miércoles, 12 de agosto de 2015

Casi casi...


Las canas del tiempo se niegan a teñirse el pelo, el pelo me tira de la cabeza, la cabeza confirma que el corazón ha muerto. La muerte que se cruza de piernas, las piernas mal puestas en mi cuerpo, medio cuerpo de ida y de vuelta. Las vueltas que dan mis ojos alrededor de la vida, la vida que husmeó el movimiento de la muerte en busca de su sexo, el sexo que mantuvieron mi cabeza y mi corazón antes de que el corazón muera, la muerte estampada en una camiseta hipotética, la camiseta rasgada de un niño que hablaba solo, la soledad amenazada para que alguna sonrisa tenga sentido.

Algún sentido buscando a los otros cuatro, ligar todas las manos un cuatro de copas. La copa astillada con vino que de manera inexplicable no me corta los labios, los labios del corazón si se lastimaron y susurraron entre burbujas de sangre, y esa sangre rodó a causa del niño perdido.

Le pregunto a la cabeza si alcanzó a oír al corazón antes de que muera. “La muerte me distrajo con su sexo”, dice. Tengo sexo con la vida, bífido, pensando en el placer y en la frase murmurada, si la frase tuvo algún sentido, el sentido del cuatro de copas se me viene a la cabeza, la cabeza dentro de mi cabeza me asegura que en esta vida lo voy a ligar todas las manos. Con las manos he mutilado a la vida, la vida mutilada con la copa astillada, “la copa estaba sana” había dicho el corazón, lo dice la vida antes de tener sexo amable con la muerte. La vida, aunque mutilada, se ríe a las caracajadas.

Me obligan a mirar, miro porque las desafío, el desafío es que no ruede ni una lágrima, las lágrimas casi explotan en la muerte porque ha perdido protagonismo, la muerte envidia el placer sórdido de la vida. ¡Basta!. El silencio explota con el grito, mi voz derrumba el silencio sorpresivo... Despacio alejo el cuchillo, mi garganta queda con un pequeño asterisco rojo. Basta, la mano hace temblar el metal y su brillo. Basta, suelto de a poco mis muelas narcóticas rogando quedarme dormido.

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