miércoles, 25 de noviembre de 2015

Barlatay

Barlatay no baila. Barlatay casi nunca bailó, y de haberlo hecho alguna que otra vez sólo es posible imaginarlo a solas:

Leves movimientos de cabeza al volante de su Ford, debidos éstos a un sorpresivo “error” en la radio (no así bajo la predeterminación de un Cd). Algunos pasos de baile (realizados al margen de su estado consciente) ante alguna canción inevitable como Jijiji o White Trash, o por algún ritmo que le trajera recuerdos sensoriales como la canción que solicita el personaje de Nicolas Cage en “Gone in 60 seconds”... The song Donnie. Donnie... The song.

A Barlatay, no obstante, le gustan los bares. Bares en los que la música suena mientras él bebe whisky con agua... Agua que las primeras veces se paga y que luego los bartenders suelen convidarle. También están los bartenders nuevos, en los bares de siempre, y son los bartenders con mayor antigüedad los que se encargan de explicar el favor que hay que hacerle a Barlatay. Quizás por eso suele reincidir en los mismos bares, y ansía (con verdadera ansiedad), que los miembros del staff no quieran cambiar su extenuante trabajo nocturno por algo mejor.

La música, esa que siempre suena en este tipo de bares, comienza a un volumen razonable cuando Barlatay se sienta en alguna banqueta de las barras laterales. No le gusta ni más ni menos que la que sonará estruendosa cuando las inhibiciones vayan mermando, aunque se siente más cómodo al principio porque esa música más bien quiere pasar desapercibida, es música de bar-temprano, además a esas horas él se siente a las anchas en la barra que ocupa, sin que le llenen el cenicero con restos de bombillas plásticas masticadas, chicles, cáscaras de un limón que disfrazó la dureza de un tequila, papeles plateados de paquetes de cigarrillos o cualquier cosa que no sea ceniza o colilla. Su vaso va y viene, al lado el cenicero, es temprano, entonces quizás no sea sólo la calidad o los decibeles de la música. Quizás sea el conjunto. Aunque los “éxitos” no le gustan ni fuertes ni inaudibles, tampoco la gente que se mueve mucho, ni los que son más felices cuando beben, o al menos los que siempre son más felices cuando beben. Entonces cuando le cuesta más trabajo volver a la barra, cuando demoran más en atenderlo, cuando la música de moda está tan alta... Quizás el disgusto también se trate de un “conjunto”.

Pero a Barlatay le gusta la gente (quizás no tanta gente), disfruta de la noche en esa oscura mezcla de soledad y de compañía. Barlatay necesita ver a las chicas pasearse con sus perfumes, con sus pelos imposiblemente brillantes, con sus pieles satinadas. Además no quiere adentrarse en un bar con tragaperras, de luces fluorescentes, donde todos sean como él pero más viejos, en esos bares donde nadie le preguntaría por qué toma whisky con agua, porque a nadie le importaría un carajo, ni eso ni el resto de la existencia.

Siempre (o casi siempre, que los siempres son de superhéroe) que Barlatay iba oyendo la música que bien correspondía a la medianoche, a la una de la madrugada, o a las dos, recordaba los bares donde quizás pudiesen poner esa música que trasciende, que lo haría querer moverse y hasta pedalear alguno de los pies en el fierrito de su butaca. Pero ahora Barlatay está lejos de la Argentina, en un lugar sin demasiada importancia, al menos en lo que respecta a este relato. Porque incluso para él, en cualquier lugar fuera de su patria le sería privado el placer de una canción que lo saque de la costumbre auditiva. Porque tampoco las canciones extranjeras que podrían distraerlo cuelan en la lista de ningún “picnhadiscos”, esos muchachos que con medio auricular en su cabeza (siempre una oreja la dejan libre), dejan salir cosas al aire, según el propio Barlatay, muy electrónicas y todavía más feas.

Las rutinas para Barlatay son relativas, aunque se lo vea esquinado en una barra seis días seguidos, él siempre reconoce las pequeñas diferencias que pueden influir en una noche. Entonces si puede girarse en su butaca hacia las mesas para dar una mirada rauda sobre los acontecimientos, o si puede trasladarse con cierta ligereza hacia la barra o hacia el baño, o si el contacto físico con extraños no es constante... Entonces ya no es, por ejemplo, un sábado más.

Asimismo si puede observar los bailes de las chicas sin que los constantes traslados de los descontentos le obstruyan la visión, y si puede disfrutar porque ellas disfrutan, tanto porque las dejan bailar en paz sin asedio, o porque tienen el espacio que precisan para desenvolverse... Entonces ya puede ser un buen sábado.

Porque no quiere estar absolutamente solo en los bares que frecuenta, ni llega a creer que un fin de semana los hombres puedan abstenerse de salir y de beber en movimiento. Tampoco espera que bajen la música ni que los bartenders firmen un contrato perenne con esos jefes insensibles, pero sabe disfrutar las casualidades que permiten espacio entre persona y persona, más chicas que chicos, pocos acercamientos indeseados que abrazan y que brindan... Incluso en un buen sábado puede haber una chica que lo observe para memorizarlo, y quizás hasta llegue a hablarle en otro momento, en la cola del supermercado, atrapados en un ascensor, encerrados en una bóveda. Barlatay pensaba en esas cosas ridículas entre su ensimismamiento y movía la cabeza, sonriendo, dejando entrar un buen sorbo de whisky en la boca. Se reía porque ya no se aborrece, eso fue hace tiempo, cuando no le daba lo mismo atrincherarse en bares, aunque lo hubiese querido, y eso que antes estaba en un lugar más anónimo. Qué habría hecho en esta isla en aquella época, se preguntaba Barlatay masticando un cubo de hielo, mientras redireccionaba su mirada hacia la chica que parecía estar fichándolo de nuevo.

No era la primera vez que lo miraban, que Barlatay es un tipo tan pintón como temerario, quizás por eso su actitud huraña tenía cierta aceptación. La sociedad adopta borrachos lúgubres y rutinarios si son buenos mozos, si lucen mal llaman a seguridad para que los saquen, o al menos para que los vigilen de cerca.

Barlatay, en ese sábado que no era un sábado más, viró en su butaca para no contornear otra vez, para girar entero. Y el bar estaba concurrido pero no atiborrado, sintió un placer casi enfermizo al no chocar sus rodillas en su radio de movimiento. No planeó quedarse mucho tiempo viendo a la chica, la cual no lo miraba en ese preciso instante, sino que bailaba bastante enajenada una canción que él reconoció por haberla escuchado antes, pero que no registraba realmente. No le gustaba lo que hacía, darse vuelta para galantear a sabiendas de que no iba a dar un paso más. Barlatay retornó a su posición anterior, dio un trago más largo que lo habitual a su whisky y lo vació (esto lo supo por el tamaño de los hielos chocando contra sus dientes). Armó un cigarrillo, pero antes de prenderlo decidió ir a rellenar el vaso. Titubeó. ¿Cuántos llevaba? ¿No aprendió todavía que por más whisky que beba no va a hablar con una chica que baila?.

