Ya lo he decidido, y es irrefutable.
Vas a necesitarme, a convertirte en mi
cansancio. Voy a ser el encargado de tu shampoo, de tus medias de
lana para el invierno; seré el absoluto responsable de que te quedes
tranquila, porque aquel ladrido de perro, aquel que llega desde tan
lejos, es un ladrido a salvo.
Lo siento mucho, pero no hay cómo
evitar que nuestras manos se vayan meciendo en un paseo nocturno
y veraniego, los martes te tocará elegir si pescados o verduras, voy
a coleccionar tus sueños, te guste o no, e iremos al supermercado,
quizás los jueves que hay ofertas... Divididas las frutas de las
conservas, atiborrado el freezer con tus miedos, gaseosas abajo, beso
en la espalda de tu cuello y cosquillas en la cocina.
Me comprometí a desafiar a tus
estornudos extraviados, a traerlos de vuelta de las orejas; a que la
siesta me pida permiso para despertarte, a que el café no se anime a
tener frío. Ya está hecho, tu infancia va a estar en el cuarto de
invitados jugando con otros niños pero sin hacer ruido. Conseguí
el tobogán cíclico que no te animaste a pedir en los Reyes del '88
porque te daba vergüenza. Nada de qué preocuparte, las "cascaritas" de maní van a estar siempre en mis dientes frontales, el reloj un poco antes,
el ver-da-de-ro olor de casa como prefieras.
No te esfuerces en revertir esto: Vas a
ir a vestirte, noventa y seis atuendos, reversibles, intercambiables.
Tetris de tela. Mi deber es que sepas que noventa son formidables, que
seis son un milagro y que estoy listo para empezar de vuelta.
Estoy preparado para que lleguemos a la
confitería cuando les “quede sólo uno”, “el último”,
porque tengo compromiso pleno en administrar lo que te alegra, tu
felicidad en trocitos. Perdón por todo esto, pero es mi obligación
que lo sepas.
Si llegás muy enojada por unas nubes
de sobra voy a leer ese cuento que te gusta. Al principio me vas a
golpear fuerte en la cabeza con una cuchara enorme, a preguntarme si
soy idiota, alternando el insulto con un “¿ah?”, diciendo la
palabrota bien lenta; varias veces se va a escuchar el “toc” de
la madera en mi hueso. Mi voz, leal, va a seguir relatando la
historia, me vas a golpear de nuevo sin tanta fuerza porque vas a
percibir que remo a través del odio... Te cambia un poco el gesto,
yo escribo ahora en presente y percibo que se ablanda la carne de tu
cara. Me empujás despacio, si acaso ese es el verbo que aplica; sigo
leyendo el cuento a punto del temblor, porque aunque tu mirada me
hable tengo que concentrarme en la historia y en mis futuros
chichones. Pero al fin estás por permitirme el abrazo, la fiera se
aplaca, el pecho, tu cabeza, casi caliente y cansada, tu respiración
que va olvidando que el mundo es negligente, que no sabe que sos lo
único que importa. Termino de leer el cuento merodeando tus oídos
que casi roncan. “Detestame, censurame, olvidate de mi cada día,
total ya lo he decidido. Y no es negociable”.
Es lo que me toca, cuando enumere las carcajadas no vas a
poder creerlo, me vas a pedir un recibo,para luego darte cuenta que
no mentía, para apretar el orgullo entre tus piernas.
Tengo que ser el índice que eleva tus
gafas por los nervios, la paciencia suficiente para los cierres de
tus chaquetas, el ruido agónico de tu primer mate malhumorado, el
cesto de residuos vacío, la precisión que da vuelta las tostadas,
el optimismo de la sensación térmica, el caramelo de menta.
No te resistas, estoy obligado a
comportarme como el sostén de tu bolsillo que molesta y pesa, como
la trabita extraviada de tu pelo. Te lo digo de otra forma, si te
irrita el humo voy a esconder los encendedores, sino voy a reciclar
ceniceros con la ansiedad que expulsa tu cuerpo.
Sé que suena un poquito avasallador,
parcial, pero el diablo no es el único ángel, ambos aprendimos de
esos clavos de mentira. Con todo el alma te juro, cursi, por eso casi no
lo digo... Aunque no lo termines de entender, ni ahora ni aunque me
lo pidas de nuevo. Va a ser desde tu espalda, desde el volumen de tu
sombra, y no creo en el destino, ni en que algo esté escrito, pero
me vas a necesitar.
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