Las canas del tiempo se
niegan a teñirse el pelo, el pelo me tira de la cabeza, la cabeza
confirma que el corazón ha muerto. La muerte que se cruza de
piernas, las piernas mal puestas en mi cuerpo, medio cuerpo de ida y
de vuelta. Las vueltas que dan mis ojos alrededor de la vida, la vida
que husmeó el movimiento de la muerte en busca de su sexo, el sexo
que mantuvieron mi cabeza y mi corazón antes de que el corazón
muera, la muerte estampada en una camiseta hipotética, la camiseta
rasgada de un niño que hablaba solo, la soledad amenazada para que
alguna sonrisa tenga sentido.
Algún sentido buscando a
los otros cuatro, ligar todas las manos un cuatro de copas. La copa
astillada con vino que de manera inexplicable no me corta los
labios, los labios del corazón si se lastimaron y susurraron entre
burbujas de sangre, y esa sangre rodó a causa del niño perdido.
Le pregunto a la cabeza
si alcanzó a oír al corazón antes de que muera. “La muerte me
distrajo con su sexo”, dice. Tengo sexo con la vida, bífido,
pensando en el placer y en la frase murmurada, si la frase tuvo algún
sentido, el sentido del cuatro de copas se me viene a la cabeza, la
cabeza dentro de mi cabeza me asegura que en esta vida lo voy a ligar
todas las manos. Con las manos he mutilado a la vida, la vida
mutilada con la copa astillada, “la copa estaba sana” había
dicho el corazón, lo dice la vida antes de tener sexo amable con la
muerte. La vida, aunque mutilada, se ríe a las caracajadas.
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