Porque si el guapo Barlatay era observado por una chica taciturna desde algún punto del bar, (y tal vez extraviada), quizás había una chance. No porque fuera a acercarse, todo lo contrario, porque podrían acercarse a pedirle fuego a él, a preguntarle algo como qué tipo de hombre se sienta solo a beber whisky, sobándole la espalda, hablándole cerca. Barlatay recuperaba la calma y se reía por esas veces (que sin estas exageraciones), algo similar llamó a su puerta. Chicas que le hablaron, en situaciones que él pudo, mal o bien, manejar con la máxima naturalidad que le fue provista.

Ya no cabía duda, la chica le daba lo mismo, decidió arrebatado más whisky con agua. Apretó las muelas, porque la mayoría de las veces que tenía que salir de su zona de confort apretaba las muelas, y fue hacia la barra.

Como de costumbre no habló con los bartenders, simplemente esperó a que alguno de los dos lo observe para hacerle un gesto (el cual casi siempre incluía una sonrisa... Que tampoco es Tony Montana). Con sus ojos atentos en los cuatro ojos de los muchachos, y procurando que la torpeza de los que se avalanchaban con los billetes apretados contra esa madera que parecían fornicar no lo perturbasen más allá de lo soportable, Barlatay mantenía cauta la paciencia. Quizás lo que lo fastidió un poco más, al menos esa vez, fue la determinación de esas personas en un sábado que, como bien sabía él, el bar no estaba rebalsado.

Dio un paso hacia la derecha para dejar que los muchachos consigan de una vez por todas sus tragos. Al ver que las bebidas eran de colores (una azulada, las otras dos rozando el rojo), Barlatay entrecerró los ojos y carajeó. Pero unas caderas inoportunas repitieron el carajeo desde abajo, dándole después un pequeño golpecito.

Barlatay nunca va a saber si el hecho de que el bartender le haya acercado su whisky con agua casi de memoria, entre los brazos lunáticos de la muchedumbre, fue perjudicial o intrascendente (se sorprendió, quizás en algún momento había sido visto por la sagacidad del obrero de barra sin que él lo haya percibido). Y apenas si había gesticulado ante el golpecito de la muchacha cuando tuvo que pagar, esperar el vuelto, agradecer... Ya en ese momento la chica estaba acodada de puntillas pidiendo su trago, que acabaría siendo una cerveza en botella. Barlatay, amotinado, decidió volver rápido a su guarida.

Quizás crean que es injusto que traiga a cuenta lo siguiente. Justo en este momento del relato, justo ahora... Pero a diferencia del lugar de los hechos, a mi entender esto puede sumar a nivel narrativo. Porque si fuesen ustedes Barlatay, un tanto incómodos con la situación de esta chica mostrando un leve gesto de interés hacia ustedes, y quisieran volver a su banqueta en la barra lateral del bar, a la tercera de adelante hacia atrás para ser más precisos, y notasen que hay un grupo de seis personas obstruyendo el lugar, como arrinconando a la banqueta para hacerle bullying, y casi de inmediato vieran que una de las chicas de ese grupete se abalanza casi desmayada en esa, su banqueta... Y no pudiesen sacarlos o pedirles permiso porque a más de un chico, si fueran Barlatay, lo habrían sacado pitando, y más de una vez. Pero a una chica que además está rodeada de cinco hamsters exacerbados, y muy felices... Si ustedes fuesen Barlatay, dudarían.

Entonces él tuvo que quedarse de pie cerca de las escaleras, una de las peores cosas que solían sucederle en el bar. Sentía que estar de pie evidencia querer estar de pie, padecía no poder darle la espalda a todo desde esa altura, desde esa libertad de 360 grados, odiaba no poder adentrarse en la madera que sostiene su vaso, no poder sonreír entre las cavilaciones surreales de chicas que no existen (o que existen pero que no harían jamás eso que imagina). Barlatay carajeó de nuevo y de reojo fue con la vista hacia el lugar que tan vilmente le habían usurpado. Por lo general, en situaciones similares, bajaría las escaleras con el vaso, se lo zamparía de un tirón en la puerta de salida, subiría otra vez, se cercioraría de su desgracia... y, o bien se iría a casa, o bien sacaría a los intrusos con su metro noventa y cinco y su áspero semblante.

Barlatay sintió su cuello enrojecido, debía buscar los motivos. La chica seguía bailando, con la cerveza casi llena, el líquido uluante apenas abajo de la parte más ancha de la botella, bailaba y con sutileza lo miraba, hacía en ese momento el paso que eleva las manos alternadamente, algo parecido a John Travolta en “Pulp Fiction” mezclado con el encerar/pulir de Daniel-San (pero con más gracia). Lo miraba, bailaba sobria, o con la elegancia de la sobriedad... Y lo miraba. Barlatay quería saber que lo mejor era tomarse el trago rápido e irse de ahí, pero no lo sabía, y mantenía una lucha interna con su mano, con su boca sedienta y con ese cuerpo de más que no sabe por qué sobra. Hacía lo imposible porque la chica no notara que la veía bailar. Bailaba entera, la blusa blanca que transparentaba un híbrido entre corpiño y musculosa también bailaba. Los anillos bailaban en la mano muy abierta, a la altura de los muslos, como temblando. Bailaba su maldito pelo, padecía Barlatay, desorbitado pero consecuente, bailaba con su cabeza atrasada hasta una sensual corvatura. Y lo volvía a mirar. Bailaban sus muslos arrodillados, minifaldados, bailaba después haciendo alharaca con las dos amigas de turno, riendo todas de una torpeza sexy, sabiendo todas ellas que la torpeza es otra cosa, y Barlatay sintió aún más el ridículo en sus apretadas muelas.

Salió como de un trance, puso una cara acorde y fue hasta el lugar donde aún permanecían la chica y los cinco pigmeos. Fue hacia donde estaba su banqueta.

Sólo dijo “sacala”, cabeceando hacia la intrusa, lo dijo a la argentina, con acento en la segunda “a”, sin importarle si eran eslovenos o peruanos, lo dijo sin violencia pero con una dicción bastante perturbadora... Y todos, los cuatro chicos y la chica, dejaron de reírse y miraron hacia la banqueta de la sexta integrante de la banda. “Yo me voy a sentar ahí” agregó, y la chica de a poco alzó la cabeza, con la cara desfigurada, un tanto indecente. Los cinco la sacaron sin decir nada, en una mezcla de pavor y de desconcierto. Barlatay se sintió un poco culpable, quizás esperaba que le exijan una explicación, de esa manera hubiese sonado más sensata la demanda, porque él había pasado ahí toda la noche, ¿acaso ninguno de los seis lo había notado?, “pendejos del orto”, se dijo, lastimando a la culpa de un whiskazo.

