domingo, 17 de noviembre de 2019

Disculpe Clara


Está bueno que esta carta se trate de disculpas, ya que a decir verdad casi siempre necesito la palabra Disculpe para empezar el día.

Disculpe por no preguntar si estaba destemplada sin medias, sé que no ha llegado el frío a nivel calendario y que tal vez fue eso lo que la pudo confundir. No critico su atuendo, ni los pantalones a medio camino ni esas zapatillas (casi zapatos) con enormes plataformas; tampoco el combo de dos camisetas superpuestas con cuello ancho ni la campera que si no era de hilo pega en el palo... Porque se notaba que era insuficiente. Por eso su amigo le prestó el abrigo de lana... Que si me pregunta a mí lo llevó exclusivamente para usted. Amigo que sin dudas conoce mejor que yo sus hábitos otoñales. Amigo que si me pregunta a mí la desea más que a la Primitiva. Disculpe por estas celosas conjeturas.

Disculpe por no preguntarle sobre su trabajo, si además trabaja en un revista y me resulta de lo más interesante... Qué temas aborda, si le gustaría que los contenidos se inclinen hacia otro lado, hacia qué lado, por qué prefiere no tomar café de la máquina del edificio y llevarse un termo con el suyo, por qué su jefa llega casi siempre cinco minutos tarde con la misma excusa ridícula, por qué tiene una pegatina de la luna en la tapa de su ordenador, por qué su risa de dientes apenas separados estuvo tan lejos de mis pupilas. Disculpe a mi imaginación atolondrada.

Disculpe por no preguntar sobre su inacabable simpatía, y antes de que me diga que este es un cumplido típico de borracho... Me explico: Ese tal Mario era sin dudas un buen-tipo-muy-incómodo, me repitió treinta veces lo terrible que eran los aeropuertos, que necesitaba llegar tres horas antes, imprimir dos veces los papeles, me explicó detalladamente los nervios que le daban los controles de aduanas; era tan raro como yo, pero conmigo nadie habla y usted con él sí que habló... Se tiró media hora hablando con él a solas al lado de la parrilla, y hacía que sí con la cabeza llena de sorpresa, sonrisota y le contaba cosas, y él también le contaba cosas mientras usted fluía dándole palmadas en el brazo. Ahí pasó a conversar con los muchachos que intentaron hacer el asado, llena de curiosidad por las costumbres argentinas de cocción, incluso dando tenedorazos a los cortes para tomar de a ratos el mando. De un salto se arrinconó con las amigas orientales devotas al tequila, brindis sin cambiar el destilado por su vino tinto y los dos vasitos chocando contra su copa mientras profería una palabra en mandarín. El pequeño grupúsculo en el que yo me encontraba también contó con su participación, sobre todo para abordar lo gracioso del nombre del vino que usted había llevado a la cena; yo hice algún chiste y usted respondió con gracia, yo fui sarcástico sólo para hacerme el atrevido y usted me entendió a medias sin dejar de mostrar los dientes. Así se iba por ahí con las chinas, con el tipo extraño o con el cabrón de su amigo, y volvía y era demasiado feliz mientras yo perdía poco a poco la fuerza para fijar mis ojos en los suyos. Disculpe el orden cronológico simulado en este párrafo.

¿Sabe qué mas pienso? ¿Así de repente? Que de leer esto ahora mismo usted sentiría pena... No lástima, que es condescendiente, sino una tristeza sincera y pequeña porque alguien puede fluir tan pero tan poquito en la vida, se preguntaría con esa sinceridad blanca por qué alguien necesitaría hacer esta pavada en vez de haberle hablado, y tal vez por primera vez sospecharía que la timidez puede atragantarse de mayúsculas. Disculpe mi autocompasión reciclable.

Pero nadie de mi grupo la conoce de verdad, sólo es mi imaginación distendida la que hace estos malabares. Aquella noche no podría estar ahora más lejos, no podría aunque quisiera llamarla por teléfono, tanto porque no puedo conseguirlo como porque no me atrevería ni en pedo (en pedo miraría su foto de perfil de whatsapp hasta entender que es escalofriante y la eliminaría de mis contactos). Disculpe esta orden de restricción a la inversa.

Pero ya no tiene sentido escribir sus proezas futuras ni otras suposiciones... ya siento que hablo solo, que mis palabras se han quedado dormidas. Entonces me pido perdón como de rodillas, acerco mi mentón al hombro y lo beso. ¿Sabe cómo me despido señorita?.

Ojalá que la quieran.


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