lunes, 22 de diciembre de 2014

Día Uno (Play: audio y texto)


Te llega la noticia cuando has perdido noción de la última vez que la viste, te llega alterada por la globalización. Porque desde un lugar intangible aparece una foto anónima, publicada en una red social. Las paredes te oprimen y la casa se hermetiza, caminás sin darte cuenta, entre descalzo y recién levantado, llorás dándole la bienvenida a la sorpresa, gritás contra tus manos, se te pasa, por primera vez en la vida algo te parece “increíble”. El dolor entró en tu cuerpo como un enjambre endiablado, y ese dolor es también semi-cíclico, se va de a ratos dejando de vigía a su sombra. Asumir, no entender. Llorás de nuevo, dios este dolor, si existieras, dios con minúsculas, te preguntás, te inventás cualquier respuesta, generalmente después de cada llanto fumás, no se te ocurre comer pero por la languidez quizás sea el mediodía. Hablar por teléfono, con nadie en particular, hablarle a un teléfono, podrías marcar de manera aleatoria, llorás desesperadamente otra vez, tu soledad se expande, o implosiona, volvés a sentir que el efecto del dolor no se va a pasar jamás, pero cuando se calman las lágrimas entendés que se va a pasar, y que cada vez que te ataque de nuevo vas a volver a pensar que no se va a pasar. Te duele un espacio preciso de la frente, debe haber un músculo facial que hace fuerza con el llanto, te duele al tacto, que la pérdida se manifieste físicamente te enoja, necesitás abrirte con las uñas el pecho y pegarle trompadas al alma. Mirar por la ventana apavorado de tanto mundo ahí afuera, sollozar, el aviso previo, es como un vómito, pensás en otra cosa, caminás otra vez sin el cuerpo, lavás unas toallas, el enjambre se altera de a poco, hacer algo mecánico, no se entiende si la realidad es otra o si te has extrapolado, las imágenes son ineludibles, ni en medio del tendedero se alejan, llanto como un jarrón que se cae desde el techo, esto no se va a pasar nunca, el cigarro, dónde dejaste el cigarro a la mitad, te apoyás en el marco de la puerta de la cocina, no alcanzás a encontrar el cigarro, das un alarido, abrazar el marco, una mano en la pared de afuera, una en la de adentro, no puede ser, de verdad no puede ser, el dolor extremo parece un columpio que quita el aire, quizás hay cosas que no deberías pensar en un tiempo, calculás: Música prohibida, fotos prohibidas, videos prohibidos, textos prohibidos, estás al tanto pero no importan las precauciones, la vida te da un paseo por los recuerdos. Llorar tanto deja una fatiga como arenosa, pensás en lo prohibido mientras el olor a las toallas limpias te parece repulsivo, sentís que estás respirando como en “b larga”, tragás agitado la saliva salada de hace un poquito. Te sentás en el sillón, te parás porque de repente estás de pie. Abrís la puerta, pero no podés salir, para qué y adónde, la cerrás, agarrarte la cabeza porque otra vez “no puede ser”, se viene de nuevo, apretar los puños y las mandíbulas, que no tienen más presión que esa, llanto de nuevo, esta vez frente a un espejo, y llanto de agarrarse la panza, verte abollado al lado del inodoro, y prometerte que podés pensar en otra cosa, es tan extrema la imagen que la suponés mirando, testigo de su ausencia y de tu dolor. El cansancio es como un desmayo necio, pero finalmente te quedás dormido en el baño, amanecés helado, sin saber cómo se empieza un duelo.


Ha pasado el primer día...



Revista Nomastique - Número 31 - "Ruido"


"Tantas" gracias a la gente de la Revista...

Fabián Ostropolsky - "Chasquido"

Link:





jueves, 4 de diciembre de 2014

En off

Esto va a parecer mentira, y una mentira además absurda, pero la verdad muero por contarlo. Un poco en presente, otro en pasado, se me hace difícil coordinar...

Me despierto en un sofá, ¿si?, alto como soy, dícese me despierto incómodo, con dolor de cuello, con las piernas acalambradas. Sólo al abrir los ojos me entero que tengo resaca, e instintivamente los cierro de nuevo; después toso para ver en qué condiciones está la voz, esa especie de termómetro ronco del daño real. Pero justo detrás de mi gesto escucho un carraspeo de garganta que llega desde más adelante. Aquel sonido típico que más bien parece una llamada de atención, algo como: “ejem”, y ¿risas en off?.

Abro otra vez los ojos (en realidad abro uno, el derecho), y me encuentro a: Joey, Mónica, Chandler y Phoebe. Ross no estaba, no sé qué onda. Con Rachel enseguidita empiezo...

Hago un paneo acelerado de la escena, sin moverme mucho, y noto que el sofá en el que estoy... es el de la casa de Mónica Geller, sí, el maniático personaje de “Friends”.

Se veían más bien jóvenes, por lo cual deberíamos estar en la cuarta o en la quinta temporada. Definitivamente me he vuelto loco, pensé, o ¿estaría alucinando?... porque los sueños se sabe cuando son sueños. Paremos con la ridiculez de confundir los sueños con la realidad.

Yo a todo esto en silencio, demasiado perdido para decir algo. Joey es el primero que habla, dice “hello..oou” musicalizando la palabra en la versión más obvia de-qué-carajo hacés vos acá. Mi inglés zafa, pero no demasiado, aunque eso no era lo más preocupante, sino que después de que el tipo habló... confirmé que efectivamente, se escuchaban las risas en off. Pero el departamento era el violeta, entero, estaba la tele atrás de estos pibes, y entre nosotros la mesita de luz, y paredes, pero sobre todo no había cámaras ni gente filmando. Lo más extraño: Ellos  parecían no escuchar las risas en off. Mónica me dice que quién soy, y que qué “demonios” le hice a Rachel, risas en off.

Mi primera reacción fue la natural, un desconcierto aturdido. No le había hecho nada a nadie, pero la certeza de estar en un lugar físico me hacía suponer (¿por qué no?), que también podrían haber policías, golpes, denuncias, cárceles, qué se yo. Pero ahí se escuchó la voz de Rachel desde la habitación de la derecha, su voz “sana y salva” gritó algo como “¿está bueno?”. Is he cute preguntó en verdad. Risas en off y yo que le juro a los pibes que no sé como llegué ahí en un inglés de muy mal acento... Y me clavan a mí las risas en off. Digo “La putísima madre que lo parió”, y estos que se miran entre todos y Chandler que dice girándose, con su típica pausa entre el Did you go to... y el ...México last night: “¿Fuiste hasta … México anoche”, al unísono Phoebe que dice que sí soy cute, y más risas en off, Rachel que asoma media cabeza por la puerta con un “hi” suavecito, obvio, otras risas en off.

Me dieron muchas ganas de putear a Chandler por encasillador, pero por algún motivo me pareció ir demasiado lejos. Al parecer la pregunta de Mónica insinuaba que Rachel tampoco se acordaba de un carajo.

Mi cabeza daba mil vueltas, tenía gusto a animal muerto en la boca, me dolía la panza y me temblaba muchísimo un párpado, pero así y todo pedí que me diesen un café con leche. De huevo. Total, mi vida era una cagada y amanecí en aquel sofá porque... mal que mal, algo tuve que ver con Rachel. Se me quedaron mirando... “Por favor”, les supliqué, risas en off, aunque a eso no le encontré la gracia.

A todo esto, nada de decirles que eran todos personajes de una serie de televisión, que uno se llamaba Matt, que otro Matthew... Básicamente no tenía sentido. Menos garantizarles que yo era del futuro y que los conocía de mi adolescencia, yo estaba ahí (o al menos estaba convencido), no tenía ningún motivo para arruinarlo.

Bueno, al final me sientan en la mesa de la cocina con mi tazón de café con leche. Me rodean todos (de brazos cruzados, la misma postura con la que me despertaron) menos Rachel, que sigue en su cuarto, noto que me están mirando y alzo la vista con la boca pausada en el borde de la taza, risas en off, entonces Joey le dice a Rachel que puede venir mientras me agita un palo de amasar. Yo me asusté en serio, fue intimidador, a diferencia de lo que pueda mostrar la tele, yo tenía a un chabón amenazándome con un pedazo de madera. Sin dudas mi cara de cagaso garpó, risas en off.

La diosa sale de su escondite y creo que la amo, yo no sé cómo, pero estoy seguro de que ni la toqué la noche anterior. Se lo digo mientras se acerca y me golpeó la cabeza con la palma de la mano reprochándome por primera vez la amnesia, “Boludo”, agrego, risas en off. Phoebe dice que “emito sonidos graciosos”, más risas en off y otra vez por mi idioma. Empiezo a explicar que no me acuerdo de “anoche”, que no sé en dónde nos habíamos conocido exactamente, pero que yo había estado de bar en bar con dos amigos (tuve que crear esa pseudo-historia borrosa, en mi puta vida he pisado NY).

Rachel se agarra la cabeza por la resaca y se sienta enfrente mío, con su propio tazón de café, mientras yo pido que me indiquen dónde está el baño (sabía que estaba a la vueltita, atrás de la heladera). Así los dejé hablando vaya a saber de qué, sé que cada tanto sonaban más risas en off. Ya enfrente del espejo del tocador empecé a calmarme (mucho olor a lavandina, y a lavanda, y a pino e incluso a farmacia). Procuré olvidarme de Mónica y de sus mambos y me dije: “Dale boludo es Rachel, ¡pensá mierda!”. Sabía que ahí estaba a salvo, pero también que no tenía demasiado tiempo, la atención seguía en la sala, y si la escena se trasladaba a mi demora, también lo harían las risas. Entonces supuse: Que si salía como arrepentido, y la daba de buen tipo, cariñoso, y decía un par de tonteras convencionalmente atinadas, si pedía después disculpas por todo lo que había pasado, y saludaba para irme... 

Me alenté, mirándome, pegado al espejo. Respiré hondo, y salí del baño.

Mónica me pregunta si vomité en el lavamanos, risas en off, tenía que ser rápido y hacerme el gracioso, pero dentro de los clichés, “no, pero gracias por preguntar” fue lo primero que se me ocurrió, risas en off. Ahí nomás solté el discurso: “no soy una mala persona”, me escuchaba y me daba asco, pero sabía que ese era el camino, “y vos parecés una chica encantadora. Lástima que no pueda recordar si... aunque sea si... te tomé de la mano”, Phoebe pone carita de “ooouh” y hay una leve risa en off (excelente noticia). “Espero que nuestros subconscientes hayan pasado un buen momento”, agrego, risa en off, y aunque no tenía dudas de que era un sorete cursi, en inglés todo eso no sonó tan mal. “Gracias por el café” y me encaminé hacia la puerta, ahí nomás percibí que algo cuchicheaba Mónica... y Rachel que suelta, como un milagro minimalista, un tímido “wait”. Casi me desmayo por las palpitaciones.

“Entonces”, arranca ella, “no sos un violador, ¿verdad?” risas en off. Pongo sonrisa de medio lado y suelto el “no” muy a lo campeón, casi como un suspiro. “Además amanecí en el sofá ¿no?”. Risas en off y Joey que baja las comisuras agitando la cabeza a lo Joey, más risas en off. “¿Qué hay de otro café? No te puede haber alcanzado con uno solo... ¡A mí no me alcanzó!”, dice Rachel, risas en off y yo que le digo que sí (dije “i'd love to”, y ella dijo “It didnt” cuando aclaró que no le alcanzó con un café para despertarse. En serio, en inglés es todo más gracioso).

En fin, abrió la puerta violeta sin mirar a los amigos. Yo sí los saludé y por las caras que pusieron, debíamos estar en la época en que a Rachel no le importaba nada, que destilaba libertad, esa época en que Ross estaba por casarse con la inglesa aquella. Me chupaba un huevo... El tema era atravesar el umbral y que las risas se siguiesen escuchando en el departamento. Entonces vi el otro, justo enfrente: El de Joey y Chandler. Y efectivamente, se seguían escuchando algunas risas atrás de la puerta que se cerraba. Me dijo si no prefería entrar, agitando el llavero. “Dios y la Virgen”, pensé yo, sorprendido por el semblante de Rachel, con una concupiscencia que salía del personaje. Ni siquiera pude decir que sí, moví un poco la cabeza y ella se dio vuelta. En cuanto puso la llave en el picaporte tuve que taparme la boca para no gritar, también se me frunció el culo, en una especie de erección extrema y al revés.

Después los habrá visto a los otros, les habrá contado lo que pasó conmigo, quizás pudo haber horror (uno gracioso, por parte de Mónica), tal vez hubo un “yeah girl” por parte de Joey queriendo chocarle los cinco, qué carajo me importa.

Total ahí estaba yo, viendo como Rachel se sacaba la ropa en la puerta del cuarto de Chandler. Me dio miedo que pudiera hacer un chiste tipo “Total... Chandler no lo usa nunca”, pero no lo hizo. 

Ya casi desnudos, a salvo de los chistes, llegaban desde el otro lado de la puerta, casi inaudibles... más risas en off.





domingo, 30 de noviembre de 2014

Ellos seguirán





Estaba indeciso, tenía la cámara, papel y lapicera.

Los dos sentados sin decirse nada. Él con una sombrero gris, ella con un peinado al tono; él con un movimiento involuntario de mandíbulas, ella haciendo casi de cada respiración una reflexión profunda; él con su bastón como un mástil, ella sin tocar el suyo, apoyado a la derecha de sus caderas.

Los dos adornados con el silencio.

Desde mi refugio, enfrentado y oblicuo, los observaba intentando dejar de lado la costumbre.

Los peatones iban o volvían, hacia el tiempo, o desde el tiempo. Yo cavilaba en el olvido, porque a diario somos parte de una enorme casualidad, y dentro de cinco minutos cada uno de esos caminantes sería tal vez un extraño en una cuadra distinta. Así la escena, casi distraída, comenzaba a parecer poética. Seguían los dos sin decir nada, cada cual en sus recuerdos, aunque ella pensara en él y el pensara en ella.

No había palomas, no más que un lugar común, no se enternecían por los niños que luchaban por el liderazgo de un juego, ni siquiera les daba de lleno el sol. Miraban hacia adelante, sus ojos se perdían en alguna parte de los olivos del paseo.

Él reacomodó su bastón entre las piernas, como si quisiese pararse; ella lo miró un instante, y ambos devolvieron su atención a la naturaleza. No iban a ningún lado, la intuición cayó en la trampa de mi ansiosa paciencia.

Hasta aquí bastaba la foto, todo esto podría haberse apreciado, pero hubo un gesto que trajo consigo estas letras.

Sin mover sus ojos de los olivos se comunicaron. Ella apenas levantó el meñique de su mano, y la mano de él, casi presentimiento, se abrió como un pequeño cofre. Ella la deslizó casi sin moverla, él la esperó paciente, y al percibir el calor cerró el acto de magia encima de su pierna: Su meñique, su anular y su dedo del medio, secuestraron la otra mano entera.

Guardé la lapicera, doblé el papel en cuatro, busqué el destino de sus miradas al costado, hacia los olivos, y murmuré: “Soy un teórico, un hipócrita”. Entonces risueño inicié el camino de vuelta.

Seguirán en el banco, después de que yo haya sido un extraño distinto en cientos de veredas, seguirán en silencio cuando otros tantos peatones vayan y vuelvan, cuando los olivos reciban a la primavera. Seguirán casi quietos, hasta que mi juventud se desgaste y por fin los entienda.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Espere, Don Julio...

 

… ¿Adónde va así? Tome, ¡agarre hombre agarre!. ¿No lo reconoce?... Es un paraguas Don Julio.

No importa, yo le explico lo mejor que pueda. Por una cuestión estética, y no por las sabidas supersticiones, debemos abrir el paraguas al salir del portal del edificio, apuntando con el mismo hacia el suelo en un ángulo de aproximadamente 45° ¿ve?. Así el murciélago semicircular se despliega emitiendo el sonido (quizás con eco) de un latigazo. Oiga. “Fluaap

Somos damiselas en apuros, y él nuestro superhéroe impasible.

Miramos a los lados izando la bandera, atentos al sonido de las gotas, todo esto sin apuro, que está lloviendo mucho y el tiempo siempre se atonta un poco. Cuando tengamos los datos aproximados de milímetros por hora, vamos a caminar con el paraguas inclinado contra el viento sin olvidar que no hay milagros: La punta de los zapatos irá abriendo su boca mojada hasta empapar las lenguas. No me mire los pies, lo último que se aprende en estos días es a elegir con propiedad el calzado, y yo no sé si es que no lo asimilo o si prefiero no gastar plata en botas.

De inmediato Don Julio, usted podrá disfrutar del contraste de los paraguas, el cual parece invisible para los transeúntes acostumbrados. Verá, empecé a contarle esto en la primera del plural, pero a quien quiero advertirle es a usted. (Quiero hablarle). En fin, si cambio ahora y vuelvo, o sea si me equivoco... no se me ofenda. Volviendo a la diversidad, los venden por dos euros, por cinco, así hasta llegar a los valores que puede pagar alguien que transita un segundo o un cuarto divorcio. Los más económicos, de un mecanismo vulnerable, suelen mostrar la ineficacia en los bracitos metálicos que se abren desde la punta, además de poseer un arco menos pronunciado, tan paralelo al piso que parece un pañuelo estirado. Pero curiosamente, la practicidad de un paraguas así como la excelencia, nada tiene que ver con el buen gusto, aunque a veces pueda haber una alegre casualidad; porque quien decide pagar una suma mayor por estar a salvo de un aguacero es en general una persona que para trasladarse usa la tracción a sangre. Podría haber dicho caminar, pero usted me entiende Don Julio, la sangre impacta, entonces quien va de un lado a otro subiendo a un colectivo, bajando al metro, en una especie de subibaja de transportes públicos, sabe que el hecho de tener en sus manos un producto-de-calidad, le da una mínima ventaja ante la naturaleza... y eso no es poca cosa.

En fin, a las pocas cuadras podrá observar el abanico de paraguas desplegados por las veredas, siendo uno de los mejores (me va a entender cuando lo encontremos), un paraguas transparente que baja casi hasta los hombros, permitiendo ver lo que sucede como a través de una ventana plástica e inquieta. Es decir que permite la visión y está casi a mitad de camino de ser un cohete de goma, bueno, dependiendo de la estatura del dueño, pero que a fin de cuentas es un pedazo-de-paraguas. Quiero que sepa que cualquier consejo sobre el clima, sobre la forma más conveniente de llegar a un sitio, o sobre la mejor ensaimada del barrio, debería ser pedido a los portadores de estos paraguas (o de cualquier otro que sobresalga del resto por similares motivos), aunque también vale sugerirle que no intente un diálogo más extenso, ya que son gente poco predispuesta al mal uso del tiempo.

Don julio, le juro, para mí no hay mejor mirada que la que resguarda un paraguas. Imagine que de frente viene un presentimiento bonito, aglomerado bajo un modelo, por ejemplo lila, la (mucha) ropa que lleva encima no es tan cautivante, pero el andar seduce. Así, a medida que se acerca averiguamos el mentón, el labio de abajo... y en la intersección los dos levantamos el paraguas como si fuese un sombrero, una reverencia. La complicidad de ese segundo tiene algo hermético, casi prohibido, ¿Vio que puse “levantamos”? Como si fuese yo el que “se miró” con una chica... pasa que me pica el cariño estos días.

No quiero chanflear (tanto) este texto, pero me gustaría escribir estas dos “liñecitas”: Me gustaría un abrazo suyo Don Julio. Cuidado ahí que hay un charco, no empeoremos el tema zapatos...

Volvamos. En las veredas estrechas de Barcelona uno puede ser lo que prefiera: Considerado o imprudente. Alzar el adminículo bien alto en su cabeza cuando se aproxime otro como una lanza no vidente, o ladearlo con desidia para que colisionen de costado, eso está en cada uno. Hay mucha, ¡mucha! gente a la que le da lo mismo Don Julio, no entienden que en un día de lluvia sus cuerpos no son sólo sus cuerpos, que si hay alguien desprotegido que viene de frente, no podemos sacudir las ramas de un árbol con el paraguas, tenemos lo que tenemos encima, hay que bajarlo hasta que la base casi nos toque la cabeza, detenernos si así lo preferimos, dejar que el desafortunado (e imprudente) peatón pase, a salvo de los vestigios amotinados en los cientos-de-hojas siempre-preparadas para empapar de golpe, y después volver a elevarlo hasta la altura conveniente. Pero aunque es sabido que la imprudencia es muy fea, este tipo de incidentes no es circunstancial.

Qué maravilla... Siglos hace que se inventó el paraguas, muchos siglos, y todavía deja que su humanidad nos sorprenda. Tal vez la penicilina, internet, el horno microondas; tal vez todo ello no consiga la misericordia del paraguas debido a que ninguno tiene algo que ver con la lluvia. Uno se abraza a la cavilación cuando piensa... al abrirlo, desabrochando primero el lazo que lo rodea, luego ante el botón que erecta el cilindro metálico, hasta el eventual despliegue: “Pero qué buen invento, viejo”. Será que es más popular, y que a la idea de una tormenta mezclada con llegar masssomenos seco al trabajo... a esa idea, la entendemos todos.

No sé si estará de sobra una defensa ante algo ya insostenible... A lo que me refiero es a una tempestad de las que salen en las noticias: Con heridos y autos boyando, y cables peligrosos, y evacuados. Sobre todo con evacuados, de ser así estamos fritos. Ni chistarle al paraguas si lo llegase a tomar por sorpresa una situación de estas, usted debe de procurar un bar en el que sirvan el café bien caliente, y yo que usted se lo pido así al camarero “bien caliente”, que en Barcelona es mejor decirlo. No va a poder fumar porque las cosas cambiaron, han separado al tabaco del café como se le quita el chico a una madre... aunque se imaginará que todavía no han inventado un buen sustituto para los ceniceros.

Todo esto que le digo roza la pavada, empecé dándole indicaciones para que use paraguas y ya estoy embarullado con usted a punto de entrar a un sucucho de Travessera de Grácia y Joaquín... “algo”, pidiéndole por favor a la lluvia que le traigan el café como corresponde. Ojo, mire como la ciudad llueve, en eso no hay trampa, parece que la han puesto al revés y la sacuden ¿o no?. Ahora lo que no sé es por qué le explico estas cosas como si no las conociera, como si a usted la amnesia le hubiese atacado la lluvia, los paraguas, y punto... Pero como está tan callado, y me mira nomás.

Pero bueno, ¿quién me prohíbe tenerlo conmigo? Ya sea mal o bien. De repente quiero compartir con usted mi devoción por los paraguas y por la lluvia, ¿y qué?. Además contarle despacito... casi en secreto... que lo traje así como prestado, porque me lo tropecé tan sorprendido, abriendo el portal de su edificio, con esta lluvia... y sin paraguas... ¡ni memoria de paraguas!. Los tiempos están yéndose a la miérrcoless Don Julio, y como es normal que no dejen fumar acá, y que de verdad me parece bien, no sé si es normal que tengan internet hasta en la sopa. Pero la lluvia no cambia, no se preocupe, ni los paraguas, ni estos textos marcianos que usted me genera (sí, ya sé que eso último es cosa mía).

Yo me voy a ver si termino este paseo que empezamos, los cafés ya están pagados... Ni pregunte, hay una sola moneda para un montón de países europeos, ya le había visto cara rara cuando le hablé de los precios de los paraguas, ¡ah! hablando de eso quédese con este que le di, va a llover todo el día... y vuelva.

Vuelva cuando quiera.



    

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Deberías


Podrías estar frente al espejo del baño: “A que me corto el pelo” (tus manos que lo anidan hacia arriba para el resultado teórico), hacer una pausa; “sino hago cambio radical de color” (tu cabeza que va y viene buscando ángulos y luces), podrías quedarte quieta un instante más... “Ya veremos” (finalmente la pelambre que cae ululante a su lugar y el espejo que te devuelve el sensual beso de despedida).

Quizás podrías hacerte otro té con leche, tan ameno a media mañana. Deberías estar orgullosa por haber lavado los platos después del atracón nocturno de yogur griego, orgullosa, por no haber postergado el tedio para la carota de sueño despeinada.

Deberías perfumar tu aliento con esos sueños a cualquier hora, dejar colgar tus brazos boca arriba, volátil, preguntarte si las sábanas seguirán oliendo a suavizante. Entender que hoy tenés tiempo para caminar distancias no caminables, y que ese “hoy” no excluye “mañanas”. Divagar entre tus párpados perdidos, contemplar bien a propósito, sonreirle al recuerdo de aquella batalla de pelota-paleta que te vio ganadora irrefutable. Resumo, deberías-fiaca.

Después preparar las uvas sin semillas para dos o tres desayunos inminentes, en mitades, sin hacer trampa, o sin hacer tanta. Cuchillito en mano pensar que aquel buen mozo puede tartamudear por vos, con la barba de dos días, con sus adulantes patas de gallo tipo sexo en blanco y negro, con la mirada que tanto erotiza, adonis idealizado, adonizado, ideonis... Deberías estar suspirando tus propias hormonas inocentes.

Podrías adivinar de qué es el incienso que avivó la vecina, si acaso es el viento el que lo convida o si el humo es independiente y generoso. Cerrar los ojos y mirarte las manos a través de la ceguera, hacerlas bailar como pequeños manojos árabes, tararear otro momento envidiable. Acaso que un estornudo te deshipnotice de golpe y asustarte de risa. Deberías-frescura.

Quizás no deberías ir a la playa, aprovechar que el almuerzo se llevó todos los niños de la cuadra. Regar las plantas aunque haya llovido ayer, dejar de luchar contra el imán de la hamaca y acostarte mais uma vez, buscar gotitas redondas arriba de las hojas recién acariciadas, verlas luego resbalar hasta la punta, desbordarse, despedirse, hacerse tierra.

Deberías arquear tus cejas hacia el sol, atrás tuyo, muy atrás, tener que darte vuelta, encandilarte: Hora del mate. Juntarlo con “sanguchitos” potentes para encontrar la comida ausente del mediodía. Podrías estirarte con tal placer que la pava te mire embobada, tanto que se le hierva el agua, tanto que deba silbar un perdón agónico. “Chorrito de agua fría, no pasa nada... metal precioso”. Podrías hasta decir “metal precioso” como Marylin Monroe.