Ya entraban las 3 de la mañana, Barlatay resopló el mal momento y se dispuso a armar otro cigarrillo, luego se alumbró la cara, acercó el tabaco y lo caló bien fuerte, acto seguido giró la cabeza hacia el sitio donde seguían bailando las muchachas, incluída “esa” muchacha. Sintió bajar su propio ceño iracundo en la mirada, que esa vez duró un par de segundos más que todas las miradas tartamudas del resto de la noche. Vio como la muchacha que seguía revoloteando perdía la sonrisa, hasta el punto de desaparecer casi por completo. Después ubicó la mirada en las otras dos, se alternaba entre una y otra, hasta que ninguna de las tres casi sonreía. Se aseguró la ausencia total de gracia, rehizo el giro y caló de vuelta hasta el fondo de sus pulmones, tiró el humo y acabó el whisky de dos largos tragos.

Pasó un rato más entre tres cigarrillos, el cenicero no estaba tan mal después de toda una noche, en el ínterin fue hasta la barra una vez más con su mirada casi hacia adentro. Luego de un tiempo tan indeterminado como agradable, se paró y fue hasta la salida, sentía adecuada la hora de volver a casa. Las chicas ya no estaban detrás de él, en algún momento se habían ido del bar, pero Barlatay no había vuelto a mirarlas, y como tampoco giró la cabeza en ese efímero camino hacia el primer escalón, no se dio cuenta si estaban o no, pero no lo calculó, incluso está de más decir que le dio lo mismo. A mitad de las escaleras, ebrio en su burbuja, y francamente sin seguir una línea de pensamiento, tarareó la versión de “El baile oficial” que solían dedicarle sus amigos: “La policía - no baila, gobernador - no baila, mi profesor - no baila... y Barlatay... no baila!”.



viernes, 9 de octubre de 2015

Los sueños y los despiertos


Los sueños de la quiniela se acomodan en un punto arrabalero, no sé bien por qué, pero me resultan una especie de tango tartamudo:

00 Huevos
25 Gallina
50 El pan
75 Payaso
01 Agua
26 La misa
51 Serrucho
76 Llamas
02 Niño
27 El peine
52 Madre
77 Las piernas
03 San Cono
28 El cerro
53 El barco
78 Ramera
04 La Cama
29 San Pedro
54 La vaca
79 Ladrón
05 Gato
30 Santa Rosa
55 Los gallegos
80 La bocha
06 Perro
31 La luz
56 La caída
81 Flores
07 Revólver
32 Dinero
57 Jorobado
82 Pelea
08 Incendio
33 Cristo
58 Ahogado
83 Mal tiempo
09 Arroyo
34 Cabeza
59 Planta
84 Iglesia
10 La leche
35 Pajarito
60 Virgen
85 Linterna
11 Palito
36 Manteca
61 Escopeta
86 Humo
12 Soldado
37 Dentista
62 Inundación
87 Piojos
13 La yeta
38 Aceite
63 Casamiento
88 El Papa
14 Borracho
39 Lluvia
64 Llanto
89 La rata
15 Niña bonita
40 Cura
65 Cazador
90 El miedo
16 Anillo
41 Cuchillo
66 Lombrices
91 Excusado
17 Desgracia
42 Zapatilla
67 Víbora
92 Médico
18 Sangre
43 Balcón
68 Sobrinos
93 Enamorado
19 Pescado
44 La cárcel
69 Vicios
94 Cementerio
20 La fiesta
45 El vino
70 Muerto sueño
95 Anteojos
21 La mujer
46 Tomates
71 Excremento
96 Marido
22 El loco
47 Muerto
72 Sorpresa
97 La mesa
23 Mariposa
48 Muerto que habla
73 Hospital
98 Lavandera
24 Caballo
49 La carne
74 Gente Negra
99 Hermanos


Tienen olor a mate cocido, pueden leerse como vino en pingüino de cerámica, como polvo sobre los muebles. Se apoyan sobre manteles plásticos a cuadrillé, silbando bajito, entre religiosos suspiros de señoras que suelen hacer ñoquis caseros los 29.

Cien imágenes variadas, etéreas, subjetivas... y etcéteras, que no caben en esta oración.

Llaman la atención Santos y Santas (tantos que ni los enumero). Se beatifica Cristo, Iglesia, Virgen (que al no tener artículo suscita dudas, pero no creo “correcto” explayarme precisamente en este párrafo). Reza un Cura, El Papa, La Misa... Pero aunque me parezca un tanto grotesca la cantidad de sueños eclesiásticos, por otro lado es lógico... La suerte cree en Dios, por sobre todas las cosas.

La bocha reemplaza al fútbol (desde un punto de vista deportivo, sin rebusque de “cabeza”), el arroyo al dique, la ramera a la prostituta, mientras que los gallegos marcan una época. El jorobado bien podría ser el ciego (no es un ejemplo antagónico, sino más bien cotidiano), la gallina bien podría ser el pollo, el revólver la “pistola”, el barco el avión, o por lo menos el velero.

Hay varias ramificaciones, por lo cual es lógico que algunos sueños abarquen más de un terreno, y otros ninguno fuera del azar naturalmente dicho. Lo que sí me parece digno de recalcar, es que si bien están titulados por el evidente hecho de soñar con alguno de ellos, cierto es que elegimos jugar por situaciones casuales dentro de la vida despierta. Abarcan lo que se sueña, y lo que se vive, y yo presumo que fueron concebidos con esa idea dual.

Pero no puedo dejar de repetir que siento una milonga disgregada al leer una y otra vez las menciones. La gallina se me aparece en un campo de hace tiempo, el perro y el gato callejeros, buscadores de fortuna entre lo que nosotros llamamos basura. La mesa es un tablón dominguero, la escopeta está escondida para ahuyentar rufianes, las flores son llevadas por un amante de sombrero. La pelea es en un ring, en un polideportivo que permite fumar. El pan no puede... simplemente no puede ser pan de molde.

Me encantan los sueños que se hacen cargo de su melancolía temporal sin necesidad de análisis: La yeta, excusado, ramera, la bocha, o la lavandera. También me gusta que no todos lleven artículo (no así para redactar este texto), pero en eso preferiría ahondar más adelante.

La muerte es recurrente, quizás porque el juego puede salvarnos, tanto o más que la fe, y yo no sé si poner comillas en “puede”, en “salvarnos” o en “fe”. El muerto, el muerto que habla, el muerto sueño (de palabra a palabra, sin intermediarios, una de tantas incógnitas que pasean por mi cabeza). Tres muertes que se personifican en un ser puntual, aunque no en la muerte per se, y no sé qué decir al respecto, o no sé si valdría la pena decir algo.

Las comidas no tienen elaboración (bueno, salvo la manteca y el pan, pero me refiero a elaboraciones tipo ravioles, locro o empanadas): los huevos, la carne, los tomates, la leche, el pescado y el aceite. No estaría mal que aparezca el mate, de hecho no entiendo su ausencia, como la del café, el azúcar, o la sal.

No sabía en qué momento empezar con la abstracción, y ya no puedo esperar... voy. Cierta abstracción es la que me permite divagar, y si hablamos de una apuesta romántica, se trata de volar con unas alas largas y pesadas que se mueven lentamente. Palito, cabeza (sin artículo, me encanta), la carne (de tan obvio se me aparece complejo), la luz, gente negra (sublime), el payaso, agua (porque aparece inundación, por lo que la complejidad es más que posible), el balcón (y esto es más bien personal), la caída, humo, o el miedo. Ya sé que la abstracción es un tema ambiguo, pero de eso se trata un poco, de usar la imaginación para sospechar qué hizo que un tipo juegue al palito, o a la luz. Otra vez, no se trata sólo de soñar con algo, sino de lo que vivimos estando despiertos ¿Qué tiene de abstracto el humo? Bueno, sin dudas que lo mismo que puede tener la gallina si nos ponemos cabeza abajo, pero el humo acarrea otras propuestas, no sólo la de un cigarrillo o la de un incendio... que para algo tiene su propia casilla. El humo puede significar la angustia, el arrepentimiento, o por qué no el engaño de su amante (no de su novia, ni esposa... a-man-te).

Así caigo en la mujer y en todas las derivaciones familiares, el tema de citar (más) abstracciones lo sigo después, quizás sin precisión, sino más bien en una especie de enfermedad de escritor mediocre, a salpicones. En fin, lindo cuadro familiar: madre, niño (sé que no es hijo, pero igual aplica), sobrinos, casamiento (ídem niño), marido, médico (es la profesión del marido, qué le vamos a hacer) y hermanos. No están ni los cuernos ni el divorcio, el primero se me hace un ausente, casi me suena a que simplemente se lo olvidaron... Iba a citar a la fiesta, pero de momento me guardo ese placer literario.

De más está decir que la poesía no se ha ausentado de mi querido amigo invisible. Porque... no tengo idea del origen de los “sueños”, y a decir verdad no sé si quiero saberlo antes de terminar este pequeño texto, quizás sea de una verdad tan rotunda e irrefutable, o de una simpleza tan decepcionante que me arruinaría este grato momento (aunque por otro lado me niego a admitir que pueda existir dicha simpleza).

Decía, lo poético, y si bien puedo intentar mantener la naturalidad de la expresión, de no hacerlo pretendo ejemplificar.

Soldado, ¿ex combatiente, o de plomo? Quizás extorsionado joven argentino que dejó a sus novias para pelear una batalla de barro y de frío.

La niña bonita, qué bárbaro, qué adjetivo. La niña bonita era jovial, ya a estas alturas ha abandonado la cinta en sus cabellos, ahora lo lleva corto, como la mayoría de las abuelas que dejaron pasar el tiempo sin que crezca la desazón.

El barco (este es el más personal). El barco es despedida, nada tiene que ver con la pesca ilegal de ballenas en la costa nacional, el barco es un viaje largo que va a sopesar los recuerdos de la despedida, es el vaivén estomacal acompañando al mar, el barco es el horizonte amarillo de un sol abandonado.

Llamas estuvo trastabillando entre mis candidatos, pero ya lo dije, la existencia del incendio nos invita a darle otro peso, al igual que el que se le puede dar al humo. Las llamas no son necesariamente pasión, aunque sí son fuerza visceral, que no es lo mismo, porque la pasión quema desde todos lados, y estas llamas queman desde adentro, sin que se vean los daños.

La lluvia y el balcón escriben su propio poema (abstracto, poético, suicida), yo los dejo de la mano, y no pueden negar que lo ven a ese tipo, apoyado en la baranda mientras el agua solloza desde el abismo del techo taciturno (y algo barroco).

Las piernas, quizás otro ejemplo personal, porque las veo cruzadas y desnudas, con tacones cansados de bailar. Y no hay ganas de imaginar quién las porta, sólo esas piernas son capaces de escribir una novela.

No llevo un orden, sino más bien un desorden, pero era mi idea, mala tal vez.

Hay otros animales (además del perro y del gato, delincuentes del basural de calle Suipacha), caballo, víbora (ambiguo, claro), mariposa o pajarito... Pajarito, qué decir de este diminutivo tan “canario”, tan jaula en el jardín del patio interno de un caserón de techos altos. Es, sin dudas, otro evidente condimento tanguero. Hay un insecto también: lombrices (no gusanos, por lo cual no puedo dejar de imaginarme la relación con la pesca, otro gran ausente). Concluyo este inciso con la rata, y con esa articulación selectiva.

La Rata”, aunque “Lombrices”. “La cama”, por ejemplo, tiene también ese peso que da el artículo, así como esa impresión de estar hablando como un personaje de Roberto Arlt. El pan, el vino, pero, sorpresa (sorpresa, sí, no es que quiera sorprenderlos, uno de los sueños es “sorpresa”). Las piernas, y acá puede verse como influye la presencia o la ausencia dado el caso. Y de nuevo, cuando me expliquen la procedencia de estos detalles (porque dudo que sea aleatorio)... lo más probable es que me ponga triste. Escribir esto con la virginidad sensorial me da un placer que sin dudas me va a ser arrebatado como un piñón de realidad. El peine es otro ejempo tan articulado... como inexplicable su articulación ( no así la luz, donde se evidencia nuevamente algo “divino”).

Por otro lado, yo creo que hay algunas propuestas de por sí apostadoras, unas que ya lo llevan en su linaje morfológico, dentista es un metódico ejemplo, anillo es otro, pero la situación de anillo me inclina hacia un camino más desesperado, una apuesta menos asidua y más drástica, digamos más “divorciada”. Tengo algún detalle más conciso sobre los sueños apostadores, pero lo postergo.

Ahora el evidente, párrafo aparte. Dinero, que desparpajo ensartar a uno que corre con ventaja... Iba a ayudarlo con vicios, pero incluso este lo mira desde abajo (admito que me fastidia el constante esfuerzo narrativo que hago por diferenciar los que llevan artículo de los que no).

El miedo, la poética aversión que nos hace morir un poco cada día, qué linda es la tragedia caramba. Ladrón, desarticulado, por parecer que es un imperativo, uno que increpa, como el “ratero” del Chavo del 8, ¡ladrón!. La fiesta, otro momento que parece una historia por sí misma (les dije que volvía por este sueño). Acá el concepto se alarga, es una fiesta, con esas piernas largas, en ese casamiento que nombraba más arriba, pero esta fiesta termina mal, y no es fatalista la observación, sino que termina sin cambiar la vida de los invitados. Vasos dados vuelta, luces altas para avisar que la oscuridad, esa que proporcionaba oportunidades para terminar con la soledad de las camas de dos plazas y de un solo ser humano, se ha acabado irremediablemente. Pierde la gracia el cotillón, se ve ridículo; acodados en las mesas se miran los sobrevivientes sin esperanzas, caballeros ya borrachos se ponen los sacos, afligidos por la imagen que tenían de las seis de la mañana, cuando esos mismos sacos, estaban en las espaldas hipotéticas y destempladas de alguna de las chicas que todavía no se ha casado. Todos van a jugar a “la fiesta” el domingo siguiente, ellos y ellas.

El tipo hipotético podría rara vez jugar al serrucho, exótico y limitado sustantivo, o a la zapatilla (este último artículo es cosa mía), zapatilla extraviada de su compañera, que por algo no está en plural. El supuesto individuo jugaría al borracho, a ese adjetivo que sabe combinar las risas con la tragedia, sucede que el número que lo acompaña le recuerda a su cumpleaños. Porque claro, y será que me parecía inútil hacer alusión a esto: pero hay un número atrás de cada sueño. El loco es un loco verdadero porque está adjetivado, porque tiene-que-estarlo, de hecho no me extrañaría que él mismo venda números de quiniela por las calles. Por ejemplo, el loco coincide con la fecha de mi nacimiento, y eso, repito, indica que no siempre se juega con lo que se sueña, sino con lo que se vive (a menos que estuviese loco y que soñase con otro loco). (No estoy loco).

Los malditos también merecen párrafo aparte, lugar común acertado, observen esta historia: enamorado, pelea, sangre, incendio, ahogado, cuchillo, la caída (porque no me digan que es algo parecido a un tropezón), hospital (me cabe justito, quizás no amerita), llanto, cementerio, desgracia, la cárcel, excremento... si hasta parecen hermanos de un mismo cuento de Bukowski.

Hay varios sueños que me dicen... nada (por ahora, y quizás la vacuidad se extienda hasta el final del texto): anteojos, planta, linterna, el cerro (éste me resulta particularmente incoloro) o piojos. Todos estos, no sé bien por qué, me parecen destinados exclusivamente a acertar a la quiniela, y los otros sueños son mucho más que eso, pero no se me ocurre nada más que haber necesitado una linterna en un apagón para jugarlo a la mañana siguiente. O, ¡Rosa, el nene tiene piojos, mañana jugale al 87!.

Con eso último no quiero desprestigiar ninguno de los sueños de mi amigo imaginario, además hay que rescatar que hoy, con la globalización, habría estudios para que cada uno de ellos esté pensado para jugar con mayor asiduidad, harían cualquier cosa para hacer el juego más recurrente, y él lo ha logrado sin la presión de una multinacional. No por nada eligió los tomates y no los alcauciles, el perro y no el oso hormiguero, y eso es sólo por citar dos ejemplos.

He llegado al final, a propósito, el individuo no es un personaje de este escrito, es un sinsentido para este texto (y un claro ejemplo de mi sin-sentido común para la estructura literaria)... Pienso llamarla la “lista de un tipo” , no me pregunten por qué (ni tampoco por qué uso tantos paréntesis para hacerme el gracioso). Asimismo voy a procurar mantenerme ignorante sobre los orígenes de esta lista o del autor de la misma, porque es dicha. Y punto.

Hela aquí, un tiempo después, con los conventillos convertidos en viajes de intercambio, con la mezcla de sueños y de vivencias, con las cartas hundidas en los emails, con más ateos que religiosos, pero sobre todo con los deseos atemporales de tomarme una ginebra con el autor de los maravillosos sueños, propiedad de los que quieren un poquito... un “cachito” de suerte. Nada de “tablet”, o de “megas”, que sea de esta época, casi como de aquella, como aquella pudo parecerse a esta época, casi parecida a la tenebrosa época que se nos viene. Mi lista, la lista de un tipo:

00 La mirada
25 Desvelo
50 El semáforo
75 Los bizcochos
01 Batería
26 La puteada
51 Toco madera
76 Trámites
02 Gemelos
27 Muy salado
52 El candado
77 Mosquitos
03 Los mocos
28 Olvido
53 Abrojo
78 La esquina
04 Vegetariana
29 Cuadro torcido
54 Coca sin gas
79 Sin dientes
05 Siesta larga
30 La nostalgia
55 Papel de diario
80 La sombra
06 Rocky Balboa
31 El bondi
56.Gotera
81 Cucheta chillona
07 Sonrisa de lado
32 Beso con lengua
57 El pelo
82 Las islas
08 El enchufe
33 Papelón
58 El bar
83 Pileta
09 El delantero de área
34 Blanco y negro
59 Mal aliento
84 Cerrajero
10 Primera vez
35 Valija abierta
60 Cortadito
85 Botones
11 Erección
36 El perfume
61 Mal olor
86 La mano
12 Tarjeta de crédito
37 Dolores
62 Hombre llorando
87 Aspirinas
13Ventilador de techos
38 Mejor amigo
63 Los vecinos
88 El pochoclo
14 Frazadas
39 Desayuno
64 Pezón
89 Con rueditas
15 El pelado
40 La columna
65 Las pilas
90 Pinturas
16 La canción
41 Crisis
66 El Diablo
91 Los puchos
17 Estornudo
42 La manguera
67 Detergente
92 Cartero
18 Sed
43 El control remoto
68 El patiecito
93 Milanesas
19 Los globos
44 Las agujas
69 Guiñada
94 El Diego
20 El asado
45 El susto
70 La jubilación
95 Lapicera
21 Cáscara de banana
46 Pinchadura
71 Orientales
96 Al revés
22 Ravioles
47 El vuelo
72 Cajón vacío
97 Los colmillos
23 El foco
48 Alambre de púas
73 Sin teléfono
98 La plaza
24 Yerba lavada
49 La mancha
74 El incienso
99 Una tal Ana










miércoles, 12 de agosto de 2015

Casi casi...


Las canas del tiempo se niegan a teñirse el pelo, el pelo me tira de la cabeza, la cabeza confirma que el corazón ha muerto. La muerte que se cruza de piernas, las piernas mal puestas en mi cuerpo, medio cuerpo de ida y de vuelta. Las vueltas que dan mis ojos alrededor de la vida, la vida que husmeó el movimiento de la muerte en busca de su sexo, el sexo que mantuvieron mi cabeza y mi corazón antes de que el corazón muera, la muerte estampada en una camiseta hipotética, la camiseta rasgada de un niño que hablaba solo, la soledad amenazada para que alguna sonrisa tenga sentido.

