Está bueno que esta
carta se trate de disculpas, ya que a decir verdad casi siempre
necesito la palabra Disculpe para empezar el día.
Disculpe por no preguntar
si estaba destemplada sin medias, sé que no ha llegado el frío a
nivel calendario y que tal vez fue eso lo que la pudo confundir. No
critico su atuendo, ni los pantalones a medio camino ni esas
zapatillas (casi zapatos) con enormes plataformas; tampoco el combo
de dos camisetas superpuestas con cuello ancho ni la campera que si
no era de hilo pega en el palo... Porque se notaba que era
insuficiente. Por eso su amigo le prestó el abrigo de lana... Que si
me pregunta a mí lo llevó exclusivamente para usted. Amigo que sin
dudas conoce mejor que yo sus hábitos otoñales. Amigo que si me
pregunta a mí la desea más que a la Primitiva. Disculpe por estas
celosas conjeturas.
Disculpe por no
preguntarle sobre su trabajo, si además trabaja en un revista y me
resulta de lo más interesante... Qué temas aborda, si le gustaría
que los contenidos se inclinen hacia otro lado, hacia qué lado, por
qué prefiere no tomar café de la máquina del edificio y llevarse
un termo con el suyo, por qué su jefa llega casi siempre cinco
minutos tarde con la misma excusa ridícula, por qué tiene una
pegatina de la luna en la tapa de su ordenador, por qué su risa de
dientes apenas separados estuvo tan lejos de mis pupilas. Disculpe a
mi imaginación atolondrada.
Disculpe por no preguntar
sobre su inacabable simpatía, y antes de que me diga que este es un
cumplido típico de borracho... Me explico: Ese tal Mario era sin
dudas un buen-tipo-muy-incómodo, me repitió treinta veces lo
terrible que eran los aeropuertos, que necesitaba llegar tres horas
antes, imprimir dos veces los papeles, me explicó detalladamente los
nervios que le daban los controles de aduanas; era tan raro como yo,
pero conmigo nadie habla y usted con él sí que habló... Se tiró
media hora hablando con él a solas al lado de la parrilla, y hacía
que sí con la cabeza llena de sorpresa, sonrisota y le contaba
cosas, y él también le contaba cosas mientras usted fluía dándole
palmadas en el brazo. Ahí pasó a conversar con los muchachos que
intentaron hacer el asado, llena de curiosidad por las costumbres
argentinas de cocción, incluso dando tenedorazos a los cortes
para tomar de a ratos el mando. De un salto se arrinconó con las
amigas orientales devotas al tequila, brindis sin cambiar el
destilado por su vino tinto y los dos vasitos chocando contra su copa
mientras profería una palabra en mandarín. El pequeño grupúsculo
en el que yo me encontraba también contó con su participación,
sobre todo para abordar lo gracioso del nombre del vino que usted
había llevado a la cena; yo hice algún chiste y usted respondió
con gracia, yo fui sarcástico sólo para hacerme el atrevido y usted
me entendió a medias sin dejar de mostrar los dientes. Así se iba
por ahí con las chinas, con el tipo extraño o con el cabrón de su
amigo, y volvía y era demasiado feliz mientras yo perdía poco a
poco la fuerza para fijar mis ojos en los suyos. Disculpe el orden
cronológico simulado en este párrafo.
¿Sabe qué mas pienso?
¿Así de repente? Que de leer esto ahora mismo usted sentiría
pena... No lástima, que es condescendiente, sino una tristeza
sincera y pequeña porque alguien puede fluir tan pero tan poquito en
la vida, se preguntaría con esa sinceridad blanca por qué alguien
necesitaría hacer esta pavada en vez de haberle hablado, y tal vez
por primera vez sospecharía que la timidez puede atragantarse de
mayúsculas. Disculpe mi autocompasión reciclable.
Pero nadie de mi grupo la
conoce de verdad, sólo es mi imaginación distendida la que hace
estos malabares. Aquella noche no podría estar ahora más lejos, no
podría aunque quisiera llamarla por teléfono, tanto porque no puedo
conseguirlo como porque no me atrevería ni en pedo (en pedo miraría
su foto de perfil de whatsapp hasta entender que es escalofriante y
la eliminaría de mis contactos). Disculpe esta orden de restricción
a la inversa.
Pero ya no tiene sentido
escribir sus proezas futuras ni otras suposiciones... ya siento que
hablo solo, que mis palabras se han quedado dormidas. Entonces me
pido perdón como de rodillas, acerco mi mentón al hombro y lo beso.
¿Sabe cómo me despido señorita?.
Ojalá que la quieran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario