domingo, 30 de noviembre de 2014

Ellos seguirán





Estaba indeciso, tenía la cámara, papel y lapicera.

Los dos sentados sin decirse nada. Él con una sombrero gris, ella con un peinado al tono; él con un movimiento involuntario de mandíbulas, ella haciendo casi de cada respiración una reflexión profunda; él con su bastón como un mástil, ella sin tocar el suyo, apoyado a la derecha de sus caderas.

Los dos adornados con el silencio.

Desde mi refugio, enfrentado y oblicuo, los observaba intentando dejar de lado la costumbre.

Los peatones iban o volvían, hacia el tiempo, o desde el tiempo. Yo cavilaba en el olvido, porque a diario somos parte de una enorme casualidad, y dentro de cinco minutos cada uno de esos caminantes sería tal vez un extraño en una cuadra distinta. Así la escena, casi distraída, comenzaba a parecer poética. Seguían los dos sin decir nada, cada cual en sus recuerdos, aunque ella pensara en él y el pensara en ella.

No había palomas, no más que un lugar común, no se enternecían por los niños que luchaban por el liderazgo de un juego, ni siquiera les daba de lleno el sol. Miraban hacia adelante, sus ojos se perdían en alguna parte de los olivos del paseo.

Él reacomodó su bastón entre las piernas, como si quisiese pararse; ella lo miró un instante, y ambos devolvieron su atención a la naturaleza. No iban a ningún lado, la intuición cayó en la trampa de mi ansiosa paciencia.

Hasta aquí bastaba la foto, todo esto podría haberse apreciado, pero hubo un gesto que trajo consigo estas letras.

Sin mover sus ojos de los olivos se comunicaron. Ella apenas levantó el meñique de su mano, y la mano de él, casi presentimiento, se abrió como un pequeño cofre. Ella la deslizó casi sin moverla, él la esperó paciente, y al percibir el calor cerró el acto de magia encima de su pierna: Su meñique, su anular y su dedo del medio, secuestraron la otra mano entera.

Guardé la lapicera, doblé el papel en cuatro, busqué el destino de sus miradas al costado, hacia los olivos, y murmuré: “Soy un teórico, un hipócrita”. Entonces risueño inicié el camino de vuelta.

Seguirán en el banco, después de que yo haya sido un extraño distinto en cientos de veredas, seguirán en silencio cuando otros tantos peatones vayan y vuelvan, cuando los olivos reciban a la primavera. Seguirán casi quietos, hasta que mi juventud se desgaste y por fin los entienda.


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