Algún sentido buscando a los otros cuatro, ligar todas las manos un cuatro de copas. La copa astillada con vino que de manera inexplicable no me corta los labios, los labios del corazón si se lastimaron y susurraron entre burbujas de sangre, y esa sangre rodó a causa del niño perdido.

Le pregunto a la cabeza si alcanzó a oír al corazón antes de que muera. “La muerte me distrajo con su sexo”, dice. Tengo sexo con la vida, bífido, pensando en el placer y en la frase murmurada, si la frase tuvo algún sentido, el sentido del cuatro de copas se me viene a la cabeza, la cabeza dentro de mi cabeza me asegura que en esta vida lo voy a ligar todas las manos. Con las manos he mutilado a la vida, la vida mutilada con la copa astillada, “la copa estaba sana” había dicho el corazón, lo dice la vida antes de tener sexo amable con la muerte. La vida, aunque mutilada, se ríe a las caracajadas.

Me obligan a mirar, miro porque las desafío, el desafío es que no ruede ni una lágrima, las lágrimas casi explotan en la muerte porque ha perdido protagonismo, la muerte envidia el placer sórdido de la vida. ¡Basta!. El silencio explota con el grito, mi voz derrumba el silencio sorpresivo... Despacio alejo el cuchillo, mi garganta queda con un pequeño asterisco rojo. Basta, la mano hace temblar el metal y su brillo. Basta, suelto de a poco mis muelas narcóticas rogando quedarme dormido.

martes, 16 de junio de 2015

Sentado


Me he sentado justo detrás de la imposibilidad de nuestro cariño, me acompaña una quietud que confunde, que premoniciona un tiempo tan estirado y pegajoso como un chicle viejo.

Presencio otro amanecer que pasa fugaz por el medio de la ventana, juego a adivinar las horas, los momentos innecesarios de los demás. Quizás la silla ruge un poco entre mis cavilaciones, pero yo no puedo administrarme, y entiendo que de existir un camino yo no sabría avanzar, siendo esto casi peor que no poder moverse.

Estoy sentado en esta resistencia terca, preocupado porque lo que debería hacer para ponerme de pie, me suena como un trabalenguas checo, me revienta los ojos, me agobia. Sobre todo porque los esfuerzos más elementales buscan energías entre mi tristeza revuelta, descalza, tristeza mal condimentada, tristeza milimétrica.

No puedo alejarme de la perfección hipócrita, de la sonrisa pausada, tampoco puedo acercarme a los errores que fueron evidentes o a las lágrimas recicladas. Estoy sentado en una idealización magnética que le quita gravedad a mi cuerpo, que lo vacía. Y ahora, cuando la claridad del día se atenúa, es el dolor más rancio el que me garantiza que no debería haber tanta tragedia en la ausencia.

Mi vida en condicional se cruza y se descruza de piernas, mientras un acto reflejo me obliga a bostezar de cansancio manchado con pena. Ya la ventana me advierte que otra vez el sol se va a despedir a secas.

Ya no sé si es confortable, ya no sé si el respaldo de la silla es aquel último abrazo de eternidad y de vísceras, me da igual saber cuál de las patas desequilibra mi paciencia, porque la sensatez y la noción se empujan y se marean, porque nuestras vidas deben devolver esa que era mía, pero sin que la cuenta regresiva se reinicie cada vez que me acomodo en tu risa.

El silencio de la noche se resquebraja y empieza a temblar, ¿en qué momento llegué a este rincón tan primitivo, tan bajas calorías?. No diferencio el ruido de tus pasos con el eco de la lluvia, ni siquiera viéndola resbalar por el vidrio, ni siquiera ante el suspiro convencido.

Estoy sentado, acá sigo escondido tras tus cejas, acodado entre mi cabeza y mis rodillas. Sospecho que la lógica tiró mal la cadena, que al color del futuro se le fue el gas, que extrañarte es como un reloj de arena recostado, que las metáforas han hecho de esto otra mala poesía, que lograré estar de pie únicamente si el olvido se alimenta, si mastica despacio, si nos traga sin tanta culpa.  

sábado, 11 de abril de 2015

Àstrid Bergès-Frisbey

Buenas tardes señorita. O buenos días. Buenas noches no creo, porque cuando la imagino leyendo esta carta es de día. Usted se me presenta de día... Las nubes alérgicas al viento, un solazo que no sabe evitar su ventana para que esté contenta. De noche no creo.

Pensará que estoy loco, pero si algo me encanta no es obligatorio que haya dos partes, y digo encantar en el sentido mitológico. Encantar no es que me guste mucho, es que me abra la imaginación hacia sus sabores preferidos, hacia la música que la eleva, hacia la posibilidad de que usted esté leyendo esto con la necesidad de unas gafas.

En fin.

Las cartas se escriben para mandarse, o al menos son escritas ante un remitente casi inevitable. Así, entre el juego ridículo que me planteo, voy a padecer una evidente bipolaridad en el transcurso de estas letras: Una personalidad asustadiza que reprime por la certeza de que usted lea esta carta; y una personalidad obstinada que se relaja porque sabe que las posibilidades no son remotas, sino que son trágicamente nulas.

A la parte optimista voy a llamarla realidad, mientras que a la otra fantasía. Una ambigüedad estúpida, ya lo sé.

Supongo que ambas partes irán desvistiéndose de manera implícita, de a ratos sugerir que me lee, de a ratos que no, pero sin hacer lo que estoy haciendo en este párrafo.

Acabo de tener un cosquilleo ante el hipotético caso en donde usted y esta carta se ven frente a frente. Fue como un empujoncito para seguir escribiendo, y no al contrario como yo pensaba... No sé, quizás no esté tan mal escribirle a pesar de todo. Y todo puede ser nada. A pesar de nada.

Le cuento que hace un ratito, en el meollo de una de sus películas, casi que pasé zozobra por el hecho de que usted exista sin viceversa. Pero no por un fanatismo de fotos en la pared de mi cuarto, ni de persecuciones virtuales, ni de sueños absurdos. Supongo que se trató de una tibia desazón, como la luz de un velador, cabizbaja, apuntando de cerca hacia la mesita de noche.

Rapidito me di cuenta que podría imaginarme algunos de los colores que la acompañan.

De más está decirle, ¿estará de más?, bueno, le digo que si no acierto no se lo tome usted a mal, no quisiera que los vaivenes de mi imaginación resulten calumnias o injurias sobre su vida.

