Era inevitable el final
del abrazo, de esas manos apretándose contra nuestras espaldas, de
aquella simbiosis que comenzó de manera repentina ante un bello pero
todavía indeseado recuerdo. ¿Cuánto habrá durado? Podría decir
que entre cinco y diez segundos, y uso el condicional porque acabo de
contar como los niños que aprenden a esconderse para estipularlo. Y
acá sentado, diciendo en mi mente un “4”, un “5”... entendí
que ayer ese abrazo nada tuvo que ver con el tiempo, o que el tiempo
se entorpece al manifestarse ante una reacción tan espontánea e
inesperada. Entonces te hablo. No sé bien qué habrás visto, con
los ojos o atrás de ellos, no sé si un olor te habrá pinchado otro
globo de pena, si otro murmullo silencioso te llegó desde el pasado,
pero de parecer extraviado en un bosque de soledad, quieto y con la
mirada deshecha, pareciste sorprendido por una granada que te
encontró desde muy adentro para estallar en tu garganta. Y ahí
estaba yo, haciendo nada a dos pasos, a uno y medio. No sé si a
propósito o sin querer, pero pasó algo parecido a un segundo hasta
que te di vuelta de los hombros para intentar, sabiendo que no
tendría éxito, que me pases algo de eso por lo que no podías parar
de temblar.
Tu voz caliente a la
derecha de mi pecho rogaba un “lo siento” incoherente, como quien
se disculpa por haber recibido un pisotón. Un “lo siento” que
insinuaba que yo no debía ver tu dolor repentino. Hasta ayer no te
había visto llorar, ni siquiera lagrimear, acanalar; y de repente
ese alarido que te juro nunca olvidaré y tus manos a la cara, ese
primer “lo siento” para vos, para tu miedo que no sabe cuántos
globos quedan pero que sospecha decenas o centenas. Y así traerme
ese “lo siento” hasta mi pecho para llorar por vos que estás
acá, para pedirte por favor que “lo sientas” cualquier cosa
menos ese primer llanto enfrente mío. Mientras tanto yo pensaba
cuánto habrá para “sentir” y por cuánto tiempo, cuántas veces
vas a tropezar solo y sin abrazo con esa oscuridad triste, cuántos
“lo siento” reversibles vas a seguir escuchando, vos, que pedís
disculpas por tu dolor. Entonces temblamos los dos, haciendo cada vez
más fuerza con los brazos, usando la presión de las yemas como la
voz de la presencia.
Al separarnos percibí
como iba subiendo la humedad del dolor, así mientras el frío
llegaba hasta mí hacías un esfuerzo tan noble, tan torpe. Todo
debía volver a parecer una escena de cocina, un anochecer que se
sorprende porque al parecer la cena quiere tomar desprevenida a la
luna, todo debe ser diez minutos antes y veinte o veinte mil años
después, porque la torpeza saca de la nevera un cúmulo de
incongruencias que pretendo cuestionar bajo el disfraz de la
practicidad. Bajo así a comprar comida empaquetada, parecías
desesperado porque la alimentación no fuese un inconveniente. Al
menos ayer. Quizás por eso mi idea te alivió hasta la carne, como
si al mencionártelo te hubieses puesto blando. Nuestra salvación
fue preparada por un chico que parecía ser de un país más frío
que éste, me sorprendió bastante su calma, como si no tuviese
treinta órdenes de Fish & Chips antes que la mía. Intentaba
pensar esa y otras tonteras apoyado en el marco de la puerta, con
gente que me pedía permiso para sentarse a comer, para marcharse a
hacer el amor o para frustrarse por no poder hacerlo. O simplemente
para quedarse dormida en un sofá.
La comida demoraría una
eternidad parecida a ese abrazo. Dos abstractas eternidades, cada
cual por sus motivos. Esperaría como espero ahora y como seguiré
esperando en esta vida tantas cosas, y como ayer ahora pienso en ese
dolor tan tuyo, sin nadie que pueda agarrarlo antes de que caiga al
piso. Porque faltaban dos o tres órdenes antes de la mía y tal vez
otro globo que explotaba ahí arriba en tu cocina o en tu baño,
entonces mi estómago se puso boca arriba mientras mis lágrimas
cobraban velocidad entre mi cara, tal vez por el esfuerzo de mis
músculos en mantener el rictus. Pensaba en la cantidad de abrazos de
entre cinco y diez segundos que me perdería porque tu soledad se
encapricha, así mientras una muchacha sonriente me entregaba el
pedido me lo planteé seriamente, le agradecí por la comida e
implícitamente por la sonrisa junto a la solución a esa noche tan
difícil. En las escaleras de tu apartamento lo decidí, quizás para
respirar entre algodones de mentira y de negación. Ya casi,
suspiraba al borde de las llaves de tu puerta. Al menos podría
intentarlo, entrar con la cena y abrazarte para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario