Si se tratase de hacer catarsis me mordería las uñas, gritaría atrincherado en la almohada o fumaría de cabeza en la ventana. O de manera sórdida podría hacer un nuevo pacto de silencio con la tarde, analizando todo tipo de pavadas hipotéticas, escenarios, diálogos, hasta el clima... Todas reacciones inventadas ante situaciones poco probables. Escribir sobre esta traba (que es como los juegos de ingenio de desanudar, desenroscar, o simplemente resolver) es una catarsis mentirosa. Catarsis de verdad es medio litro de ginebra vespertina, es cortar zanahoria para ensalada en lugar de rallarla, es que el frasco de semillas de sésamo se te caiga al suelo casi a propósito, es llegar tarde al trabajo con tiempo de sobra para poder arrancar mal la mañana. Acá debería tratarse de otra cosa y no de un azar también mentiroso en el que ella llega un día a leer esto, entonces de manera inexorable me toma de la mano entre colores primarios y música ridícula. Ya lo dije más arriba, para esas pavadas no hace falta esto. ¿Para qué carajo lo escribo entonces?. Si me convenzo de que absoluta-mente nadie va a leerlo ni lo intento, (un poquito de sinceridad). Quizás lo escribo por si alguien encontró un sentimiento que no ha perdido, o porque las uñas que tengo son diez y mis dientes van muchísimo más rápido que mi biología, porque gritar ya grité (o no, pero calladito mirando el techo es el mismo agujero), digamos que escribo porque no puedo detenerme a pensar por qué no lo evito... Escribo porque soy pura conclusión, pura teoría, porque ni sabe que escribo, ni sabe de mis uñas ni mucho menos que los padrastros en las cutículas insultan por ella. No estoy orgulloso de poder expresar estas cosas con palabras o de poder decirlas encanutadas en prosa poética, No me creo un poquito esa valentía imberbe de hacerme el “tipo ginebra” o el “tipo carajo”, eso sí, estoy muy enojado con la decepción o viceversa, porque ahí andan todos funcionando a base de instinto, he aquí un buen cliché: Pasan una vez al lado, dos, a la tercera dicen “hola”, a la decimonovena son lo que podrían ser o no son nada. Y yo escribo mal a propósito (o eso quiero creer), sin saber si lo hago para consolarme de una angustia un tanto confusa, para repetirme que “algo es algo” como un amigo desinteresado, o para hacer trampa en un crucigramas. Vaya a saber para qué. Una-auténtica-idiotez. Además escribo sin tener un final que asome desde el cenicero, volteretas innecesarias para cobardía instantánea en polvo. Y como no tengo un final adecuado paran de arrebato mis dedos, que al no tener que teclear pretenden ir hasta mi boca para que pueda morderme las uñas. Pero justo a tiempo se me ocurre una frase que encuentro hermosa, de esas que brillan en los días en que escribo poesía... Ese es el final inadecuado en un día sin azúcar: No escribirla, guardarla para otro día.
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