lunes, 3 de noviembre de 2014

Espere, Don Julio...

 

… ¿Adónde va así? Tome, ¡agarre hombre agarre!. ¿No lo reconoce?... Es un paraguas Don Julio.

No importa, yo le explico lo mejor que pueda. Por una cuestión estética, y no por las sabidas supersticiones, debemos abrir el paraguas al salir del portal del edificio, apuntando con el mismo hacia el suelo en un ángulo de aproximadamente 45° ¿ve?. Así el murciélago semicircular se despliega emitiendo el sonido (quizás con eco) de un latigazo. Oiga. “Fluaap

Somos damiselas en apuros, y él nuestro superhéroe impasible.

Miramos a los lados izando la bandera, atentos al sonido de las gotas, todo esto sin apuro, que está lloviendo mucho y el tiempo siempre se atonta un poco. Cuando tengamos los datos aproximados de milímetros por hora, vamos a caminar con el paraguas inclinado contra el viento sin olvidar que no hay milagros: La punta de los zapatos irá abriendo su boca mojada hasta empapar las lenguas. No me mire los pies, lo último que se aprende en estos días es a elegir con propiedad el calzado, y yo no sé si es que no lo asimilo o si prefiero no gastar plata en botas.

De inmediato Don Julio, usted podrá disfrutar del contraste de los paraguas, el cual parece invisible para los transeúntes acostumbrados. Verá, empecé a contarle esto en la primera del plural, pero a quien quiero advertirle es a usted. (Quiero hablarle). En fin, si cambio ahora y vuelvo, o sea si me equivoco... no se me ofenda. Volviendo a la diversidad, los venden por dos euros, por cinco, así hasta llegar a los valores que puede pagar alguien que transita un segundo o un cuarto divorcio. Los más económicos, de un mecanismo vulnerable, suelen mostrar la ineficacia en los bracitos metálicos que se abren desde la punta, además de poseer un arco menos pronunciado, tan paralelo al piso que parece un pañuelo estirado. Pero curiosamente, la practicidad de un paraguas así como la excelencia, nada tiene que ver con el buen gusto, aunque a veces pueda haber una alegre casualidad; porque quien decide pagar una suma mayor por estar a salvo de un aguacero es en general una persona que para trasladarse usa la tracción a sangre. Podría haber dicho caminar, pero usted me entiende Don Julio, la sangre impacta, entonces quien va de un lado a otro subiendo a un colectivo, bajando al metro, en una especie de subibaja de transportes públicos, sabe que el hecho de tener en sus manos un producto-de-calidad, le da una mínima ventaja ante la naturaleza... y eso no es poca cosa.

En fin, a las pocas cuadras podrá observar el abanico de paraguas desplegados por las veredas, siendo uno de los mejores (me va a entender cuando lo encontremos), un paraguas transparente que baja casi hasta los hombros, permitiendo ver lo que sucede como a través de una ventana plástica e inquieta. Es decir que permite la visión y está casi a mitad de camino de ser un cohete de goma, bueno, dependiendo de la estatura del dueño, pero que a fin de cuentas es un pedazo-de-paraguas. Quiero que sepa que cualquier consejo sobre el clima, sobre la forma más conveniente de llegar a un sitio, o sobre la mejor ensaimada del barrio, debería ser pedido a los portadores de estos paraguas (o de cualquier otro que sobresalga del resto por similares motivos), aunque también vale sugerirle que no intente un diálogo más extenso, ya que son gente poco predispuesta al mal uso del tiempo.

Don julio, le juro, para mí no hay mejor mirada que la que resguarda un paraguas. Imagine que de frente viene un presentimiento bonito, aglomerado bajo un modelo, por ejemplo lila, la (mucha) ropa que lleva encima no es tan cautivante, pero el andar seduce. Así, a medida que se acerca averiguamos el mentón, el labio de abajo... y en la intersección los dos levantamos el paraguas como si fuese un sombrero, una reverencia. La complicidad de ese segundo tiene algo hermético, casi prohibido, ¿Vio que puse “levantamos”? Como si fuese yo el que “se miró” con una chica... pasa que me pica el cariño estos días.

No quiero chanflear (tanto) este texto, pero me gustaría escribir estas dos “liñecitas”: Me gustaría un abrazo suyo Don Julio. Cuidado ahí que hay un charco, no empeoremos el tema zapatos...

Volvamos. En las veredas estrechas de Barcelona uno puede ser lo que prefiera: Considerado o imprudente. Alzar el adminículo bien alto en su cabeza cuando se aproxime otro como una lanza no vidente, o ladearlo con desidia para que colisionen de costado, eso está en cada uno. Hay mucha, ¡mucha! gente a la que le da lo mismo Don Julio, no entienden que en un día de lluvia sus cuerpos no son sólo sus cuerpos, que si hay alguien desprotegido que viene de frente, no podemos sacudir las ramas de un árbol con el paraguas, tenemos lo que tenemos encima, hay que bajarlo hasta que la base casi nos toque la cabeza, detenernos si así lo preferimos, dejar que el desafortunado (e imprudente) peatón pase, a salvo de los vestigios amotinados en los cientos-de-hojas siempre-preparadas para empapar de golpe, y después volver a elevarlo hasta la altura conveniente. Pero aunque es sabido que la imprudencia es muy fea, este tipo de incidentes no es circunstancial.

Qué maravilla... Siglos hace que se inventó el paraguas, muchos siglos, y todavía deja que su humanidad nos sorprenda. Tal vez la penicilina, internet, el horno microondas; tal vez todo ello no consiga la misericordia del paraguas debido a que ninguno tiene algo que ver con la lluvia. Uno se abraza a la cavilación cuando piensa... al abrirlo, desabrochando primero el lazo que lo rodea, luego ante el botón que erecta el cilindro metálico, hasta el eventual despliegue: “Pero qué buen invento, viejo”. Será que es más popular, y que a la idea de una tormenta mezclada con llegar masssomenos seco al trabajo... a esa idea, la entendemos todos.

No sé si estará de sobra una defensa ante algo ya insostenible... A lo que me refiero es a una tempestad de las que salen en las noticias: Con heridos y autos boyando, y cables peligrosos, y evacuados. Sobre todo con evacuados, de ser así estamos fritos. Ni chistarle al paraguas si lo llegase a tomar por sorpresa una situación de estas, usted debe de procurar un bar en el que sirvan el café bien caliente, y yo que usted se lo pido así al camarero “bien caliente”, que en Barcelona es mejor decirlo. No va a poder fumar porque las cosas cambiaron, han separado al tabaco del café como se le quita el chico a una madre... aunque se imaginará que todavía no han inventado un buen sustituto para los ceniceros.

Todo esto que le digo roza la pavada, empecé dándole indicaciones para que use paraguas y ya estoy embarullado con usted a punto de entrar a un sucucho de Travessera de Grácia y Joaquín... “algo”, pidiéndole por favor a la lluvia que le traigan el café como corresponde. Ojo, mire como la ciudad llueve, en eso no hay trampa, parece que la han puesto al revés y la sacuden ¿o no?. Ahora lo que no sé es por qué le explico estas cosas como si no las conociera, como si a usted la amnesia le hubiese atacado la lluvia, los paraguas, y punto... Pero como está tan callado, y me mira nomás.

Pero bueno, ¿quién me prohíbe tenerlo conmigo? Ya sea mal o bien. De repente quiero compartir con usted mi devoción por los paraguas y por la lluvia, ¿y qué?. Además contarle despacito... casi en secreto... que lo traje así como prestado, porque me lo tropecé tan sorprendido, abriendo el portal de su edificio, con esta lluvia... y sin paraguas... ¡ni memoria de paraguas!. Los tiempos están yéndose a la miérrcoless Don Julio, y como es normal que no dejen fumar acá, y que de verdad me parece bien, no sé si es normal que tengan internet hasta en la sopa. Pero la lluvia no cambia, no se preocupe, ni los paraguas, ni estos textos marcianos que usted me genera (sí, ya sé que eso último es cosa mía).

Yo me voy a ver si termino este paseo que empezamos, los cafés ya están pagados... Ni pregunte, hay una sola moneda para un montón de países europeos, ya le había visto cara rara cuando le hablé de los precios de los paraguas, ¡ah! hablando de eso quédese con este que le di, va a llover todo el día... y vuelva.

Vuelva cuando quiera.



    

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