Tal vez la vecina te acepte uno o dos matecitos, yugoslava y todo. “Cosa amarga lo parió, no hay caso", yugoslargenta al tanto de tu léxico pero no de ciertas tradiciones. Deberías agradecerle el olor a vainilla de hace un ratito, aunque te distraigas en el camino y digas chau con las gracias mudas: mueca arriba, mueca abajo.

Podrías volver, así como quien no quiere la cosa, a buscar en tu cabeza al barbudo mam-mito mío, chapotear eléctrica entre “ays” y “ahs”.

Podrías entrelazar la lengua con los labios en modo manualidades y así cambiar la yerba para recobrar la verde espuma, mientras que a tus espaldas se está despidiendo el sol. “Bueeeeno, no escuché que te ibas, estaba distraída con la bombilla...chau, sí, chau”. Deberías-hispano-sol-parlante.

Quizás deberías suponer que alcanza con lo que protege el tupper, pero él hace las cuentas de lo que pesa y te sugiere un arrocito para acompañar: Milagroso gramíneo polifacético. La idea te acomoda un pequeño placer en la calma... ya la cena está pactada. Deberías cebar otro antes de que se enoje el atardecer, no amante de los planes, planeador de los amantes. Otro “ay” y un hurra por lo que sea que esté haciendo el adonis y su barba.

Tanto “podrías”, “deberías”, y se hace de noche.

No me atrevo a “deberías” sobre el transcurso de la cena o a “podrías” sobre volver a lavar los platos antes de dormir. Mejor dejar a la luna sobre la mesa, al tecito de hierbas y pijamas. Por las dudas nada de “podrías” almohadón o “deberías” peluche de la infancia. Sin dudas yo-no-debería imaginar tus horas de sueño y suponer tu posterior mañana, yo-no-debería porque ya la idea de terminar este día hipotético me está costando como escribir sin levantar la lapicera. Yo-debería llegar hasta acá con las letras, hasta donde pude, y vos.... ojo que no es una exclusividad mía, te lo dice también el aire que se escapó de un globo, la cola de un perro, te lo piden unas germinaciones que respiran, un vestido de novia que contempla un reloj, las lágrimas de un fado, toda señora de más de noventa años. No soy sólo-yo el que te lo dice, de verdad, cada frasquito chico del mundo lo lamenta... podrías haberte quedado.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Tu apellido en prosa, de poética ni hablar





El productor ejecutivo de una película que fui a ver ayer, el doctor que viene a dar un curso de masajes orientales en octubre (un chanta la verdad). Un diseñador de vestidos de gala, un beisbolista norteamericano (iba a la pasada con el control remoto buscando algo específico en la tele, y como los jugadores llevan sus nombres en la espalda...). Ah, y la marca de unas bolsas térmicas, excelentes para cocinar en microondas.

No sé si tu apellido es demasiado llamativo, de esos que titilan. Esos que si aparecen... te das cuenta. La cosa es que se me cruzó varias veces, para qué tanta historia.

La prosa poética, en mi caso, suele carecer de opciones: O te quiero o ya no. O me querés o ya no. O la soledad o el retozo. Porque si me dispongo a hablar de la noche va a ser porque estoy o porque no estoy con vos (digo vos, pero podría ser cualquiera). Si voy a hablar del café, únicamente del café, y me dispongo a escribir una Oda al Café con Leche, va a ser porque te tengo o porque te has ido (te repito, el “vos” ejemplifica un personaje). De manera encubierta la prosa poética, en mi caso de nuevo, se presenta monotemática, casi autodidacta (no te hagas esperanzas, ya vas a ver como el texto se encamina hacia otro lado. A propósito, no me parece correcto poner corchetes para hacer oootro paréntesis dentro de este, a ver cómo lo hago... ma'sí, lo digo así nomás: ¿Hacerte esperanzas? Si ya de por sí son agónicas, ponerse a hacerlas, mamma mía que paciencia). Ahora supongamos que soy un mafioso: “Este último paréntesis fue una advertencia, ¿ok?. Esta prosa va a ser divertida, sobre una casualidad, punto”.

Pero ahí estaba tu apellido, que todos sabemos que ni es González ni es Xâelehn. Y yo dije, “¿Por qué no una prosa? Poéticos son los trapos”.

Y como ya sé que todo lo que describo suele ser una especie de rotonda de ciudad grande (“dale Pedro, ¡cómo mierda salimos de acá!”), primero me propuse dejar de proferir palabortas y después elegir bien las imágenes. Además empezar a descartar un “proferir” para empezar a decir “decir”. También rimar mejor que eso, y no abusar de la repetición. ¡Y a pasarla bien, es domingo, qué embromar!

Tu apellido se repitó en ciertos escenarios de mi semana, ¿y qué? (no habrás pensado que iba a poner “de mi vida”, esto-no-es-una-prosa-poética para vos).

No vamos a empezar con que te extraño, con que la luna se me cae a pedazos después de las siete de la tarde. Tampoco quiero ponerme abstracto, es decir que si voy a buscar imágenes, mejor que sean facilitas. Hoy estoy “muy así”, muy top-joven.

Sobre todo porque hace tiempo que prefiero que me lea alguien... y cuando digo alguien es alguien, no importa quién. No sos vos en especial, ya hoy no escribo para vos. Es más, en este momento mi madurez te saca una lengua hipotética, y pone los pulgares en las sienes, con las palmas abiertas en dirección a tu hipotética cara de culo, y en esa posición agita los dedos como si tocase el piano. Pulgares-dedos-lengua... Esa imagen es para vos, pero la prosa no. La prosa es para alguien que quizás en este momento está apretando una pequeña sonrisita porque detectó la imagen, o sea, te cuento un secreto... se te está riendo en la jeta.

Imagen simple, a eso me refería, al párrafo de arriba (que oración más fiera)... Otra imagen divertida sería traer a un profesor de literatura, un señor alto e imaginario que por ejemplo diga: “¿Qué es la prosa poética? Vamos, alguno... No quiero escuchar la definición que les dicté, lo que les salga, vamos.” . Menos mal que no estoy en su clase, no tengo la más pálida idea (no tener ni una idea pálida, tan usado y tan bonito, debería usarse menos o apreciarse más). Sólo supongo, porque en este caso saber es cosa de las matemáticas, que la prosa poética es estar sensibilizado vaya-a-saber por qué, y tratar de escribirlo másss o menos como la gente (y ojalá salga mejor que la gente, porque últimamente... y rima fea de nuevo, pero es que la gente). Sin personaje ni trama, en mi caso (no me hago cargo de toda prosa poética, porque como dije, no tengo la más pálida idea, además ya aclaré que no va a ser “poética”. Así que ni sé por qué me preocupo en responderle al profe de mentira). En fin, decía que hay una similitud, y seguimos con mi caso. No hay personaje, ni se habla de lo que hagas o de lo que hayas hecho. No hay historia... tomá otra vez la imagen: Pulgares-dedos-lengua.

Me topé un par de veces con tu apellido, no significa nada (no iba a poner “nada”, las palabras que empiezan con “n” son peligrosas, pero para explicar eso tenía que poner “nada”. Y nada, lo puse).

Estoy pasando un lindo momento che, he metido unos fados bien altos en mis auriculares, he abierto las ventanas para que corra el aire (más bien para que vuele), a su vez he abierto y cerrado paréntesis con cositas dentro, con mucho más que los puntos suspensivos que tantas veces uso como imagen triste. Entonces no es que no signifique “nada”, pero la conclusión que saco es que la aparición casual de las letras de tu apellido, todas juntas, me sirvieron para pasar con placer la tarde... Et Voilá.

Porque no ha habido una felicitación para tu carne ni para tu pelo (esto que acabo de decir no es un piropo, te aclaro), es una prosa poética que nació sin bracitos, o sin piernas, que se quedó en prosa a secas. Perdón si he generado una imagen morbosa, pero como escritor amateur desbarranco que da miedo. Es decir que a pesar de los errores o de los aciertos (eso se mide en sonrisas, sonrisas que quien escribe por lo general no logra ver); a pesar de hacerlo bien o de hacerlo mal: A vos ni te detallo. A su vez espero que quien me lea no sienta la curiosidad de imaginar tu altura o el color de tus ojos, mientras me preparo para escribir otra vez lo mismo. Tomá: Pulgares- dedos-lengua, no puse ni un color ni los centímetros, hasta ahora no sos más que una ameba, un protozoo.

Y esa última aclaración me lleva a otro punto importante, me parecería sensato mandar este texto a un concurso literario... por qué no. La sorpresa que se llevarían, con tanta basura enroscada. A los miembros del jurado, les pregunto: ¿Sabéis vosotros (tomá, los trato de usted), sabéis lo que en la jerga 2.0 significa “dijo el otro”? Bueno, dijo el otro que lo voy a mandar.

