miércoles, 19 de octubre de 2016

Amores inventados

El hecho de quedarme tieso mirando con cuidado a la chica que considero más linda, suele suceder bastante seguido en espacios pequeños. Bajo diversos factores intento adivinar lo más interesante de su vida: música, temperamento, comidas, motivos por los que lloraría, motivos por los que nunca lloraría, cantidad de padres fallecidos, libros o revistas, nivel de fanatismo por las redes sociales, chicles o caramelos de menta.

La mirada es fugaz, de recreación; para todas esas consideraciones ubico mis ojos en el techo del vagón, en los Entrantes, en el vidrio divisor del cubículo “Caja de Ahorros” o en el aparatito ese por el que se arrastran los códigos de barra.

Siempre mi amor es intenso en estos casos, lleno de unos latidos tipo cuenta regresiva: Yo tengo el número 6 para la extracción de sangre y no sé cuál tiene ella porque yo llegué después. Yo voy dos personas atrás en la cola del supermercado e irremediablemente ella va a pagar con tarjeta de débito. Yo me bajo en Bogatell y ella de repente se acomoda el abrigo para ponerse de pie entre Barceloneta y Ciutadella Villa Olímipica.

Es todo cosa de una vez; si las encuentro de nuevo en la sala de espera, en el metro o en la cola de un supermercado, sufro pero por otros motivos, bajo otro tipo de prosa.

La mayoría de las veces el momento del abandono exprime un limón en mi estómago, como si verla alejarse fuese un divorcio prematuro o una deslealtad. Luego me llaman para la extracción, me traen la cuenta del restaurante o me preguntan si tengo Tarjeta Cliente, mientras ese violín desafinado y con tres cuerdas va desvaneciendo esa esperanza de juguete que sabe que no corta.

Duele casi lo mismo cuando soy yo quien se adelanta. Bajarme en la estación y ver cómo se pierde en la velocidad espejada del tren, irme con el algodón acogotado en mi codo y percibirla como la última y ridícula oportunidad para ser feliz, recibir el vuelto de 29,15 convencido de que podríamos volver juntos si nuestras bolsas fuesen igual de incómodas.

Curiosamente me acuerdo de muchos lugares específicos, pero las caras se me graban sólo durante unos minutos.

Son masas uniformes y bellas que me han ido dejando un olor terrible a cuento en los dedos, un olor que no sale ni con agua oxigenada ni con cicatrices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario