viernes, 22 de noviembre de 2013

No te hagas la tonta


Era prometerle algo al tiempo haciendo gancho, olor a lavandina en las orejas, merodear disfrazados la cárcel que nos encierra.

Era azul, pintura fresca, primer círculo de vicios sanos.

Ser creativo, inmune a la soledad que llora, a las caries o a las caricias hipócritas.

Eran pestañas como acueductos embarrados con rimel, las instrucciones para pedir permiso, la curva de una sola carretera.

Eran pelos largos en el sofá, sentir lástima por las liendres, la libertad ambigua de la vela de un barco o de un barco sin vela.

Un sismo de seis grados en la escala “Richmond”, reírse de la goma Eva color manzana, una biblia cromada expulsada de la escuela.

Eran las mismas paletas del ventilador de techos, tres monedas de un real y medio, un canario maníaco - depresivo, azúcar impalpable entre las sábanas.

Era la fuerza de voluntad para rearmar un rompecabezas, lavar a mano la ropa blanca cantando “Gloria, Gloria”, la historia macabra que transcurre debajo de la heladera.

Era un callejón alumbrado nada más que por luces de neón, las diferentes texturas de la manteca, el satélite tapando a la luna, el ansiado motín de las hormigas negras.


La casa


Quise salir pero mis llaves no encontraron al humano extraviado.

Las paredes me exigieron parte del oxígeno, como los de séptimo grado roban la merienda a los de primero; así las vueltas en la casa, sin avisarme, comenzaron. Y lo que comienza es más tétrico que lo que empieza porque incluso así suena.

Vi que murieron los vasos agonizando por agua fría. Me abandoné a la idea de que las luces se olvidarían de apagarme la angustia, muchos días, en alguna hora de las tres de la mañana.

Después un mantel calumnió sobre un incidente usurpando tu voz.

Los cuadros empujaron a los marcos, y chorreando por las paredes como lágrimas de un arco iris, me asustaron tibiamente los pies.

El interruptor del baño hizo un escándalo ante el contacto, pero le resté importancia al entender que el espejo se había dado vuelta, y a su vez olvidé aquello cuando tropecé con un jabón que cambió su fragancia por la de tu piel en la época de Rivadavia y Montecaseros.

En la sala conté varias veces seis sillas, veinticuatro patas y ningún respaldo.

Ni bien entré al cuarto explotó el armario y se dispararon  montones de astillas, se hundieron varias en mi cara, mientras otras cayeron en las mismas sábanas de la última noche, tan parecidas a mañana como ayer.

Y a punto de la puerta sin saberlo, y justo antes de la ventana… las llaves me encontraron, varias amenazas después.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sus lágrimas

Estas letras serán literariamente sobre tu carne, y será literalmente imposible que lo sepas.

Hoy fui espía de tus lágrimas o de tu cuerpo entero, si acaso te hubiese reconocido atrás de ellas. Aparecían sorprendidas desde lo que una vez fueron tus ojos, se desplomaban luego en tus comisuras, en el mismo momento en que no-asumía que no eran mías.

Buscaba tu risa haciendo juego con el llanto, que llores y que rías todo mezclado, sentía una horrible presión en las muelas por esa imagen. Tenías -  que llorar - de alegría…

Tu flequillo, todavía dueño de mi cielo, tiritaba en tu frente. Pero no me correspondía calmarlo, esta vez no pude llevarlo hasta el semicírculo preciso detrás de tu oreja.

Luego las rodillas te sirvieron de almohada ante el llanto extenuado, por lo que pude observar seguís jactándote de tu elongación salvaje, esa que una vez engulló con malos modales a mis perezosos calambres.

¿Cómo te regalo los puños de mi campera si tu nariz esnifa una tristeza que desconozco? ¿Dónde olvidaste tus pañuelitos descartables?

Esas lágrimas parecen de ida y vuelta, sin darme cuenta murmuro “que no se vuelvan infinitas”.

La plaza suelta sus pájaros, se redime en el viento melódico que la envuelve; los niños se pelean por ser los primeros en patear la pelota y por ser los últimos en ir al arco; caminan los empresarios delegando la culpa por celular a sus empleados; cuatro abuelas no cesan de abanicarse bajo la sombra del monumento más alto. Y tus lágrimas que siguen rodando.

Me desespero por tus dedos, ahora escondidos en tus brazos cruzados, pero si no los entendí antes, si parecía que los teníamos al revés cuando íbamos de la mano. Entonces para qué balbuceo “te extraño”.

Mejor nos vamos, dijo un yo que hasta allí no había estado conmigo pero que al parecer me estaba buscando. Y palmándome la espalda, cabizbajo, recalcó muy despacio, contundente. "Vamos".

“Tendría que ser feliz hace tanto”, le dijimos a nuestros pies, a nueve pasos de haber permanecido callados.

Musa

Tengo un pensamiento amenazado, al costado del olvido.

Creo que sí, que yo solía tener una musa.

Se presentaba entre los más finos verbos, sí, aferrada a una sonrisa de interminables dientes de cera.

Dueña de unos ojos atragantados y profesora de elegir profesiones. Ya no se trata de que lo crea.

Sí, reacia a los lugares comunes, primitiva para erizarme los labios.

Sin dudas la tuve.

No podía contar hasta diez, vencida por una abeja alcohólica alejada de su colmena, por seis mariposas que cazaban redes de hilo o por la testaruda certeza de que un pájaro se había quedado mudo.

Furiosa si mis versos desenterraban sus pasados y con la promesa de abandonarme de-inmediato, apretaba las sienes como le enseñaron en aquel callejón vacío; con explosiones de oro en la espalda, la siniestra mujer en blanco y negro me apuntaba con el dedo más largo que existe. Y yo borraba enajenado los pasados para escribir unos más alegres, sin pérdidas, sin mirarla. A lo que mi musa también se rehusaba. “Sin-pasados”, se leía en la sentencia.

Juntaba papeles del piso y los amontonaba entre sus sueños, pedía prestada una caricia a cambio de vaciar ceniceros. No le temía a la muerte, la trenzaba distraída entre su cabello. Mejor no, no podría describir su boca cuando recién la vencía el sueño.

No le gustaba que rime, no le gustaría este texto…

Tenía voz de amuleto entre lágrimas densas, era cordial y blanda, de pestañas exactas. A cada minuto mordía mi omóplato en silencio, contenta por los detalles, mientras yo me escondía en la almohada,sofocando mi risa entre el  inigualable contacto: Su boca caliente, la mordida exquisita, similar a la que se tiene cuando nos convidan chocolate y nos aseguramos de no babearlo. Ahí dudaba, todo podía ser cierto.

Me prohibía que la vea desnuda, metida de cabeza en mis pensamientos, aunque yo hacía trampa y jugábamos un buen rato.

Con el tiempo se aprendió las dimensiones de mi ventana, el olor a ausencia de mis habitaciones, la tinta indeleble de lo que callo.

Predecía las lluvias un día después, fue leal prostituta de mis histerias y primer abismo finito de cada colchón. Coleccionaba mi tristeza por las dudas, siempre dispuesta a que me enamore de una chica más irreal que ella.

Le enseñé a persignarse viudamente y a ser atea hasta las muelas. “Estético”, le respondía yo cuando discutíamos del tema.

La abarroté de amores inservibles, metiendo el arrepentimiento en una ex botellita de vinagre de vino. Después mi musa reflexionaba sobre el dolor apoyada en mi pecho, entre manos incómodas e imposibles, mientras el cursor repugnante titilaba en la cornisa de un balcón untado con manteca de cacao.

Si me mordía las uñas daba un portazo, dejándome más solo que desvelado, hoy me las muerdo incesantemente ante el gimoteo de cinco infieles, casi todos ellos gatos.

Hurgando en mi angustia, en los últimos mates, aparece un avión de cartón prensado, uno que le regalé para que algún día la conozcan en el cielo. Desde ahí, cuando la luna vomitaba cristales de amargura, algo nos tironeaba del brazo. Supuse que sólo era su brazo, supusimos que podía ser un ángel.

Eso fue hace una vida sin ella, atrás de otra vida sin mí, atrás de otra….

Qué pena sonriente me acompaña, ahora que mis ojos la buscan desde este balcón tan cerquita del suelo, entonces… Para que caiga un poco con la lluvia, en los brazos abiertos de quien no le teme al agua, o para que caiga desde un rayo de sol ayudada por un mecanismo de poleas, pienso... “Se la habrán quedado”.