domingo, 17 de noviembre de 2019

Ese abrazo


Era inevitable el final del abrazo, de esas manos apretándose contra nuestras espaldas, de aquella simbiosis que comenzó de manera repentina ante un bello pero todavía indeseado recuerdo. ¿Cuánto habrá durado? Podría decir que entre cinco y diez segundos, y uso el condicional porque acabo de contar como los niños que aprenden a esconderse para estipularlo. Y acá sentado, diciendo en mi mente un “4”, un “5”... entendí que ayer ese abrazo nada tuvo que ver con el tiempo, o que el tiempo se entorpece al manifestarse ante una reacción tan espontánea e inesperada. Entonces te hablo. No sé bien qué habrás visto, con los ojos o atrás de ellos, no sé si un olor te habrá pinchado otro globo de pena, si otro murmullo silencioso te llegó desde el pasado, pero de parecer extraviado en un bosque de soledad, quieto y con la mirada deshecha, pareciste sorprendido por una granada que te encontró desde muy adentro para estallar en tu garganta. Y ahí estaba yo, haciendo nada a dos pasos, a uno y medio. No sé si a propósito o sin querer, pero pasó algo parecido a un segundo hasta que te di vuelta de los hombros para intentar, sabiendo que no tendría éxito, que me pases algo de eso por lo que no podías parar de temblar.

Tu voz caliente a la derecha de mi pecho rogaba un “lo siento” incoherente, como quien se disculpa por haber recibido un pisotón. Un “lo siento” que insinuaba que yo no debía ver tu dolor repentino. Hasta ayer no te había visto llorar, ni siquiera lagrimear, acanalar; y de repente ese alarido que te juro nunca olvidaré y tus manos a la cara, ese primer “lo siento” para vos, para tu miedo que no sabe cuántos globos quedan pero que sospecha decenas o centenas. Y así traerme ese “lo siento” hasta mi pecho para llorar por vos que estás acá, para pedirte por favor que “lo sientas” cualquier cosa menos ese primer llanto enfrente mío. Mientras tanto yo pensaba cuánto habrá para “sentir” y por cuánto tiempo, cuántas veces vas a tropezar solo y sin abrazo con esa oscuridad triste, cuántos “lo siento” reversibles vas a seguir escuchando, vos, que pedís disculpas por tu dolor. Entonces temblamos los dos, haciendo cada vez más fuerza con los brazos, usando la presión de las yemas como la voz de la presencia.

Al separarnos percibí como iba subiendo la humedad del dolor, así mientras el frío llegaba hasta mí hacías un esfuerzo tan noble, tan torpe. Todo debía volver a parecer una escena de cocina, un anochecer que se sorprende porque al parecer la cena quiere tomar desprevenida a la luna, todo debe ser diez minutos antes y veinte o veinte mil años después, porque la torpeza saca de la nevera un cúmulo de incongruencias que pretendo cuestionar bajo el disfraz de la practicidad. Bajo así a comprar comida empaquetada, parecías desesperado porque la alimentación no fuese un inconveniente. Al menos ayer. Quizás por eso mi idea te alivió hasta la carne, como si al mencionártelo te hubieses puesto blando. Nuestra salvación fue preparada por un chico que parecía ser de un país más frío que éste, me sorprendió bastante su calma, como si no tuviese treinta órdenes de Fish & Chips antes que la mía. Intentaba pensar esa y otras tonteras apoyado en el marco de la puerta, con gente que me pedía permiso para sentarse a comer, para marcharse a hacer el amor o para frustrarse por no poder hacerlo. O simplemente para quedarse dormida en un sofá.

La comida demoraría una eternidad parecida a ese abrazo. Dos abstractas eternidades, cada cual por sus motivos. Esperaría como espero ahora y como seguiré esperando en esta vida tantas cosas, y como ayer ahora pienso en ese dolor tan tuyo, sin nadie que pueda agarrarlo antes de que caiga al piso. Porque faltaban dos o tres órdenes antes de la mía y tal vez otro globo que explotaba ahí arriba en tu cocina o en tu baño, entonces mi estómago se puso boca arriba mientras mis lágrimas cobraban velocidad entre mi cara, tal vez por el esfuerzo de mis músculos en mantener el rictus. Pensaba en la cantidad de abrazos de entre cinco y diez segundos que me perdería porque tu soledad se encapricha, así mientras una muchacha sonriente me entregaba el pedido me lo planteé seriamente, le agradecí por la comida e implícitamente por la sonrisa junto a la solución a esa noche tan difícil. En las escaleras de tu apartamento lo decidí, quizás para respirar entre algodones de mentira y de negación. Ya casi, suspiraba al borde de las llaves de tu puerta. Al menos podría intentarlo, entrar con la cena y abrazarte para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario