reina (no sé jugar al ajedrez, espero que la metáfora sea válida), quizás soy un narcisista y las cosas no están tan mal a fin de cuentas, pero siento que todo está repleto de fragmentos o secciones, todas para ser vistas, leídas o interpretadas lo más rápido posible y sin necesidad de análisis. Y también los sueños, y las musas y los miedos.

Quiero escribir una prosa poética hace meses, esa es la cuestión. Quiero creerme mi historia mientras la escribo, quiero distancia y anhelo, personajes ataviados en viajes silenciosos, que no están por buscarse Don Julio. Que están por encontrarse. Pero no puedo o no pude, y le dejo una carta más para hacerle cosquillas, un saludito, un Parisien o un tubito de mostaza alemana.




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