Sí, seguro, este texto ha sido para vos, se nota muchísimo que no es que al toparme con tu apellido unas cuantas veces se me haya ocurrido algo como ésto, sino que me llueve en el alma. Oh dios dame fuerzas para no desvelarme por su ausencia, no me amenaces con balcones altos, oh dios, acaricia el cuello del tormento. Tomá vos también, dijo el otro. Y pulgares-dedos-lengua... y ahora sí, con todo el sentido doble del mundo te juro, esto se acabó.



domingo, 7 de septiembre de 2014

Como la mona




No sé si prosa, si poesía, si carta, si bien, si mal. Porque quiero poner que te quise como la mona, y sin amparo literario para ponerlo, lo he puesto y lo pongo, ¿ves? “Como la mona”... “Co-mo la mo-na”.

No pretendo redimirme mediante esta tinta impregnada de domingo y de malvones secos. Tampoco puedo desearte lo mejor... como si la suerte, la tuya, pudiese depender de lo que yo quiero.

Yo creo que están equivocados, esos dicen que los viajes en el tiempo no existen... A todos ellos les digo: Yo sí que viajo. Si basta cerrar los ojos y los años salen disparados como chiquillos traviesos. Se requiere silencio y paciencia, entonces sí, cerrar los ojos pero despacito, sin hacer presión con los párpados; relajar el cuello y de ser posible respaldar la cabeza a la altura de la nuca.

(El tiempo entre paréntesis, y si el tiempo está rodeado, es entonces el tiempo que pasó, el nuestro. Se hace espacio entre mi respiración tu cara triste. Cuántas veces la tuve que aguantar, haberte mirado de una manera al principio para terminar esquivando lo más centrado de tus iris. Uy, sí, te quise pésimo. Las vueltas en mi cabeza van desde un almuerzo hasta el sexo reticente. Haberme convencido de que no valía la pena hacer ese viaje a San Luis, qué provincia más puta, me decía. Pero qué-más-daba el lugar... Aunque claro, yo ya estaba en el rol, ese en el que me convencía de que no era culpa mía sino de la vida, porque el destino no sabía imaginarnos juntos. Tenía una relación en tercera persona, qué me parió. El tipo que jamás creyó en el destino, el que se burló de todos los que creían... sin decírselo a nadie mordisqueaba la idea camino al trabajo, o más bien el engaño, y pum, al final de la tarde era tejida una pelea para poder cancelar la cabaña de mierda en Potrero de los Funes... Bien hecho, hacela llorar otra vez, qué pedazo de hijo de puta, porque después hacías una pavada cuando no había peligro, con la cabaña cancelada, con las distracciones de rutina, con el auto en el garage... y te perdonaban, porque te querían, sin importar culpabilidades o viajes de fin de semana. Hasta que de tanta inestabilidad no te quisieron más. Y una vez te miraron sin sangre, y en silencio pensaste que jugaron a ver quién era el más duro. ¡Vos jugaste nada más! Ella estaba viviendo el final sin ensayo de obra, perdías para siempre, porque cuando se cerró la puerta de casa vos te quedaste un ratito más dentro del papel, pongamos dos minutos, o diez. Pero la puerta no se iba a abrir en versión novela de las seis, no volvía ni-en-pedo. Y te empezabas a romper de a poquito, a arrugarte todo, a empaparte de angustia, porque la tristeza dijo: “No, esta vez paso...”. Te dabas cuenta por una primera vez farsante, como un tatuaje en el espejo de tu frente, que la habías querido como-la-mona, y pareció que necesitaste que ella se haya ido para entenderlo, no sólo habiéndote querido sumamente bien, sino que a su vez habiéndote dejado de querer de igual manera: Libre, sin miedo... Y el tiempo te trae a este domingo, con días altos y años bajos, con flashes, recuerdos y tropezones... Bueno, salí de este paréntesis, abrí los ojos, suspirá y tragá el gustito amargo que tienen estos viajes retrospectivos, pero sin quejas... y primera persona de nuevo. Del singular.)

Has visto. Ni carta, ni prosa, ni poesía... ya ni sé.

Ahora que la soledad es un sillón comodísimo con vistas a una maceta vacía y muerta... Ah sí, sigo sin ser consecuente con las pobres plantas, no me sobrevive ni un cactus con piedritas de colores, qué le vamos a hacer. Decía, con esa imagen tan acorde voy a hablar como se habla solo. Y sí, redundante, total ha pasado tanto tiempo desde que escribí mis primeros versos que escribir bien ya no es prioridad.

Seguí silbando canciones en los pasillos que suele haber entre la gente, aunque seguro lo estás haciendo, ¿te das cuenta cómo sigo creyendo que necesitás mis recomendaciones? Que acaso debería sugerirte que tu candor tenga batallas justas, que si sos siempre tan buena otros cabrones como yo van a hacerte grietas por todas partes. Sé que no. No es necesario, supongo que no es posible que otro se esconda detrás del diario, no sin los besos que retribuyen, no sin que las noticias parezcan viejas. Tal vez lo más patético es suponer que te serví de mala experiencia para que no cometas los mismos errores... ¡Pero no! Dudo que te “prepares” para querer bien, vos querés y punto, no sé entonces si sirvió de algo... Si algo sirvió de algo.

¡La pucha! No sólo no puedo aconsejarte, no tengo nada que decirte (bueno, metafóricamente). Quizás simplemente vos sos mejor, queriendo cuando hay que hacerlo, con ofrendas sinceras en el desayuno (en uno de tantos), y sobre todo en tiempo real... sin necesidad de que un momento sea recreado en una soledad escondida, ¡cómo pude vivirte tan forzado! Y vos manipulando nada más que el café con leche o las tostadas, no las sonrisas o las palabras. Entonces, ¿qué puedo sugerirte yo-a-vos? ¿Que te cuides de tipos malos? ¿Que no sobrecargues la bondad y la paciencia? Vas a hacerlo, y vas a ser la buena, y el otro, malo o no, va a “intentar”, aunque ganes, aunque ganes casi siempre...

Estarás escuchando música o leyendo al insoportable de Capote, hoy domingo que no es más que domingo; imagino que estarás bajo la duda de si ya toca mate o si más tardecito, cuando su calor te sea urgente. Como que te sospecho vaporosa, ingrávida; y que si me nombrasen en un charco de tu vida, dirías cosas normalitas, algunas buenas, otras no tanto. “¿Si me quiso como la mona?”, tus ojos abiertos ante la hipotética pregunta... “no me he puesto a pensarlo...”.



miércoles, 3 de septiembre de 2014

Helados


Que por qué la invité a tomar un helado en el banco de una plaza, me dice; no es una plaza, le corto; bueno, en el banco de un paseo, se corrige; que fue como si mi “yo” de un futuro ni muy lejano ni muy cerquita me hubiese avisado, le cuento; que cómo es eso, me indaga; que hubo una certeza de sonrisota y de ojos grandes exactos, le digo; es raro, me incita; serías como un rompecabezas terminado, le aclaro; ¿te gustan los sabores que pediste?, me sorprende; el helado siempre me gusta, le respondo; no parecías convencido ni de la frambuesa ni de la crema de Óreos, sugiere; no era un buen momento para tomar una decisión, le murmuro; gracias, me entibia; éste es uno de mis lugares favoritos de la ciudad, le comento; ¿te molestan los silencios?, me pregunta; no, de verdad, el Paseo San Joan es uno de mis lugares favoritos, le repito; no lo dudo, se disculpa; los silencios saben cuando incomodan, retomo; nos reimos; dale vos, le digo; dale, decime lo qué ibas a decir, me arenga; los silencios a vos te quedan muy bien, le asevero; ¿combinamos?, me actúa; increíblemente, le prometo; nos miramos; te toca, le digo; ¿es por turnos?, me pregunta; es por turnos, le copio; me mira; se te está derritiendo todo el helado, me advierte; nos reímos; estás nervioso, deduce; es mi “yo” del futuro que no me deja tranquilo, le juego; nos miramos; mirate la mano, le señalo; nos reímos; me da pena tirarlo, me busca; mucha pena, concuerdo; a tomar helado en silencio, me propone; a tomar helado, le confirmo; tomamos envión desde el fondo de los ojos; sonreímos; casi reímos; primera carcajada suya; primera mía; tosemos por el frío de mi frambuesa, por el ahogo feliz y por su chocolate suizo; se me cae el helado; llegamos al punto donde la elegancia de la risa se hace obsoleta; nos deslizamos por el banco casi al borde del piso; suspiramos para recobrar el aire; toda la secuencia se reinicia; desde la tímida sonrisa hasta el suspiro; qué lindo, observa; qué cosa, le pregunto; esos de ahí, nos miran como si estuviésemos locos, me susurra; qué lindo, le susurro; siento el sabor de su chocolate en mis labios; todo se da muy despacito, casi blanco; rompemos el aire; nos reímos con ojos, nariz, frente, todo junto; ¿juguemos a adivinarnos la vida?, me propone; ¿por dónde empezamos?, me animo; debería ser por los nombres, me dice; los dos acertamos, al enésimo intento, casi al decimocuarto, y nos quedamos sentados “meta charla”, casuales, con los dedos entrelazados como estampillas dulces y eternas.


La isla (cuento)

No sé qué esperará el que encuentre este cuaderno, por un lado no me es determinante que alguien lo encuentre, y por otro lado, éste un tanto más melodramático... no sé si espero algo escribiendo estas notas.

Son las dos de la mañana, la isla está tranquila en estas horas. La isla como un tigre durmiendo, la isla como un tigre durmiendo en docilidad de mascota.

La desconexión sigue absoluta: Somos los que fuimos, más los nacidos, menos los muertos.

El territorio es grande pero no enorme. A lo ancho la isla puede recorrerse en bicicleta, siempre y cuando se tenga un estado físico obediente. No así a lo largo, aunque con un auto podría atravesarse en un par de horas, el problema es que a estas alturas la mayoría de los autos han sido prescindiblemente olvidados.

Yo llegué hace varios años y tantos meses, cuando la isla era otro de tantos destinos para gente cansada o asesina, para mnemofóbicos o nostálgicos; con los nativos, con los amigables, con los escasos turistas, con viejos y con jóvenes. Otra isla con agua acechando a la libertad.

No sé por qué quiero describir mis inicios, porque lo que corresponde es narrar lo que ha sucedido con el lugar y no conmigo. Pero el encierro me obliga, o me sugiere, que escriba un poco sobre las dos cosas.

En fin, llegué cansado de ponerme triste, y no es de amarrete que resuma tanto. Vine imaginando que cocinaba en algún restaurante o en algún bar, vine para alejarme de la vorágine de las ciudades, de las calles cansadas, de las caras fruncidas. No conocía a nadie, nadie me conocía, y los primeros días me hospedé en un hostal cerquita del mar, porque el agua maneja bien a la tristeza, te la hace móvil, transportable.

Fui saliendo a la calle con mis currículums hasta acabar tras la barra de un café, lejos de la cocina que había imaginado, así como las días imaginan noches que rara vez suceden.

La velocidad de la isla me resultó rápidamente agradable, tiempos coherentes para contemplar, ausencia de invierno pero no así de lluvias, diferentes disfraces en la flora de acuerdo a la época del año, playas, bananas y bananitas, viento, estrellas gruesas o cielos permisivos. En resumen, un excelente porcentaje de tranquilidad.

No hice demasiados amigos, y como en tantas experiencias de viajes y de reinicios, las dificultades existenciales aparecen o se descubren. Con el tiempo había perdido gran parte de mi capacidad de interactuar con otras personas, de conocer gente, no porque fuese yo desagradable, irrespetuoso o maleducado (siempre pensé que si uno desvaría en sus comportamientos lo sabe, al menos parcialmente, y no era mi caso). A mi me empezaba a costar el inicio de las relaciones, pensando que era injustificado si no era de manera natural, y esa naturalidad era cada vez más utópica, llegando a esperar que algo absurdo ocurriese para poder entablar una conversación.

De esa manera me fui acomodando en la soledad, y casi sin darme cuenta, era el tipo agradable pero raro al que todos saludaban, quizás aleteando unas palabras de más o una sonrisa. Y punto. Era cada vez más difícil alejarme del ritmo que (yo) me imponía, y poco a poco la gente dejó de inquietarse por mi comportamiento taciturno, por mis mañanas en la playa con los auriculares entre los libros, o por mis caminatas nocturnas a la orilla del mar. Todos sabían de mi pequeño apartamento caminable hasta el trabajo, de mi mirada bajita, estaban al tanto de que me encargaba del café del paseo marítimo (del café/bebida, claro está), de que no era un asesino, o al menos de que si lo fui había dejado de serlo, y así, después de cinco meses en la isla me hice prácticamente invisible.

Mi familia, o más bien mi madre, sabía lo que tenía que saber, es muy fácil crear un escenario tranquilizador desde el teléfono, sobre todo si no tienen que mandarte dinero o si se evita ser visto desnudo en una manifestación por Youtube. “Trabajo, sí, los lunes estoy libre. Muchos turistas, sí, más que nada europeos con frío. Estoy calmado, sí. Conozco gente mamá, claro que conozco gente.”

Entonces pasó, y ustedes dirán (porque quizás encuentren el cuaderno, aunque no imagino cómo pueda suceder), que es imposible, que eso no puede pasar. Pero pasó, y voy a decirlo sin rodeos, nada de “Al despertar, lo primero que noté fue...”. Nada de eso.

Fue como si se hubiese apagado el mundo, dejaron de funcionar los teléfonos, las radios, internet pareció no haber existido nunca. Los televisores jaspeados y grises. Los aviones ni avisaron por qué aquel 19 de Septiembre no aterrizaron en el aeropuerto, ni se entendía por qué no podían despegar los que ese mismo día tenían que salir. El puerto no encontró los desembarcos pactados, ni los barcos que salieron encontraron más que el regreso a la isla dos o tres días después.

Podría darles todos los detalles de los acontecimientos, lo que más arriba llamé “rodeos”, los intentos racionales por entender el bloqueo que alguna energía metafísica hubo de planear para nosotros, pero ni sabría cómo hacerlo, porque al principio los esfuerzos por entender que sucedía fueron agotadores (eso creo), y yo no entiendo mucho lo que se podía hacer en esos casos, sí es cierto que cada persona con conocimientos útiles buscó la manera de ayudar. Técnicos, ingenieros, pilotos, empleados de empresas extranjeras enviados a la isla por unos de días, esperanzados éstos en tener noticias de sus jefes, turistas convencidos de que sus países solucionarían el problema inentendible; todos a la espera, opinando, con culpables imaginarios en cada eslabón gubernamental de la isla. Todos, empezando a mirar de soslayo a los habitantes y a sus realidades. Se armaron viajes en barco, pero como les dije, todos los barcos eran devueltos a los pocos días, y al tiempo la gente no hacía más que buscarse entre sí con prepotencia, con una espumosa ridiculez saliendo de sus bocas.

Quizás les parezca que mi relato es brusco, sin deshilachar a las razones ni esfuerzo por detallar de manera pausada los sucesos, pero a decir verdad no tengo más palabras que valgan la pena, porque algunas penas nunca valieron de nada, ni lo valdrán. Y fue quizás eso lo que me ayudó a entender con cierta rapidez, que tenía que acomodarme. O mejor dicho, entendí que no era posible entender y que era necesario aceptar.

Fui a hablar con Marcel Miranda, quizás por temor a la violencia que comenzaba a reptar por las calles, o realmente bajo un miedo sonámbulo, porque acercarme a hablar con un hombre con tantas responsabilidades me resultaba muy inquietante. Así, casi sin darme cuenta, estaba preguntando por el encargado de la seguridad de la isla. No entiendo mucho de los cargos jerárquicos, ni en la política ni en las fuerzas policiales, yo trabajaba en un bar, era un habitante más de la isla, y estoy seguro de que Marcel Miranda no era el “encargado de la seguridad”, en fin, de manera confusa como en este párrafo, acabé en el despacho de este hombre tartamudeando mi nombre y balbuceando mi mano estrecha.

Le dije que teníamos que hacer de cuenta que nada iba a cambiar, que por qué no mejor trabajar en lo que podíamos den-tro de la isla. Nuestra comida a través de la tierra y de los animales con los que contábamos, de la medicina natural que estuviese a nuestro alcance, del amor y del afecto para los niños que ya llevaban más-de-muchos meses bajo la incertidumbre.

Miranda estaba bastante indignado, y llevado por la psicosis general me preguntó que por qué hablaba con tanta calma, que si acaso no podía entender que lo que estaba aconteciendo era una “anormalidad”, y yo lo pongo entre comillas pero lo que él hizo fue pronunciarlo muy despacio. Habló del miedo a un ataque repentino externo, de una anomalía terrorífica, hasta que mediante una especie de temblor en el cuerpo giró la charla hacia mí. Por supuesto que era impensado que fuese yo peligroso, se me nota y mucho, pero a pesar de eso le expliqué que mi calma era para estar mejor, que no ganaba nada perdiendo el juicio por un teléfono que sigue sin funcionar, o por una radio que sigue sin emitir ondas, que por qué no mejor buscar la manera de poner música en la radio local, o ganar tiempo cultivando la tierra o ayudando a los turistas antes de que otros se suiciden o intenten irse en barcos que ya ni saben qué hacer para que los dejen en paz.

