Me he venido a la plaza
otra vez, y otra vez no es otro día.
La pelota de fútbol en
el aire, la cara del niño en una de esas expresiones imposibles que al
principio me daban risa, las dos señoras hablando al mismo tiempo
con el pelo en trance. Y el sol ahí en su siesta interminable.
Más tarde conduciré metafóricamente días para ir de nuevo a la casa de mis
padres, para verlos en el meollo del último regaño: El gesto
fruncido de mi madre, su boca abierta como una letra “u”; mi
padre carajeando hacia el periódico, notablemente triste o notablemente decepcionado.
Es indescriptible la
sensación que se tiene cuando no se esperan cambios. Esperar como
traducción de esperanza. Pero esperar sin verdadera sospecha, sin
ganas de volver a suplicar.
Yo cavilo en esos
momentos donde las caras en pausa me resultaban estimulantes, donde
las bromas me alegraban, donde el silencio, donde el dinero fácil...
Pero de repente se interrumpe mi infelicidad meditabunda con algo
quizás peor, y ese malestar ácido se transforma en el sonido donde
la lengua succiona contra la unión de los dos dientes frontales y el
paladar: “Ntz”. Y ese “ntz” es lo único que suena en la
plaza, se va flotando entre los dos pájaros que envuelven a ese
árbol al que querían llegar.
Pero vamos hacia el día
cero.
No pretendí ser dios ni
hacer este daño con la omnipotencia, pero debo admitir que cuando me
dieron la posibilidad de pedir un deseo en esa especie de sueño
queriendo ser vigilia estaba consciente del poder que iba a tener. A
su vez, como si supiera que la posibilidad de pedir un deseo
llegaría, estaba al tanto de cada detalle, de los qué y de los
cómo.
Creo que estaba dormido y
que salí de la profundidad sin salir del todo, de lo que estoy
seguro es de haber abierto con gran esfuerzo los ojos para volver a
cerrarlos vencido por el cansancio, también grité, no sé si fuerte
o despacio, pero intenté que mi voz saliera como sale un grito.
Hasta que me rendí de vuelta quedando a medio camino. Y ahí me
ofrecieron un deseo, pero no un genio ni un ser palpable, sino que
era yo quien me hablaba, convencido de que podía pedir lo que
quisiera. Era una fuerza segura dentro de un periplo que rodeaba la
realidad.
Entonces, como yo sabía
exactamente lo que deseaba lo hice con el debido tiempo, como si la
solicitud no pudiese resumirse en unas cuantas palabras sino más
bien en un pequeño relato atemporal que ordenaba con cautela los
requerimientos. “Poder parar el tiempo con un chasquido de dedos,
tlin, y reanudarlo con el
mismo chasquido pero de la mano izquierda.” Hago acá una pequeña
pausa, porque necesito suponer que todo se derrumbó (se derrumbaría)
debido a esa pequeña aclaración. Decir que todavía no comprendo
por qué dije aquello de ambas manos, por qué una para esto y una para
lo otro... “Luego están las células, como puedo suponer que mi
deseo es más fuerte que lo terrenal todo debe pararse, el
envejecimiento, las olas, los giros de la tierra, el viento pero no
el aire, no sé cómo y no deberá ser mi problema lo inexplicable.
Si un avión está en el aire no caerá, ni los autos seguirán
moviéndose por inercia, ni los pájaros. Sólo yo podré mover las
cosas, y además podré hacerlo sin que el peso sea un problema:
tanto un camión como una pluma”. En este momento estarían
pensando las mil maneras de desprestigiar mi explicación mediante la
lógica, la física o simplemente con la sensatez que nunca me hizo
falta o que nunca apareció... Todo, si no estuvieran quietos para
siempre (y uso este paréntesis para volver a desear que para
siempre no sea para siempre).
“Así
puedo despertar una mañana y pausar para seguir durmiendo, tlin,
dormir sin saber cuánto tiempo, sin que éste pase, dormir para
recomenzar cuando me plazca. Tlin.”.
Con ese ejemplo tan adolescente dejé en claro mi postura o al menos
ahí fue que salí de esa suerte de trance.
