sábado, 15 de octubre de 2016

Livia María

Me bastó leer una carta para agarrar la latita antigua que me regalaste (hermosa, me encantaría adjuntar una foto). Una lectura rápida para sacudirla con fuerza, para entender que el vacío hace un ruido tan incoherente como peligroso.

Ahora creo que es de mentira, la lata, el aire, que casi todas las cosas son de mentira. Curiosamente la sensación será momentánea, no lo sé ahora pero sé que lo voy a saber. Merodear aquella verdad abundante no me ha hecho ni bien ni mal, ambas palabras tan radicales como la necesidad de un ciego.

Ya te he escrito tantas prosas, tantas cartas, tantas verdades (tan bien escritas que parecían mentiras), y sin embargo acá estoy de nuevo, escribiendo hacia la farsa más oscura, mediocridad del alma, mareo de la esperanza, llamalo como quieras... Básicamente se trata de hablar como si pudieses oírme. Todo es de mentira, yo soy de mentira, como el flotador de un depósito de agua, como un globo perdiendo ese gas que lo mantiene a una altura razonable... Incluso nuestras miradas mienten como un vidrio roto.

Enseguida café con leche, la radio en la 100.6, lavar la ropa, frutos secos, sacar la fotocopia... Y así estoy, “la” fotocopia, como tantos quehaceres a los que articulo para disfrazar lo mentiroso que es todo esto; ir a buscarla con todas las distracciones de mentira entumeciendo mis pasos, uno o dos conocidos en el camino, mano en alto para saludar sin ganas, música por los auriculares y quizás cigarrillo. Buen día, fotocopia en mano y a seguir esperando.

Ahora bien... te lo juro, no vuelvo a leer una de esas cartas, son muy bellas sí, nos escribimos amores imposibles... Pero no. Y no se trata del trago inmortal que nunca es el último trago de quien promete dejarlo, fue la última vez en serio, si leer esas cartas no deja otra posibilidad que jugar a la escondida con la angustia. Cuenta ella y me escondo yo. Y me escondo mal... como siempre.

Anoche soñé que iba a tu entierro para conocer a tu familia, iba a tu entierro pero para conocer a tu familia, qué horrorosa mentira. En esos saltos de duermevela yo pasaba en el bus al lado de una de las pocas personas que tenemos en común, en lo que parecía una parada o una estación, y desde la ventana yo gesticulaba para avisarle que el ómnibus era ése, que se subiera. Claro que no se subió ni me saludó aun cuando nos miramos a los ojos. Pero antes de despertar, cuando la realidad se despereza en alguna parcela de la mente yo recuerdo haberme preocupado porque sientan mi pesar. Soy de mentira, fui de mentira y el futuro será verdadero sólo hasta que yo llegue.

Escribirte de nuevo sí, el solo hecho de que no estés por acá me deja sin recursos, voy a sobrevolar esta tristeza hasta hacerme tierra, aunque es probable que los textos sean cada vez más duros conmigo y más beatos con vos. Sin embargo era más honesto ser duro en aquel momento y que vos pudieras decidir qué querías soportar... Todo eso es de mentira también, más de mentira que todo lo demás, mentira además no metafórica, escribirle a quien no está entre nosotros es de una vanidad asquerosa.

Simplemente no puedo creer que no vayas a tejer más flores en tu vientre, y quisiera que esa única verdad fuese mentira.

Abro la lata y el aire sale ruidoso e invisible entre tanto aire acá afuera. Pero cuando presiono la tapa para cerrarla el ruido sigue ahí dentro, y afuera, en todos lados.


  

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