Empezar de nuevo, le dije, más allá de que se solucione pronto lo que ni siquiera sabemos. Quizás no tenemos cómo atender a un enfermo de cáncer, ejemplifiqué por citar modernismos, quizás los remedios para esa y para otras enfermedades no estén en nuestras manos, pero no tenemos más alternativa que darles contención, reubicar a cada persona en una labor que sea adecuada. Los ricos y los pobres de la isla tendrán que entender que la brecha no existe. Los niños aprenderán a leer, a alimentarse, a cuidar a los animales, a entender la importancia del agua, de la lluvia, del respeto. Ya veremos con qué caucho les hacemos las pelotas o con qué reemplazamos el caucho.

Nuestra conversación no fue tan simple como estas últimas líneas, se puso muy nervioso, me trató de idiota (usó la plabra idiota, de hecho), siguió alegando a la razón para intentar explicarme en qué se ocupaba el tiempo necesario (y con esto me dio a entender que le había hecho perder bastante), acabando por burlarse de mi inocencia casi al borde de la puerta de su oficina. Le pedí disculpas por importunarlo, le conté de mi huertito en casa (a medias, porque ya casi nos separaba la puerta semi cerrada), de que usaba leña para cocinar lo que no puede comerse crudo, de mi preocupación por los desechos orgánicos, de nuestras cañerías, que en eso sí que tenía razón. Era inquietante la basura, pero que a su vez yo pensaba que dejaríamos de crear basura no tratable, y...

Sentí que me saludó como si la charla no hubiese ocurrido, me imaginaba como un niño que quiere explicarle al padre que si no alcanza para vacaciones pueden armar una carpa en el jardín, y hacer de cuenta que han salido a los bosques de un planeta con estrellas de carbón rosado.

Al salir, sin embargo, me sentía muy bien, con una claridad renovada, cada día había contemplado tristemente la congoja de los habitantes de la isla, las preocupaciones a mi entender mundanas, me había avergonzado por criticar a quienes se olvidaban del mar, de la tierra. Y yo mismo que antes las valoraba a medias, quizás como ellos (o por la misma vergüenza), y que desde el encierro había visto una luz, una paz lenta pero confusa, me alejaba de la oficina de Marcel Miranda quizás sorprendido porque al poder hablar de lo que creía imperioso me había podido oír, mis propias palabras se habían ordenado en mi cabeza y mis pasos iban ligeros contorneando el mar.

Porque si los aviones no puede despegar, ni las torres de control pueden comunicarse con las otras torres, si los barcos vuelven al puerto y los teléfonos no funcionan... entonces... los aviones no pueden despegar, las torres de control no se comunican con las otras torres, los teléfonos no funcionan y los barcos vuelven irremediablemente al puerto.

Marcel Miranda pasó después por mi casa, con la mano en la barbilla contempló mis tomates (no sin cierta ironía) y aceptó un té de menta. No tuvo objeciones en no decir quién era yo si le preguntaban por mí (¿quién era yo, de hecho?), aunque sí se interesó por los motivos de mi pedido, le mentí sobre mi alevosa timidez y hasta puedo decir que se rió. Tampoco me pidió más opiniones con respecto a la isla. Observó mi cara detenidamente, y a decir verdad, a pesar de que no fue un encuentro efímero, casi que ni hablamos, pareció que sólo quería eso, verme. Y lo hizo como se mira a un chico.

Hoy sin dudas es el responsable del cambio, del nacimiento del orden en la isla. No sé cómo lo ha logrado, yo soy el niño que propone las estrellas de carbón rosado pero que desconoce si la carpa estaría en condiciones de ser usada.

Mi moraleja es literaria, como lo son hace ya tiempo mis días.

Me dediqué a buscar todos los libros que tuviesen los habitantes para abrir una austera biblioteca, una que arengue a que nuevos escritores nos den material de lectura. Leemos a veces en la playa, en voz alta, y veo como chicas y chicos se miran de reojo movidos por el deseo, quizás sus hijos, en muchos años, estén desesperados por no poder salir de la isla, pero quizás acepten que no se sabe por qué nos tocó estar donde estamos, y quizás se quieran, creciendo a la par de la incertidumbre, como siempre, porque más allá de nuestro encierro así crecemos todos, dentro o fuera de una isla.

Alguien me dijo alguna vez, y encuentro en esta frase una caricia: “A fin de cuentas... Shakespeare, escribió todo lo que escribió sin haber leído a Shakespeare”.


martes, 29 de julio de 2014

No me den vuelta


No sé si han notado que casi todos andamos, en general, hacia adelante, es raro que caminemos en reversa.

Cuando inicié esta suerte de retroceso, fue por saber que se me escapó algo (nada de llamarlo presentimiento), y cuando nos pasamos por alto un “algo” debemos volver un par de pasos. Bueno, quizás mi trecho se está haciendo un tanto extenso.

Como no estamos acostumbrados a ir de esta forma lo hacemos con notable torpeza y lentitud, no tardé mucho en darme cuenta. Esta complicación fisiológica se debe a que instintivamente tendemos a ir hacia el frente; porque casi todas las partes software que asimilan, dilucidan y recrean, están en la parte delantera: El equilibrio de nuestra nariz, de nuestros dedos de los pies, de nuestros ojos, de nuestra boca...

En fin, cuando el camino hacia atrás se alarga comienza a ser demasiado para los demás, para los que van, por decirlo de alguna manera, en tu contra. Empiezan los avisos ante posibles choques, el fastidio generalizado por el idiota que vuelve sobre sus pasos viejos en reversa. En mi caso voy pegadito a la pared, palpándola como a una leal amiga de ciego primerizo. Porque los ojos no sirven tanto en esta situación (y digo “tanto”): Lo que debería agrandarse se achica, lo que debería estar cada vez más cerca se aleja. Pero algo hubo detrás, y sí, pura espalda terca y talones que se saben al borde de la caída a cada paso, talones indignados por no haber nacido para esto buscando conmigo ese “algo” en lo más estrecho de la vereda.

Bocinazos de voz, caras que se giran repulsvias a-casi-nada de pasar a tu lado, labios que balbucean un insulto con los dedos hechos un puñado, yendo hacia arriba y hacia abajo “¿qué hacés estúpido?”. Y el estúpido tiene algo de insulto grande, serio, podría decirse que si alguien suelta un “estúpido” está al borde de hacerte mucho más daño. Casi de inmediato otro que te insulta, o eso parece. Así pasan a cada rato los murmullos dados vuelta, murmullos que después se desdoblan y siguen andando mientras vos ves como se achican, para luego desvanecerse en el umbral de la dirección “correcta”.

De ir en reversa bracearían más despacio, respirarían más cortito, es la atención que requiere el pensar mucho en tu cuerpo desacostumbrado. No es como ir hacia atrás en el tiempo, no soy tan exagerado, pero bueno... casi.

Lo que hubo detrás puede iniciar también sus pasos en reversa, está en todo su derecho, a fin de cuentas yo pasé de largo. De cualquier manera no pienso darme vuelta, me voy acostumbrando a ir despacio y atento. Me voy acostumbrando al hecho de que doy un paso, de que doy dos, de arrastrar un poquito los pies por si hay algún escalón hacia arriba o hacia abajo; también a ver como todo en lugar de agrandarse se achica. Yo podría haber girado e ir como corresponde, lo que se llama “volver”, es lo que todos me siguen diciendo cuando me esquivan, pero no es lo mismo, “volver” sería buscar aunque con el deseo quebrado. Mi búsqueda empezó y continúa de esta manera.

Entonces no.

Mi marcha seguirá convencida, optimista... Que también me pueden estar esperando quietos, sin haber ido a ningún lado, así cuando pase bien cerca voy a percibir una nueva imagen que se achica en lugar de agrandarse, pero que en este caso lo hace más lento, y además... una que por fin sonríe y no me grita tanto. También puede venir hacia adelante ese algo, he allí la esperanza de ir semi ciego, puede abrazarme por la espalda, excepcionalmente, con cuidado para que no me caiga, tapándome los ojos casi inservibles a modo de adivinanza, “¿quién soy?”... como si importara, “¡vos seguime abrazando!”.  