Es políglota, lo sé porque usted nació en Barcelona, dato obtenido en la base de datos de las películas de internet, esa juguetería de hipervínculos cinéfilos que aloja un tobogán infinito de curiosidades (sólo quise saber dónde había nacido y su fecha de cumpleaños, no me pregunte por qué, y encontré linda casualidad en que usted también hable el castellano), entonces además de las lenguas de España y de Catalunya, está el inglés, porque una película que interpreta es de habla inglesa, y la otra, la que estaba viendo hasta empezar esta carta, es hablada en francés. Respecto a esta obviedad para cualquiera ordinaria, yo reflexioné bastante, porque presiento que debe tener un acento excitante e indefinido, deben haber palabras que quizás pronuncie con una gracia exclusiva, mezcla de erres francesas, de cafés en Montpellier, de estudios intensivos en Boston, compitiendo vaya a saber con qué compañera de clase, quizás con una chica rubia y ensombrecida que sin ser mala persona no supo lidiar con la competencia. La niñez intachable en alguna casa de veraneo en las afueras de Puigcerdá, entre un catalán abierto y un castellano ambiguo, se ensambla otra vez con los exagerados modismos orales de Chicago, y yo que mejor paro este párrafo desmedido.

Pero es que usted habla el inglés y el francés como si no fuese una cuestión de aprendizaje, sino de tránsito. Con respecto al castellano no lo he oído de su boca, tampoco al catalán... Pero ir y venir entre las hipótesis me acomoda en una zona confortable, porque a usted si quiero la Googleo con firmeza y se acabó esta carta, al menos como está pactada hasta ahora. Porque si me obsesiono con usted, si la doy vuelta y le estrujo toda la información que encuentre por ahí, si pregunto o si veo fotos de su infancia en alguna otra página de internet, si hago todo eso y después... recién después escribo una carta, además de un mal escritor, sería un mal poeta.

Ahora, con el poco tiempo que pasé con usted separados por mi computadora (qué gracioso, decir que sólo nos separaba la computadora), primero con aquella primera vez que la vi trágicamente mutilada por un ascensor, y con esta segunda vez, donde un aviador le roba el corazón a la hija del pocero que interpreta (al menos hasta ahora), decido escribir esta carta. Escribir... escribirle. Aunque me cueste debería remitirme a escribir.

Y yo llegué a saber que trabajaba en “La Fille du Puisatier” porque al querer ver la ópera prima de Daniel Auteuil como director, di con usted por transición, “¡mirá quién es!”, me dije antes de ojear su perfil en IMDB. La otra película es más nueva que esta, pero hace poco conseguí el film francés y ahí supe... Ay ay ay... Esto no es escribir una carta, esto es escribirle, hablo de mí como si sirviese de algo, como si pudiese leerla, ya sé, esto debería haber sido un cuento. Ahora, casi a punto de releer y borrar estos últimos párrafos, me digo que no. Que mejor hago de cuenta que es mi último papel en blanco, como si fuese esta la época francesa aquella, caminar esta tinta virtual sin reflexionar en la prolijidad...

Entonces, con respecto a usted. Us-ted. Si lo que yo quiero es halagarla, no excusar mi comportamiento. Caramba... sepa disculpar, sucede que nunca antes le había escrito una carta a una mujer que no me conoce. Pero con la sonrisa que la decora, ¿a quién le importa si me conoce? ¿Estará al tanto de que su risa es injusta? Tal vez sea una percepción mía, ya sabrá qué sucede cuando a uno le han activado la química sentimental, la cosa es que cuando la veo reirse tengo que entrecerrar los ojos para preguntarme si acaso a esa risa no la he visto antes, en algún momento de mi vida en que presiento que fui muy feliz. Y es la dificultad de lo que me genera lo que me ha llevado a estas letras. Porque es la risa la que me prohíbe pensar que usted no analiza que la alegría de los perros, mediante el movimiento de la cola, no admite hipocresía; que es imposible que usted no enjuague una taza en casa de su amiga, si ésta le ha invitado un café con leche de avena. Es la risa la que me permite salir de la realidad para entrar en la fantasía, alternarlas, saltar de un lugar a otro recordando la cara que pone usted cuando abraza al aviador, tan hace un ratito, cuando le dice que lo quiere.

No me perdí en la tragedia de sus personajes, ¿se lo dije ya?, creo que no se lo dije, pero es que cuando algo nos parece importante en el meollo de una carta, sentimos que ya lo dijimos, y en la primera película en que la vi pavada de tragedia, y en esta espero equivocarme. Pero no es por la tristeza de sus interpretaciones que le escribo. Primero que no la imagino sufriendo, quizás sufra de vez en cuando (y “quizás” por ser optimista, que el sufrimiento tira piedritas en todas las ventanas), pero sería un cobarde si ya a primeras la supongo triste, lo menos que puedo hacer es iluminarla en letras de las que soy dueño. Segundo, de verdad espero que no sufra. Tercero, también.

Es que la imagino una persona blanda. Casi que debería escribir personita. Y sé que puede ser mi proyección avasalladora... Pero es el sentido de esto. En realidad no escribo una carta por cada señorita que veo dos veces en la calle. Pero claro, a ellas no puedo pausarlas en el medio de su risa. O de su cara triste a punto de un abrazo.

Pero vuelvo a su sensibilidad... Es experimentada, ha aprendido a ser sensible, que no es cosa fácil, y hasta me gustaría preguntarle cómo lo ha hecho, o cómo se hace si es que existe alguna técnica. Por eso le digo, las cosas que imagino trascienden de lo que me ha mostrado la fantasía, y cuando digo fantasía quizás digo realidad, porque me refiero a la actuación, porque aunque interprete esos roles con excelencia, más que en sus papeles la veo saliendo del set de filmación abrigada hasta la médula, preocupada por no llegar a tiempo al bar donde la esperan para cenar, y la realidad ahora es esa. Y mire qué más le digo... Imagino que la puede estar esperando su novio norteamericano o incluso eslovena. Lo único que le faltaría a mi realidad es aseverar que usted no tiene pareja. Ese no es un tema mío, un encanto, le repito, no requiere dos lados; tampoco es cosa mía esa risa determinante que tiene cuando pide disculpas por el retraso... Le dije antes que tal vez sólo para mí esa sonrisa sea una injusticia, pero eso no significa que no se adueñe de otra manera de cada persona que la haya visto reírse. Incluso el americano, incluso la eslovena, usted tiene permitido casi todo percance si pide perdón de esa forma.

Y ya está, ¿ha visto que no era tanto lo que tenía para decirle?.

Lo que me gusta de haber hecho esto es saber tan poquito, las musas deberían ser todas así, “casi imaginarias”. No del todo como las chicas bonitas que pasean por la calle... Casi.

