miércoles, 2 de abril de 2014

La puerta del portarretratos (cuento)

Mi mamá me vivía diciendo que no juegue en el comedor. No sé cómo pero se daba cuenta de que tenía la idea en la cabeza, entonces me advertía, “Qué te he dicho antes Leo, si vas a jugar, en - tu - pieza”, o cosas así.

Pero mi pieza es chica para jugar y tampoco tenemos patio porque vivimos en un edificio.

Además en mi pieza me siento raro, porque para que ni papá ni mamá puedan meterse a veces cierro la puerta, porque entran y arruinan todo cuando me preguntan a qué juego. En fin, cuando quiero quedarme solo y la cierro, me ahogo, como que la puerta abierta me deja respirar mejor. No sé bien por qué será eso.

Sé que no se juega a la pelota donde hay tantos adornos caros y jarrones, y fotos de la familia, casi todas en portarretratos pesados. Con respecto a las fotos mi hermanito es el que más tiene, por lo menos cinco o seis veces más que todos nosotros. Lo malo es que como no pudo crecer todas sus fotos son de cuando era casi un bebé. Para mí parecen todas iguales, aunque a mi mamá no se lo digo.

Ya rompí algo antes de que pasara lo que quiero contarles, un huevo como de cerámica que le había regalado mi abuela a mi mamá. Pero ella ni se dio cuenta, me acuerdo que estaba solo cuando pasó porque mi papá estaba durmiendo la siesta, él duerme mucho la siesta, pero me refiero a estar solo en el comedor haciendo eso que no se hace. Toda la tarde estuve asustado por el escarmiento que se me venía encima, pero creo que hasta hoy mi mamá ni sabe que el huevo ya no está encima del mueble.

Yo no mentí ese día, el del huevo, si es verdad que no dije que lo había roto, y desde lo de mi hermanito que mentir o quedarme callado me ahoga, como el que siento en la pieza mientras juego.

Así fue que seguí jugando ahí, es que me daba como electricidad jugar a la pelota en el comedor, era como feo y lindo al mismo tiempo. Una parte de mí tenía muchísimo cuidado, pero la otra no tanto.

Se imaginarán que no le apunté al portarretratos con la pelota, sobre todo porque de haberlo querido hubiese sido imposible, fue una carambola sin suerte, pero para qué explicarle eso a mi mamá.

Ese día ella llegó justo cuando rompí la foto de mi hermanito, bueno, el portarretratos, las fotos no se rompen. Pero eso a mi mamá no le importó, me gritó llorando, o lloró gritando, no sé bien: “Mil veces te dije que no juegues acá”, “por qué nunca me hacés caso”, y un montón de otras frases que siempre me dice, salvo que esa vez lloraba como lloro yo cuando me encapricho con algo. Mi papá salió de la habitación en pijamas, además de dormir la siesta pasa mucho tiempo en pijamas, creo que la única que trabaja es mi mamá, a él le dieron como unas vacaciones por estar triste. En fin, él le decía que se tranquilice, que a fin de cuentas no era para tanto, pero yo sé que ella tenía razón, no podía jugar ahí y me lo había dicho muchas, muchísimas veces.

Agarró la foto de mi hermanito y se fue a la cocina. Mi papá se le fue atrás andando como cansado, y cuando llegó a la puerta se dio vuelta y me susurró que me vaya a ver la tele a mi pieza. Yo quería recoger los vidrios y los pedazos de marco que habían quedado en el piso pero mi papá no me dejó, dijo que ya lo hacía él. Tenía una cara muy tranquila cuando me hablaba, y el llanto de mi mamá que venía desde la cocina me hizo acordar a la cascada que hay en un río al que fuimos una vez de vacaciones. Me dieron ganas de decirle que no iba a jugar más ahí, pero no sé si podía servir de algo así que me fui.

En la tele había cosas buenas para ver, y a pesar de que me encanta cuando hay tantos programas divertidos al mismo tiempo, no dejaba de pensar en el día en que mi hermanito se me quedó mirando como una hora desde la cuna y yo no dije nada, porque para mí que se hacía el tonto, no me acuerdo en qué pensé durante todo ese tiempo al lado de él, pero seguro fueron tonterías, nada serio. Yo creo que estaba sorprendido de que esté tan quieto. Todavía no sé cómo puede uno darse cuenta que es malo que los bebés se te queden mirando una hora sin moverse. Como no me gustaba pensar en eso, me paré y abrí la puerta que había cerrado para olvidarme del portarretratos.

Con la puerta abierta se escuchaba la voz de mi mamá y de mi papá, y cómo andaban de un lado a otro y recogían los pedazos de vidrio. Pero como les dije, no sé por qué muchas veces me cuesta decidir si prefiero tener la puerta abierta o cerrada.

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