Debí ser yo quien mire fijo algún poro de tu boca. O debería haber amedrentado a mis ojos entre cuatro y seis segundos antes.
Debí ser yo quien invada algún espacio telefónico, el que sin insistir inicie el andar sinuoso de la conquista. O debería ser “conquista” una palabra suicida.
Debí dar tantas veces el primer paso hacia una sonrisa, pero si entre las piedras me caía y me lastimaba fiero ¿quién me hubiese cuidado? O debería acabar de entender que ser hombre muchas veces me resultó una soberana y verdadera mierda.
Las cosas por suerte van cambiando, yo siempre tuve que fingir que alguna vez podría ser “macho”. Fingirme. La fuerza, la barba, los torsos, la violencia. Yo soy sensible y tímido carajo, no “gano por cansancio”, no encierro con los brazos, propongo o dispongo cuando me aseguro que los dos estamos de acuerdo. Quiero afinidades y un ida y vuelta imparcial, no especular más ni que especulen tanto. Quiero que la inseguridad sea cándida y sobre todo compartida. Quiero que la palabra “amabilidad” le ponga los puntos a la palabra “caballerosidad” cuando ésta se pase de lista.
Me altera que no me sea indistinta una pierna que no está depilada, tal vez no sea demasiado tarde pero también puede que haya nacido treinta años antes de la inminente libertad de los vellos del cuerpo.
Aunque tambíén me altera el hecho de nunca haber podido preguntar si me prestaban la chaqueta. Por eso, que el frío sea unisex, las lágrimas sean unisex, el vello sea unisex; que ser fuerte sea unisex, pero que si uno es más fuerte que el otro no ejerza nunca esa fuerza.
Nunca.
Ojalá que las generaciones venideras lean esto y digan “nada que ver”, que se aburran, que se rían del “dinosaurio” o que ni siquiera entiendan.
¿Con qué bisturí extirpo de mi cerebro las innumerables escenas donde un tipo le invita silenciosamente un Martini a la chica de la mesa nueve?
Muchas veces me siento un sádico porque observo y analizo y pienso en cómo aprender o de una vez desaprender del todo. Ni hablo ni digo ni me acerco, pero tampoco me alejo me alegro ni me distraigo. Pretendo hacerlo sin el morbo envejecido del pasado, asegurándome que no escape lujuria donde no es debido. Lujuria que en libertad no sé usar por la contaminación cruzada de mis instintos, pero no sé si no sé, si no quiero o si ya no me atrevo.
Tanto tiempo con las virtudes en estado vegetativo, con los defectos haciendo cola para poder entrar primero. Anhelo que el rechazo deje de ser tan violento, que caduquen los insistidores e insistidoras, que la naturalidad le ate los cordones a esa insistencia y le acomode el pelo detrás de la oreja. Siempre convencido de que me excedía en el respeto, vapuleado por un cóctel de opiniones propias y ajenas. Y hoy que entiendo que el respeto nunca es excesivo me esmero en erradicar la culpa de aquel chico con miedo.
Entonces que no haya más cagones ni histéricas, que todos y todas tenemos dudas que pueden irse a las manos con la paciencia. Querría que nos preguntemos si da vergüenza desnudarnos por primera vez, y que si no es mutuo uno lo abrace al otro y lo entienda.
No soy de los que planean una cita para que “no puedas resistirte”. Velas, cena, luces bajas, música, vino. Ojalá haya igualdad en las intenciones cualesquiera que éstas sean, pero sobre todo ojalá que se note... Y al fin puedo estar orgulloso. Que se note demasiado que podés resistirte cuando quieras
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ResponderEliminarNo sé por qué se me borró el comentario anterior donde simplemente y llanamente escribí "gracias".
EliminarP.D: La grabación en voz parece que le da plumas a esta tinta virtual que corre y vuelta mejor.
Hola María! Ni idea por qué se habrá borrado ese "gracias", de más decir que yo no lo hice jeje.
EliminarMuchas gracias por tus palabras, por leerme y por escucharme 🙏🙏