Tampoco me preocupa mucho publicar este texto para que cualquiera lo lea (usted no, que no soy tonto), quiero decir que lo voy a hacer sin que la fantasía ni la realidad me tiren del brazo. No voy a analizar mucho, las cartas de un devoto (o de una devota), aunque en realidad no suceda, deberían escribirse casi sin alzar la vista. Pero como la tecnología creó una tecla rectangular arriba a la derecha que no deja huellas, vale la pena aclarar que llegué casi corriendo al final de este texto, sin intenciones de corregirle muchas cosas.

En fin, yo me voy señorita, que me ha quedado su película pausada. Usted justo abraza a un muchacho diciéndole que lo quiere, y antes de poner la carta en un sobre, de manera metafórica; antes de volver a lidiar con la fantasía y con la realidad, antes de cavilar en absurdos... Empiezo a sonreír también. Me da risa, soy un bobo... Acabo de escribirle una carta a una muchacha famosa de manera hipotética, y me digo, “esto se publica así”, mientras prendo el típico cigarrillo cuando se apaga la lapicera entre los restos de la risa, y me repito : “Esto se publica así, y de título el nombre de ella”.






domingo, 29 de marzo de 2015

Lo que vende Antonio


Veeeeendo, gritaban los altoparlantes de Antonio, veeeeeendo, ronco el de la derecha y gangoso el de la izquierda. Veeeeeendo... La siesta iba despacito, casi atrás de un silencio que podría imaginarse amarillo.

Veeeeeeeendo, a veces tartamudeaba su camioneta.

¡Veeeeendo zanahorias de seda, relojes de trapo y racimos de escueeeeeela!

Veeeeendo... Rimaba con los versos, hacía estas mismas piruetas.

Muchas señoras lo trataban de loco lindo, que disfrazaba una locura con belleza, decían; que nunca se sabía si hablaba en serio, decían... Pero sobre todo le compraban, que además de curioso era muy barato, entonces casi ninguna señora con un pañuelo en la cabeza, albergue de ruleros y de quejas, quería perderse el show de Antonio, menos sus precios: "No tiene más chico, ¿lo puedo partir al medio? Mire, tengo unas tijeras de tres agujeros que siempre se pelean por los dedos...¿Me lo debe o se lo debo? Deje, prefiero que me lo deba que me pone más contento... No me está quedando mire, también lo que me pide a esta hora, pero hay unas lágrimas de Grecia Colmenares que le van a servir, si si, lágrimas de Grecia Colmenares, ¿buenas?, usted sabe que sí, la última vez que mentí me apareció un candado en la lengua... Mire, tengo una letra h que no para de decir pavadas, se la regalo, porque el secreto de la Coca-Cola se me fue volando... No, no sé si paso mañana. Mire, mañana (esos “mire” no requerían que algo se viera), primero me levanto, pongo la pava, después veo si respiro, que hay días que amanezco con unas branquias terribles, mire, me tengo que meter a la bañadera y no puedo salir hasta que se me pasan. Una barbaridad, sí".

Las señoras lo agarraban del codo profiriendo deidades, luego se reían con esa cara inconfundible, que aún sobrepasada por el disparate se divierte apretando un labio con los dientes.

Antonio se volvía a acurrucar en su asiento y hacía bramar “la chata”. La butaca era más bien un sofá, bien profunda y mullida. De a poquito el cuchicheo de las damas se iba sintiendo solo, y a coquetear a la próxima cuadra...

¡Veeeendo libros destapados, pepitas símil oro y aceite de oliva promiscuoooo!

Marchaba de calle en calle como haciendo trampa en el Tetris, llevaba el brazo apoyado en la ventanilla abierta, que un tanto pequeña, otro tanto redondeada, lo hacía ver gigante. El cajón de la camioneta iba escondido bajo una manta, que quizás antes fue una frazada, aunque él decía que era “su capa”.

¡Teeeeengo un domingo de sobra, las sobras de un reflejo en el ríooo! ¡Teeeeengo dos gatos encerrados y el encierro bajo llave del fríoooo!

Se reía solo, muchas veces, y contagiaba... Tan dueño de una carcajada “suertuda”.

Un cigarro colgaba de sus dedos dejando una estela finita de humo.

¡Veeeendo alfileres de gancho sinceros, una panza que hace ruido! ¡Veeeeeeeeeeeendo pelos de punta y pelos lacios altiiiiivooooos!

Muchas veces se lo veía medio cuerpo afuera soltando los gritos, la emoción lo ponía colorado y las venas del cuello parecían cadenas.

¡Pooooor Dioooos que venta la de hoydía! ¡Teeeeeeengo un ancho de espadas que emparda, bufandas que padecen cosquillas, una crema de leche suicidaaaaaaa!

Poco a poco iba vendiendo todo, cada día. Algunas cosas las dejaba a mitad de precio o las cambiaba por algo que pudiera servirle de cena. “Mi mujer hoy me deja dormir en la cama doña Morán, mire, tengo que informarle que es-nada-buena usted para los negocios...”.

Los chiquitos ya empezaban a salir, era hora de castigar los portones de las casas con sus pelotas; es que esa hora en que está permitido ser niño no se lleva bien con las siestas, sólo Antonio podía darle alaridos a esa calma silenciosa, quizás para meterse entre los sueños de los maridos de las señoras.

Desde el retrovisor veía el sol más cerquita, o más grandote... y daba los últimos cantos.

¡Veeeendo un abrazo reversible, lo que me queda de azúcar palpable, un jarrón a prueba de críííííííííííos!

Después mentía, casi siempre. Con el mismo verso, casi siempre...

¡No me queda naaaaada señoooooras, no me queda naaaaada! Hoy mi esposa no me peeeeega señoras, hoy no me peeeeeeega! El “pega” se iba corriendo tras la camioneta, como un eco de la vida.

No se sabe qué pasaba dos cuadras más adelante. Antonio nunca era serio cuando le preguntaban dónde vivía:Mire, en el fondo de una ensaladera” o “¿Pero cómo? ¿No sabía usted que la camioneta después de las cinco de la tarde se convierte en calabaza?, no se ría, mire, es de lo más cómoda y sobre todo nutritiva...¿Mi señora? Aparece a las cinco también, sino quién aguanta cuarenta años con esa bruja”.


Hay tantos rumores sobre su vida, no tan histriónicos ni ocurrentes, pero tantos como vecinas curiosas tiene un barrio. Unas pocas dicen que tiene muchos hijos, otras que sólo una hija solterona, muchas que no tiene ninguno. Muy pocas que su mujer existe, otras pocas que lo dejó por un hombre más sensato... La mayoría que no hay algo parecido a un matrimonio, ni siquiera a un divorcio (que celosas son casi todas). Asimismo (y en esto no hay disyuntivas), todas aseguran que sólo entre sus calles pregona las ventas, que Antonio es de ellas... que su Antonio es ex-clu-si-vo.