Recuerdo
que eran las dos de la mañana y que mi primera reacción fue testear
el ridículo suceso. Me paré y agarré una zapatilla (una botita
azul con detalles blancos y rojos). Lo sensato era balancearla en la
mano, tirarla hacia el techo, chasquear los dedos, que la zapatilla
caiga al piso y que mis padres me pregunten qué había sido ese
ruido; pero luego de mi primer tlin
ésta quedó en el aire, los cordones ondulados y tiesos como orejas
abstractas. Y mi cara que debe haber sido exactamente como la que
deberían imaginarse, llena de ojos abiertos, de boca abierta, la
cara abierta. Primero orbité la zapatilla unos segundos, después
la bajé y la subí, luego hice el tlin con
la mano izquierda y ahí sí, el pequeño estruendo de la zapatilla
en el piso y mi madre que gritó desde su cuarto, no había sido para
tanto pero siempre tuvo un sueño ligero, le dije que no había sido
nada y el hecho no pasó a mayores. Ese hecho no pasó a mayores. De
inmediato volví a chasquear los dedos de mi mano derecha y fui a la
calle, era pleno verano y pude salir con poca ropa, cosa que después
iría mejorando porque la verdad era que ni siquiera había necesidad
de vestirse.
Puedo
sonar depravado, voy... a sonar depravado, pero a pocos metros de
casa me topé con dos chicas que volvían de algún lado, uno que
requería elegancia, maquillaje, erotismo. Una tenía el pelo tieso
hacia la derecha, desde donde en su momento iría soplando el viento,
le contaba algo a la otra, las dos en una posición en la que era
imposible mantener el equilibrio, algo inclinadas hacia adelante y
con un solo pie de apoyo, pie que ni siquiera estaba en total
contacto con la superficie. Con
la mano lenta y sórdida apoyé mi deseo en los pechos de una de
ellas, no estaban duros, turgentes sí, pero no duros como temía. Me
dio mucha risa lo que hice, les tocaba los senos y reía idiotamente.
Después moví sus pelos, que aunque estaban inmóviles cedían a mis
dedos como alambres versátiles sin demasiada resistencia.
Las
dejé (casi) como estaban y salí corriendo sin saber adónde ir,
quizás muy estimulado para elegir; sin embargo a los
pocos pasos me paré en seco apurado por una respuesta: Un auto.
Estaba parado en doble fila, sin nadie dentro, las balizas estaban
apagadas, o mejor dicho, estaban las luces de las balizas apagadas,
al entrar entendí que mi tlin
coincidió con el apagar de los faroles; el motor no hacía ruido,
tampoco vibraba el asiento; llevé mi pie al acelerador y presioné
con la palanca de cambios en punto muerto, lo hice rugir, lo había
hecho rugir. Otra vez me dio un pequeño ataque de risa que esa vez
sonó algo malévolo, como acelerado por un poder, por un éxtasis o
por una mezcla de ambos. Lo hice rugir de nuevo y avancé. Todo
estaba quieto, no me faltaba el aire, simplemente era como un día
sin viento, aunque por la ventanilla abierta entraba algo parecido a
una brisa. A las seis cuadras tuve que cambiar de auto, uno que
pasaba a otro me dejó sin posibilidades de avanzar. De hecho no era
nada fácil (sigue siendo difícil) conducir con el tiempo en pausa,
no estamos acostumbrados a esquivar tantos obstáculos quietos.
Dentro
del segundo vehículo tuve el mismo problema, o uno similar: Un
semáforo en rojo con autos esperando. Jaque mate. Decidí volver a
pie porque necesitaba pensar en lo que estaba pasando, también
porque un miedo como tibio me pedía que llegue a mi cuarto para
chasquear los dedos de la mano izquierda, a fin de cuentas sólo
había hecho el juego completo sólo una vez. Necesitaba cerciorarme
de que todo volvería a ser normal. En el camino pensaba en pasar la
noche en vela pero sin trucos, con las manos en la nuca mirando el
techo, con el tranquilizante sonido de los grillos, el chirriar de la
cama de mis padres, preguntarme sobre ciertas cosas primero. El cómo
de las situaciones recurrentes, la radio por ejemplo, recuerdo que me
llamó la atención si seguiría sonando la música o si se callaría.
Suspiré a mitad de camino y disminuí la velocidad de mis pasos,
aunque la ansiedad por entrar a casa no lo hizo.
Primero
solté en voz alta un “no” largo, agregué indignado a
continuación: “... las llaves”.
No
era grave, sólo que tuve que chasquear los dedos en la puerta de
casa y no en la seguridad de mi habitación, luego tocar el timbre y
decirle a mi madre que el ruido que habíamos oído me había sonado
raro y que por ende había decidido salir a la calle. La cara de
asombro no venció al sueño que todavía la ensombraba, me preguntó
sin demasiadas ganas si acaso había algo afuera y si estaba en pedo
(por loco, no por borracho), pero afortunadamente no esperó una
respuesta antes de perderse en el pasillo de las habitaciones.
Ya
recostado supuse que debía reflexionar largamente en lo que estaba
sucediendo, creí conveniente no abusar de los beneficios por
demasiado tiempo para no caer en la locura. Aunque eso creo que no se
cumplirá del todo, básicamente porque ahora esa locura tiene todo
el tiempo del mundo para masticarme.
Mientras
escribo en el banco de la plaza que está en uno de mis lugares
favoritos del mundo (o que estaba, ya no lo sé), ya en el más
absoluto silencio y en la más sádica soledad, me siento un traidor
por aquella felicidad mundana. Casi me cuesta recrear la exaltación
del pasado, se me complica incluso recordar algo con felicidad. Pero
existió, sobre todo al principio.
Pasé
esa primera noche con la mente desbordada de preguntas y respuestas
plausibles o hipotéticas. Me miraba las manos abiertas para
sospechar las células, un poco atemorizado por el funcionamiento
inexplicable de la sangre que fluye pero que no muere. Aparecieron
las dudas sobre el hambre, sobre el cielo, sobre mi incansable
necesidad de explicarme todo, aún cuando no había una necesidad
verdadera . Todo se mezclaba, las cosas serias y también las más
divertidas, el cómo sería robar dinero de los bancos, ser cuidadoso
para no levantar sospechas, no aparecer o desaparecer como un
fantasma, desnudar gente por las calles y mirar las reacciones, no
causar accidentes por imprudencia, no arruinarle la vida a un pobre
tipo por reírme un rato. Me decía que algunas cosas debería
probarlas de ambas formas, así sabría qué funciona y qué no:
calentaría agua para el mate con el tiempo pasando, (luego me daría cuenta que el agua no hierve ni el fuego de la cocina calienta con el
tiempo quieto), sabría que la radio se paraba como el teléfono,
inlcuso si los programas no eran en vivo, la televisión lo mismo.
Pero de todo eso me fui dando cuenta con los meses, no así de mi
funcionamiento corporal que aún me desconcierta. Pensaba en todo eso
girando mis manos, observándolas, y allí decidí que era absurdo
preguntarme sobre mi biología, a fin de cuentas si chasqueaba mis
dedos un encendedor mostraría la chispa quieta, una ola quedaría
espumante y alta, una nube dejaría de moverse. Todas esas
conclusiones fueron lo suficientemente extrañas y determinantes como
para que yo haya bajado mis manos al estómago para luego quedarme
dormido.
El
dormir es una necesidad orgánica como hacer pis. Quizás por eso al
ver cómo arrimaba el sol de las siete de la mañana, en una de las
tantas veces que uno se despierta más que brevemente para seguir
durmiendo, llamé al tlin de
mi mano derecha sin miedo a que no funcione ni a que me regañen en
el trabajo. Fue evidente que no olvidé lo que me estaba pasando
porque incluso en ese instante inconsciente chasqueé mis dedos; me
desperté descansado, sin pensarlo hice tlin con
mi mano izquierda, tal vez porque no estaba preparado para ver a
alguno de mis padres como a una estatua. No sé cuántas horas habré
dormido, luego ya no me haría esa tediosa pregunta, me acerqué a la
cocina y le di los buenos días a mi madre, “¿te caíste de la
cama?”, me preguntó. Luego me besó la frente.
Ahora
sé los motivos, ahora entiendo por qué nunca me alejé del todo de la
casa de mis viejos, ahora que fumo uno de los tantos cigarrillos que
aún saco sin permiso de los kioscos. Es tan simple, tan obvio...
sólo ellos me aislaban de la soledad. Y ese departamento que compré
acá, a miles de kilómetros de ellos, y los otros que compré...
tanta autonomía falsa, compré porque podía y porque sí, y ahora
nada es porque sí aunque tampoco entienda por qué no lo es. Una
calada profunda y el niño que sigue esperando la pelota, las señoras
que quieren acabar las frases, los pájaros y su árbol inalcanzable,
el sol donde lo dejé.
