domingo, 29 de marzo de 2015

Lo que vende Antonio


Veeeeendo, gritaban los altoparlantes de Antonio, veeeeeendo, ronco el de la derecha y gangoso el de la izquierda. Veeeeeendo... La siesta iba despacito, casi atrás de un silencio que podría imaginarse amarillo.

Veeeeeeeendo, a veces tartamudeaba su camioneta.

¡Veeeeendo zanahorias de seda, relojes de trapo y racimos de escueeeeeela!

Veeeeendo... Rimaba con los versos, hacía estas mismas piruetas.

Muchas señoras lo trataban de loco lindo, que disfrazaba una locura con belleza, decían; que nunca se sabía si hablaba en serio, decían... Pero sobre todo le compraban, que además de curioso era muy barato, entonces casi ninguna señora con un pañuelo en la cabeza, albergue de ruleros y de quejas, quería perderse el show de Antonio, menos sus precios: "No tiene más chico, ¿lo puedo partir al medio? Mire, tengo unas tijeras de tres agujeros que siempre se pelean por los dedos...¿Me lo debe o se lo debo? Deje, prefiero que me lo deba que me pone más contento... No me está quedando mire, también lo que me pide a esta hora, pero hay unas lágrimas de Grecia Colmenares que le van a servir, si si, lágrimas de Grecia Colmenares, ¿buenas?, usted sabe que sí, la última vez que mentí me apareció un candado en la lengua... Mire, tengo una letra h que no para de decir pavadas, se la regalo, porque el secreto de la Coca-Cola se me fue volando... No, no sé si paso mañana. Mire, mañana (esos “mire” no requerían que algo se viera), primero me levanto, pongo la pava, después veo si respiro, que hay días que amanezco con unas branquias terribles, mire, me tengo que meter a la bañadera y no puedo salir hasta que se me pasan. Una barbaridad, sí".

Las señoras lo agarraban del codo profiriendo deidades, luego se reían con esa cara inconfundible, que aún sobrepasada por el disparate se divierte apretando un labio con los dientes.

Antonio se volvía a acurrucar en su asiento y hacía bramar “la chata”. La butaca era más bien un sofá, bien profunda y mullida. De a poquito el cuchicheo de las damas se iba sintiendo solo, y a coquetear a la próxima cuadra...

¡Veeeendo libros destapados, pepitas símil oro y aceite de oliva promiscuoooo!

Marchaba de calle en calle como haciendo trampa en el Tetris, llevaba el brazo apoyado en la ventanilla abierta, que un tanto pequeña, otro tanto redondeada, lo hacía ver gigante. El cajón de la camioneta iba escondido bajo una manta, que quizás antes fue una frazada, aunque él decía que era “su capa”.

¡Teeeeengo un domingo de sobra, las sobras de un reflejo en el ríooo! ¡Teeeeengo dos gatos encerrados y el encierro bajo llave del fríoooo!

Se reía solo, muchas veces, y contagiaba... Tan dueño de una carcajada “suertuda”.

Un cigarro colgaba de sus dedos dejando una estela finita de humo.

¡Veeeendo alfileres de gancho sinceros, una panza que hace ruido! ¡Veeeeeeeeeeeendo pelos de punta y pelos lacios altiiiiivooooos!

Muchas veces se lo veía medio cuerpo afuera soltando los gritos, la emoción lo ponía colorado y las venas del cuello parecían cadenas.

¡Pooooor Dioooos que venta la de hoydía! ¡Teeeeeeengo un ancho de espadas que emparda, bufandas que padecen cosquillas, una crema de leche suicidaaaaaaa!

Poco a poco iba vendiendo todo, cada día. Algunas cosas las dejaba a mitad de precio o las cambiaba por algo que pudiera servirle de cena. “Mi mujer hoy me deja dormir en la cama doña Morán, mire, tengo que informarle que es-nada-buena usted para los negocios...”.

Los chiquitos ya empezaban a salir, era hora de castigar los portones de las casas con sus pelotas; es que esa hora en que está permitido ser niño no se lleva bien con las siestas, sólo Antonio podía darle alaridos a esa calma silenciosa, quizás para meterse entre los sueños de los maridos de las señoras.

Desde el retrovisor veía el sol más cerquita, o más grandote... y daba los últimos cantos.

¡Veeeendo un abrazo reversible, lo que me queda de azúcar palpable, un jarrón a prueba de críííííííííííos!

Después mentía, casi siempre. Con el mismo verso, casi siempre...

¡No me queda naaaaada señoooooras, no me queda naaaaada! Hoy mi esposa no me peeeeega señoras, hoy no me peeeeeeega! El “pega” se iba corriendo tras la camioneta, como un eco de la vida.

No se sabe qué pasaba dos cuadras más adelante. Antonio nunca era serio cuando le preguntaban dónde vivía:Mire, en el fondo de una ensaladera” o “¿Pero cómo? ¿No sabía usted que la camioneta después de las cinco de la tarde se convierte en calabaza?, no se ría, mire, es de lo más cómoda y sobre todo nutritiva...¿Mi señora? Aparece a las cinco también, sino quién aguanta cuarenta años con esa bruja”.


Hay tantos rumores sobre su vida, no tan histriónicos ni ocurrentes, pero tantos como vecinas curiosas tiene un barrio. Unas pocas dicen que tiene muchos hijos, otras que sólo una hija solterona, muchas que no tiene ninguno. Muy pocas que su mujer existe, otras pocas que lo dejó por un hombre más sensato... La mayoría que no hay algo parecido a un matrimonio, ni siquiera a un divorcio (que celosas son casi todas). Asimismo (y en esto no hay disyuntivas), todas aseguran que sólo entre sus calles pregona las ventas, que Antonio es de ellas... que su Antonio es ex-clu-si-vo. 


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