martes, 29 de abril de 2014

Notita para el desayuno

Dijiste que te sentís cómoda cuando te miro un largo rato, “estoy como despacio...” agregaste después. Y usaste el verbo “estar”, quizás eso fue lo más bonito. O la frase entera, no sé bien.

Pero yo de repente entendí que no estás entre mis textos, que no te aceptan, que de hecho te tienen envidia... y apareció la culpa.

No sirvo para esto, sólo sé describir tragedia. Entonces: Basta, “tragidizate”...

Me levanté del sillón con tu frente apoyada en los labios y comencé a pedirte una prosa. Sí, yo a vos.

No abuses del cariño ni de las cosquillas, ¿puede ser?, no seas tan generosa con los besos, no me abraces cada vez como si hubiese muerto alguien.

Ya no tengas ese tacto musical indescriptible, basta de llorar por el jazz cuando estás borracha, ¡ah! y no calces tan poquito en tus zapatos.

No aplaudas con tanta alegría al guitarrista de la Catedral, imperfeccioná tus labios, por favor, deshacé alguna línea de tu ceño, estoy un poco harto.

Será mejor que no amanezcas tan blanda, que no atiendas el teléfono con un “chau”, que no bosteces tiritando.

Necesito más reclamos, por ejemplo, alguna vez mirá el celular cuando te hablo, no entornes los ojos para hacerme burla, dejá-de-decirme feliz cumpleaños a cada rato.

No sepas despeinarte, expulsá esa postura de bailarina en tus momentos de paciencia, y otra cosa, ya no debe salirte tan bien la imitación de aquel cantante italiano.

Dale un respiro al sol, no te cepilles los dientes espumando  trabalenguas, no te ensambles con la lluvia. En un primer resumen, no me hagas sentir liviano.

No hay pilares que sostengan las ardillas que viven en tus manos, perforate las orejas porque a fin de cuentas es moda, y de una vez... revelá el famoso rollo de “24”.

Dejá de inventarte los puntos cardinales, de verdad, no me ganes en los sueños... la imperfección no puede parecerse tanto a la dicha.

Podrían perder la gracia tus notitas en la heladera, tus modales con los ancianos, podrías cuidarme menos de vez en cuando, dejar de esconder primaveras para nuestros momentos malos.

Quitale las rueditas al alma, no encuentres el arte tirado (no puede seguir siendo “suerte"). Y por Dios te pido: Sé más esdrújula para los regaños.

Andá haciéndolo de a poco, no es necesario que sea de golpe, te dejo este papelito al lado de las tazás de café, éste, sí.


Pd: Decepcioname, dale, pensalo...

miércoles, 9 de abril de 2014

Te guste o no


Ya lo he decidido, y es irrefutable.

Vas a necesitarme, a convertirte en mi cansancio. Voy a ser el encargado de tu shampoo, de tus medias de lana para el invierno; seré el absoluto responsable de que te quedes tranquila, porque aquel ladrido de perro, aquel que llega desde tan lejos, es un ladrido a salvo.

Lo siento mucho, pero no hay cómo evitar que nuestras manos se vayan meciendo en un paseo nocturno y veraniego, los martes te tocará elegir si pescados o verduras, voy a coleccionar tus sueños, te guste o no, e iremos al supermercado, quizás los jueves que hay ofertas... Divididas las frutas de las conservas, atiborrado el freezer con tus miedos, gaseosas abajo, beso en la espalda de tu cuello y cosquillas en la cocina.

Me comprometí a desafiar a tus estornudos extraviados, a traerlos de vuelta de las orejas; a que la siesta me pida permiso para despertarte, a que el café no se anime a tener frío. Ya está hecho, tu infancia va a estar en el cuarto de invitados jugando con otros niños pero sin hacer ruido. Conseguí el tobogán cíclico que no te animaste a pedir en los Reyes del '88 porque te daba vergüenza. Nada de qué preocuparte, las "cascaritas" de maní van a estar siempre en mis dientes frontales, el reloj un poco antes, el ver-da-de-ro olor de casa como prefieras.

No te esfuerces en revertir esto: Vas a ir a vestirte, noventa y seis atuendos, reversibles, intercambiables. Tetris de tela. Mi deber es que sepas que noventa son formidables, que seis son un milagro y que estoy listo para empezar de vuelta.

Estoy preparado para que lleguemos a la confitería cuando les “quede sólo uno”, “el último”, porque tengo compromiso pleno en administrar lo que te alegra, tu felicidad en trocitos. Perdón por todo esto, pero es mi obligación que lo sepas.

Si llegás muy enojada por unas nubes de sobra voy a leer ese cuento que te gusta. Al principio me vas a golpear fuerte en la cabeza con una cuchara enorme, a preguntarme si soy idiota, alternando el insulto con un “¿ah?”, diciendo la palabrota bien lenta; varias veces se va a escuchar el “toc” de la madera en mi hueso. Mi voz, leal, va a seguir relatando la historia, me vas a golpear de nuevo sin tanta fuerza porque vas a percibir que remo a través del odio... Te cambia un poco el gesto, yo escribo ahora en presente y percibo que se ablanda la carne de tu cara. Me empujás despacio, si acaso ese es el verbo que aplica; sigo leyendo el cuento a punto del temblor, porque aunque tu mirada me hable tengo que concentrarme en la historia y en mis futuros chichones. Pero al fin estás por permitirme el abrazo, la fiera se aplaca, el pecho, tu cabeza, casi caliente y cansada, tu respiración que va olvidando que el mundo es negligente, que no sabe que sos lo único que importa. Termino de leer el cuento merodeando tus oídos que casi roncan. “Detestame, censurame, olvidate de mi cada día, total ya lo he decidido. Y no es negociable”.

Es lo que me toca, cuando enumere las carcajadas no vas a poder creerlo, me vas a pedir un recibo,para luego darte cuenta que no mentía, para apretar el orgullo entre tus piernas.

Tengo que ser el índice que eleva tus gafas por los nervios, la paciencia suficiente para los cierres de tus chaquetas, el ruido agónico de tu primer mate malhumorado, el cesto de residuos vacío, la precisión que da vuelta las tostadas, el optimismo de la sensación térmica, el caramelo de menta.

No te resistas, estoy obligado a comportarme como el sostén de tu bolsillo que molesta y pesa, como la trabita extraviada de tu pelo. Te lo digo de otra forma, si te irrita el humo voy a esconder los encendedores, sino voy a reciclar ceniceros con la ansiedad que expulsa tu cuerpo.

Sé que suena un poquito avasallador, parcial, pero el diablo no es el único ángel, ambos aprendimos de esos clavos de mentira. Con todo el alma te juro, cursi, por eso casi no lo digo... Aunque no lo termines de entender, ni ahora ni aunque me lo pidas de nuevo. Va a ser desde tu espalda, desde el volumen de tu sombra, y no creo en el destino, ni en que algo esté escrito, pero me vas a necesitar.

Y está decidido.

miércoles, 2 de abril de 2014

La puerta del portarretratos (cuento)

Mi mamá me vivía diciendo que no juegue en el comedor. No sé cómo pero se daba cuenta de que tenía la idea en la cabeza, entonces me advertía, “Qué te he dicho antes Leo, si vas a jugar, en - tu - pieza”, o cosas así.

Pero mi pieza es chica para jugar y tampoco tenemos patio porque vivimos en un edificio.

Además en mi pieza me siento raro, porque para que ni papá ni mamá puedan meterse a veces cierro la puerta, porque entran y arruinan todo cuando me preguntan a qué juego. En fin, cuando quiero quedarme solo y la cierro, me ahogo, como que la puerta abierta me deja respirar mejor. No sé bien por qué será eso.

Sé que no se juega a la pelota donde hay tantos adornos caros y jarrones, y fotos de la familia, casi todas en portarretratos pesados. Con respecto a las fotos mi hermanito es el que más tiene, por lo menos cinco o seis veces más que todos nosotros. Lo malo es que como no pudo crecer todas sus fotos son de cuando era casi un bebé. Para mí parecen todas iguales, aunque a mi mamá no se lo digo.

Ya rompí algo antes de que pasara lo que quiero contarles, un huevo como de cerámica que le había regalado mi abuela a mi mamá. Pero ella ni se dio cuenta, me acuerdo que estaba solo cuando pasó porque mi papá estaba durmiendo la siesta, él duerme mucho la siesta, pero me refiero a estar solo en el comedor haciendo eso que no se hace. Toda la tarde estuve asustado por el escarmiento que se me venía encima, pero creo que hasta hoy mi mamá ni sabe que el huevo ya no está encima del mueble.

Yo no mentí ese día, el del huevo, si es verdad que no dije que lo había roto, y desde lo de mi hermanito que mentir o quedarme callado me ahoga, como el que siento en la pieza mientras juego.

Así fue que seguí jugando ahí, es que me daba como electricidad jugar a la pelota en el comedor, era como feo y lindo al mismo tiempo. Una parte de mí tenía muchísimo cuidado, pero la otra no tanto.

Se imaginarán que no le apunté al portarretratos con la pelota, sobre todo porque de haberlo querido hubiese sido imposible, fue una carambola sin suerte, pero para qué explicarle eso a mi mamá.

Ese día ella llegó justo cuando rompí la foto de mi hermanito, bueno, el portarretratos, las fotos no se rompen. Pero eso a mi mamá no le importó, me gritó llorando, o lloró gritando, no sé bien: “Mil veces te dije que no juegues acá”, “por qué nunca me hacés caso”, y un montón de otras frases que siempre me dice, salvo que esa vez lloraba como lloro yo cuando me encapricho con algo. Mi papá salió de la habitación en pijamas, además de dormir la siesta pasa mucho tiempo en pijamas, creo que la única que trabaja es mi mamá, a él le dieron como unas vacaciones por estar triste. En fin, él le decía que se tranquilice, que a fin de cuentas no era para tanto, pero yo sé que ella tenía razón, no podía jugar ahí y me lo había dicho muchas, muchísimas veces.

Agarró la foto de mi hermanito y se fue a la cocina. Mi papá se le fue atrás andando como cansado, y cuando llegó a la puerta se dio vuelta y me susurró que me vaya a ver la tele a mi pieza. Yo quería recoger los vidrios y los pedazos de marco que habían quedado en el piso pero mi papá no me dejó, dijo que ya lo hacía él. Tenía una cara muy tranquila cuando me hablaba, y el llanto de mi mamá que venía desde la cocina me hizo acordar a la cascada que hay en un río al que fuimos una vez de vacaciones. Me dieron ganas de decirle que no iba a jugar más ahí, pero no sé si podía servir de algo así que me fui.

En la tele había cosas buenas para ver, y a pesar de que me encanta cuando hay tantos programas divertidos al mismo tiempo, no dejaba de pensar en el día en que mi hermanito se me quedó mirando como una hora desde la cuna y yo no dije nada, porque para mí que se hacía el tonto, no me acuerdo en qué pensé durante todo ese tiempo al lado de él, pero seguro fueron tonterías, nada serio. Yo creo que estaba sorprendido de que esté tan quieto. Todavía no sé cómo puede uno darse cuenta que es malo que los bebés se te queden mirando una hora sin moverse. Como no me gustaba pensar en eso, me paré y abrí la puerta que había cerrado para olvidarme del portarretratos.

Con la puerta abierta se escuchaba la voz de mi mamá y de mi papá, y cómo andaban de un lado a otro y recogían los pedazos de vidrio. Pero como les dije, no sé por qué muchas veces me cuesta decidir si prefiero tener la puerta abierta o cerrada.