Los
primeros días fueron increíbles, y ese adjetivo califica, de hecho
demoré varias semanas en renunciar a mi trabajo en la cafetería por
lo mucho que me divertía jugar con las vidas de mis compañeros y de
los clientes. Además porque debía pensar en la manera de hacerme de
una cantidad de dinero justificable... porque no me quería salir del
mundo, quería burlarlo.
Luego
las bromas, pero hice tantas que mejor contar las primeras, las que
mejor recuerdo:
Fui
a un partido de la Liga Nacional de Baloncesto, se jugaba en mi
provincia la quinta y decisiva final del campeonato. En cierto punto
del partido saqué la bola de las manos del jugador número 6 del
equipo local (del supuesto equipo que yo debía alentar), y la
escondí por ahí. Todos desconcertados al volver el tiempo y verse
sin balón, y yo que debía reírme con cuidado, hacerme el
sorprendido, y tlin volver
a poner la bola en el campo. La gente inventa pavadas muy rápido,
hablaron de fantasmas, de brujerías, yo nunca había visto tales
caras de miedo. Conocía a varias personas entre los plateístas y
más de uno admitió que no logró dormir aquella noche. En resumen,
ese tipo de bromas eran divertidas en las reacciones inmediatas, pero
luego casi podía sentir el mismo miedo que ellos y ya no era tan
gracioso (esto último no significa que haya dejado de hacerlas, a
medida que perdía la gracia también descendía mi culpa, o yo me
oscurecía, que es casi lo mismo). En otro partido hice algo que
todavía generó más miedo, cambié las camisetas de todos los
jugadores, recuerdo que en principio iba a hacerlo con dos, pero por
respeto (porque sabía que era injusta una obsesión con ellos como
culpables), opté por todos los jugadores, incluso los que
descansaban en el banco de suplentes. Después lo hice también en
otra provincia para que no suspendan la cancha de mi equipo por estar
hechizada. En fin, podrían jugar ustedes a imaginar la cantidad de
cosas que pueden hacerse en esa situación, a mi ya ni me divierte
recordarlas.
Desnudé
mujeres, no tuve sexo con ninguna de esa forma porque me daba
impresión, pero vi a la mayoría de las famosas desnudas (y no tan
famosas), luego cuando mi cerebro se fue pudriendo las vi a puro sexo
con sus parejas, me escondía en algún rincón donde pudiese
observar, y si algún ruido imperceptible era detectado, tlin
y me iba silbando hasta estar a salvo. Tlin
de nuevo y me fumaba un cigarrillo antes de subirme al avión que me
llevase de nuevo a casa. O a donde quisiese.
Pero
voy perdiendo el orden cronológico de la historia.
Les
decía (les diría), que perder todo contacto con el mundo no estaba
en mis planes, sólo abusarme de los beneficios que me habían sido
provistos. Junté algo de dinero en los casinos colocando mis fichas
en la ruleta cuando la bola recién caía (siempre en mesas con mucho
movimiento), también dando manos convenientes en el póker, hasta
que llegué a tener un capital importante pero no fuera de lo común.
Y aunque sabía que tarde o temprano llegarían las sospechas, seguí
haciéndolo un tiempo porque me resultaba divertido. Finalmente
entendí que la mejor manera de ganar dinero sin dar explicaciones
era el juego, pero no como lo venía haciendo, debía ser
profesional: Me convertí en el “mejor” jugador de Texas Hold'em
del mundo. Y en uno de los más jóvenes de la historia. Con el
acting adecuado gané torneos multimillonarios, gané fama, algo
parecido al sex appeal, lujos... En algo de tres años reales acumulé
muchísimo dinero. Podrían pensar que había mejores maneras, pero
me divertía y era seguro, también podrían pensar que alguien puede
haberme visto en el momento justo en que chasqueaba los dedos y
desenmascarar mi farsa... Pero si se analiza con profundidad la
cuestión, se entendería que lo único visible es un tipo que
chasquea los dedos muy seguido. Da igual, nunca tuve problemas con
respecto a ese tema.
Dejé
de hacer todo lo que detestaba; cocinar, limpiar, madrugar,
esforzarme; y lo curioso es que para la mayoría de las cosas ya no
me hacía falta detener el tiempo, aunque nunca se me cruzó por la
cabeza dejar de hacerlo.
Suspiro
hasta donde me lo permite el aire, reflexionando como en tantos otros
momentos infinitos (quizás deba repetir que ya no hay “días”,
sólo momentos), pienso en lo egoísta que pude ser, porque sí, hice
donaciones; sí, en algún accidente de tránsito traje a los médicos
“milagrosamente” a la escena en pocos segundos; sí, procuré
equiparar el hambre con el poder, ayudé a cada animal maltratado por
los humanos que tuve cerca, castigué a los toreros, a los cazadores,
a los golpeadores. A mucha gente mala. Pero me cansé de que todo sea
inalcanzable, de limpiar un poco una habitación para que casi de
inmediato se cubra de polvo. Lo seguí haciendo, pero sin ir a más,
sin buscar soluciones radicales, elegí cada vez más acercarme a
acciones cotidianas que me diesen alegría, dejarle dinero a algún
chico para que se encuentre tirado o vestir completamente a un
vagabundo, incluso enchufarle una botella llena de whisky a un
borracho. Cosas que podrían hacerse sin necesidad de parar el
tiempo pero que sin hacerlo no me hubiesen entretenido. Así de
egoísta fui.
Por
supuesto que a mis seres queridos no les faltó nada, y por supuesto
que tuve que jugar al póker con mis amigos y cartearme para seguir
con mi hegemonía profesional en algún que otro asado de sábado por
la noche. Jugar con ellos plagados de risa, tlin, bien
quieto y recordando mi
postura, ordenar los naipes y seguir riendo, como si mi risa, ruido
residual, fuese un regalo individualista, tlin.
Mis amigos... cada tanto los visito, salvo a algunos que en ese
momento estaban de viaje, mar de por medio, y que tal vez estarán
pausados en una llamada de larga distancia, ansiosos por volver a
casa. Porque... ¿qué nos moviliza?. El amor, básicamente, amor por
los amigos, por tu pareja, amor por los padres, por la naturaleza,
por las pequeñas cosas que nos da la vida. Por tus hijos. Y yo no
hago más que detallar mis maneras de ganar dinero, de darlo, de
convencerme de que “no les faltó nada” a los que más quiero,
que más quise. Y no sé cómo detallar que ahora les falta todo
porque la verdad es que yo nunca tuve nada. Sucede que la quietud ha
aherrumbrado mi memoria y sólo puedo imaginarme lo que estarían
haciendo ellos en el preciso segundo en que yo di todo vuelta. No
tuve tiempo para enamorarme, con lo irónico (y cursi) que suena que
yo... no haya tenido tiempo para algo. Podría mover los pájaros,
cambiar la posición de las señoras, sacar la pelota del aire. Pero
procuro no mover las cosas. Desde aquel día no muevo casi nada a no ser que sea muy necesario.
En
fin, cada vez me sentía más solo en el silencio, en ese que al
principio logró que duerma como jamás antes había dormido, quizás
esa soledad aparecía porque ya había vivido demasiado tiempo en
comparación con el resto de la gente, aunque no tenga clara la
cantidad de años que habré pasado sin que pase un segundo real. Hoy
me gustaría haber llevado la cuenta, pero hoy no vale la pena. Ni
pensarlo, ni empezar a llevarla.
Como
cada día que elijo esta plaza, con el sol donde lo dejé, chasqueo
inútilmente mis dedos de la mano izquierda. Tlin.
Y el niño espera la pelota, y los pájaros inservibles. A cada rato,
tlin, muy seguido.
Porque no envejezco, ni puedo morir, entonces es como que intento
prender un fósforo ya negro por haber sido usado, y luego intento
con la madera y nada más que con la madera, sin rastros siquiera del
carbón que una vez fue pólvora. Tlin tlin tlin tlin.
Siempre sabiendo que no pasará
nada, siempre queriendo no saberlo del todo.
Supongo
que no queda más que contar cómo llegué hasta acá.
Un
mediodía como tantos otros en aquel entonces, quise volver a hacer
alguna de esas cosas que más arriba detallé como insoportables; así
fui hasta mi casa paterna para cocinar algo, unos ñoquis de calabaza
para ser exactos. Supongo que estaba ansioso por recuperar algo del
cariño que se había extraviado en ese tiempo, para ellos quizás
meses, para mi muchos... muchísimos años. Siempre desconfiaron de
lo que pasó, sabios aquellos que decían que no se puede ocultar
cosas a los padres. Casi siempre acabábamos peleando, parecían
saber en qué me había convertido, creo que les resultaba tan
tétrico como misterioso, pero no tenían manera de decírmelo, o no
había forma de que yo los entienda. Hoy creo que los entiendo. Tan
tarde...
Estaba
recién empezando a cocinar cuando comenzaron sus regaños, hice lo
que pude para no pausarlos pero finalmente cedí y los callé...
callé a mucha gente en medio de regaños para tomar aire. Todavía
faltaba mucho para poner a hervir el agua que cocinaría las papas y
la calabaza, de hecho me preocupaba más recordar cómo se preparaban
unos ñoquis. Eso pensaba cuando vi por primera vez a mi madre con la
mano en alto y la boca en forma de “u”, estaba diciéndome que
hacía sufrir a alguien, creo que como un cliché absoluto quería
decir “a los que me rodean”, y digo a alguien porque en la “u”
de sufrir fue que chasqueé los dedos, pero eso creo... Los que me
rodeaban. Y cortaba un trozo de calabaza mientras la veía, renegando
con la cabeza, y luego alternaba la mirada extraviada hacia el sillón
de mi padre, quien sumido en el periódico parecía casi más ausente
que mi madre. Parece más ausente que mi madre. Parecerá.
Sangré,
“¿cómo puedo sangrar si mis células no envejecen?”. Eso fue lo
primero que pensé, viendo la viscosidad descender por mi mano
izquierda mientras la rotaba y seguía con los ojos la trayectoria de
la gota roja . Antes me había raspado un rodilla saliendo de un
Banco Provincia y me había hecho esa misma pregunta. Después de
tantos años y todavía olvidaba ciertas cosas, como por ejemplo que
el grifo no se abría con el tiempo detenido, di el tlin
salpicando unas gotas mínimas
de sangre hacia arriba. Antes de ese tlin
recuerdo haber pensado que la calabaza (de no haberme cortado),
aparecería en trozos y mi madre "volvería a notar algo raro". Ni hablar del corte en
el dedo. Me tenían miedo, nunca me detallaron las anomalías que de
seguro existieron, pero creo que en algún momento lo hubiesen hecho,
entonces me dije (por enésima vez), que debía comportarme
humanamente con ellos, de hecho agradecí el haberme lastimado para
tomar de una vez consciencia. Pero luego de ese tlin seguía
la cara en “u” de mi madre, su mano en alto, la mirada de mi
padre hacia el periódico. Tlin,
tlin... La cara en “u”
de mi madre, su mano en alto, la mirada de mi padre hacia el
periódico
Ahora
voy a conducir miles de kilómetros para verlos de nuevo, si ustedes
pudiesen leer esto, si no estuviesen quietos, sacarían conclusiones:
cómo bañarse con agua mineral, si acaso dan ganas de bañarse,
cuánto tiempo habrá gasolina en los depósitos, cuánta comida
aguanta la eternidad, o si la necesito, o acaso cuántas veces he
intentado matarme, ¿Mi pulgar cicatrizó pero modificó el sonido?,
¿Sufro una especie de castigo?. Ustedes se preguntarían tantas
cosas y yo sólo quiero sentir la lengua tibia de mi perro en la
cara, oír la voz de alguien, un tosido, la lluvia en alguna ventana,
la noche... Es imposible que unos puntos suspensivos tengan más
sentido que esos últimos. Ya casi no me pregunto cosas, mi
desolación es tan rotunda que no busca respuestas.
Ni
siquiera importa que veo, que sigo viendo los pájaros alrededor del
árbol, a mi madre con la “u” en la boca, que ahí sigue la
pelota de fútbol, la mirada extraviada en el periódico de mi padre,
la cara de bobo de ese niño hermoso, las señoras que siguen sin
acabar la frase. Sólo importa que veo y que seguiré viendo el sol
de las dos y dieciséis de la tarde.
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