viernes, 25 de julio de 2014

solo

hoy solo no puede significar solamente, ni las mayusculas pueden ser esdrujulas, graves o agudas, hoy me quedo atras de este parrafo lleno de saliva gruesa y de comas, porque recien sorprendi a los dias con el autocorrector debajo de mis pasos marcando con un firulete rojo cada uno de mis errores inevitables, mis propios pasos señalando con sus dedos carcomidos, feos e hipocritas, y yo aca teniendo que revisar mis huellas para ver si entiendo por que he sido declarado culpable, entonces repaso o rehago este texto muy enfadado, sin permitir que se me escape una tilde, que vuele asi mi dignidad con su musiquita de espera, que esto no se convierta en historia, nada de punto y coma, aprieto los puños lo mas que pued pero nadie puede salir lastimado por mas fuerza y por mas entrañas que ponga, que desaparezcan entonces los parentesis y los abrazos, los puntos o los personajes, me muerdo un labio enajenado al ver a mi soledad despreciada entre la gente, y ni mi boca entiende por que destilo tanto daño, a quien le importan los guiones y las voces en off, que la tinta hoy sea un desperdicio, una suerte de texto lleno de chicles pegados en las suelas y en las manos, con los restos de baba tutti fruti de algún pervertido encubierto, que el dolor que me provoca este parrafo interminable y tedioso sea torturado a la vista de los puntos suspensivos, de la esperanza, que la obliguen a mirar, si, a la esperanza, que despues la amenacen de muerte para que se ande con cuidadito, porque si escribo un parrafo mancha de grasa o un parrafo escupida procurando que no haya un solo acierto, con el silencio sangrando de las muñecas, lo hago por una suerte de reproche existencial, coma tras coma, me ahogo entre puntos ausentes, cuando de repente mi voz atragantada sugiere que seria mejor sentarme de cara al mundo sin estar tan enojado, si ni siquiera sabes si es enojo o si es tristeza, dice, si no entendes por que de ser tristeza envicia tanto, quizas sea cierto y no tengo que escribir sin contar con el cariño suficiente para poner un punto seguido, que perdone o que al menos acaricie, pero que mejor que escribir mal, me digo yo de repente entero, sin signos de admiracion, sin las comillas que tantas noches permanecen abiertas y en blanco, entonces vuelvo a mirar por mi ventana, que no muestra mas que cemento y altura inservible, me acerco y tiro una colilla al vacio para ver si alguien reacciona, ya sin verguenza por la falta de dieresis, con un derrame en la respiracion, porque si el mundo gira no me estoy dando cuenta, y me pregunto de que serviria gritar hacia afuera, para que un signo de interrogacion, habiendo tantos locos y tantos balcones, quizas el pobre grito se asusta y se pega la vuelta, me rasco la cabeza temblando, con el llanto que me extorsiona, me digo despacito que el solo no puede ser solamente, hoy no hay tilde que se atreva a cambiarlo, termino escribiendo que este parrafo se muere con una coma, bien escondida detras de mi odio a tener tanto miedo, de mi miedo a tener tanto odio, de mis pasos


martes, 20 de mayo de 2014

Hombre (cuento)

A Greta muchas veces se le hacía tarde. Rafa organizaba la cena casi sin esperanzas de compartir esa mesa que ya preparaba despacio. Cuando era indudable la demora comía con sus ruidos, sin prender el televisor.

Siendo casi las doce, él chequeaba información innecesaria en su computadora, tirado en la digestión del sofá.

La mesa marcaba con decisión el sector que él había utilizado: Migas alrededor del plato, cubiertos cruzados (brillantes por la salsa de los fideos), una servilleta de papel hecha basura y el vaso con un centímetro de vino tinto y huellas dactilares.

Enfrente de su desorden, el sector de Greta: Los dos recipientes con repasadores como resguardo, el plato con los cubiertos a los lados y la servilleta abajo del vaso. Cada tanto, de reojo, él la percibía como un holograma sentándose a la mesa.

Rafa no se sentía cómodo con su tedio impaciente, Greta siempre había trabajado sin horarios. Cerró la tapa de la computadora resoplando, justo cuando la llave tronó en la cerradura.

-Amor... -dijo al verlo.

Greta desmayó su cartera y su maletín en una de las sillas y lo besó ruidosamente en la cabeza.

-¿Cansada? -expresó Rafa, recibiendo el beso como un perro olvidado.

-Más o menos. Lo importante es que quedaron todos contentos, -levantó uno de los repasadores y soltó el “uhmm” celebrativo por la cena-. Espero que a partir de la semana que viene se tranquilice la locura y tengamos todos más tiempo.

Greta ni fue al baño, por lo que Rafa imaginó que tendría una brutal mezcla de sueño y de hambre. Apoyó la computadora en el suelo y se acercó para hacerle compañía.

Le sirvió vino y se acodó en la silla de enfrente, mientras ella le contaba resumidamente su reunión y los motivos de la demora.

-Javier no terminaba nu-nca de explicar los dibujos, los tipos ya estaban contentos, pero como le festejaron la “calidad” de su trabajo -Greta dejó los cubiertos para burlar las comillas-, este empezó a exponer interminablemente el proceso de su “creación” -rehizo la burla y luego reanudó el baile con los fideos.

-Respirá Gre... comé despacio.

Con la boca semi llena, ella disculpó a su velocidad.

-Están buenísimos -tragó y agarró el dedo índice que tenía más cerca-, ¿vos? ¿qué tal el día?

Rafa sabía que tenía poco trabajo y que Greta también lo sabía. A su vez ambos sabían que trabajaba desde casa entre los mails o el celular, siendo casi un testigo del tiempo capitalizado Sin embargo nunca malinterpretó esa pregunta asidua.

-Bien, lo que podía hacer lo hice. Ah, y estuve ojeando el libro de tu amiga, anda bien...

-¿Viste? Te va a enganchar después, vas a ver...

-No, si ya me di cuenta que me gusta, -contestó pestañeando despacio su sonrisa.

Greta destapó el otro “tuppercito” y exclamó contenta: “¡Alcauciles!”. Mezcló aceite y vinagre en un platito de café que Rafa había puesto, para luego ordenadamente, empezar a untar y a descarnar con los dientes las hojas más olvidables. Él observaba su ahínco, todavía acodado, sosteniendo con la mano su cabeza.

-Mañana a la tarde si querés vamos al cine, -sugirió Greta antes de chuparse los dedos- yo a las tres ya estoy libre. Fin de semana y medio, me encanta...

-Sí, a no ser que tenga mucho laburo yo, -ironizó Rafa, totalmente convencido de necesitar las palabras que vendrían-.

-¿Otra vez Rafa? Tranquilo, si ya sabés que es de a poco. Estás empezando casi de nuevo.

La cara de Greta se agitaba con la evolución de su alcaucil y Rafa se mecía por dentro viendo la manera en que ella lo disfrutaba. Cada vez las hojas embebidas en la vinagreta le dejaban más carne en la boca, haciendo que la acidez del vinagre pierda el protagonismo que tuvo al principio.

-Ya sé, fue un comentario choto... -contestó él volviendo de un tirón a su diagnóstico laboral-.

-¡Vos sos el “choto”! Hacía cuánto no escuchaba esa palabra.

-¿“Choto”? -preguntó sin pensar Rafa, con la mirada perdida en el confort del dedo índice que sostenía Greta, quien a pesar de la dificultad, se las ingeniaba para comer el alcaucil con una sola mano.

-No, “comentario”. -Respondió ella con la mueca burlesca de un adolescente.

-Chota.

Los dos respiraron hondo, con la sonrisa clavada en sus ojos compañeros y testigos.

Greta ya estaba a punto de arrancar la cúspide (ese pequeño conito) que se forma arriba del corazón del alcaucil, del que sólo se desperdicia alguna punta filosa y equívoca.

-Bueno, entonces vamos al cine mañana, me encanta...

-Claro, me llamás cuando te desocupás y nos encontramos en el centro.

-Dale, todavía está la que queríamos ver, la que estaba basada en una historia real. Recién los martes cambian la cartelera, ¿no?

Cerró los ojos con la lengua dando saltos y los labios brillantes. Después apoyó el corazón y con la mano libre agarró el cuchillo que había usado Rafa. Cuidadosamente lo cortó a la mitad, apoyó el cuchillo al lado de su vaso haciéndose lugar entre sus cubiertos, y con delicadeza untó las dos mitades tomándolas del pequeño cabo. Dejó una al borde del plato y arrimó sus dedos con la otra mitad hacia la boca de Rafa.

-Sí, ¿no? ¿Cambia los martes? -reformuló primero-. Abrí la boca “choto”.

-¿Me vas a dar la mitad de un corazón de alcaucil? Ojo que eso es cosa seria -dijo él antes de despegar apenas los labios.

Ella no contestó con palabras, retractó unos centímetros los dedos, volvió a sonreír e inclinó la cabeza hacia su izquierda

Los dedos retomaron el camino y Rafa dejó entrar ese medio corazón condimentado, sintiendo como las yemas de Greta rozaban sus dientes de abajo después de dejarlo. Su panza se ensanchó de cosquillas, de un amor que se la banca.

-Gracias “chota”, -dijo él mezclando cierto protocolo con una voz tibia.

-A vos por la cena -Greta engulló su mitad y desde un timbre de voz liviano preguntó- ¿lavamos los platos mañana?

-Andá yendo a la cama que yo los lavo en dos segundos, -dijo Rafa mientras se sentía culpable por despertar a su dedo índice de la siesta.

-No, me quedo y te espero, -aclaró Greta mientras le daba un tierno mordiscón al dedo de Rafa antes de que se lo quiten.


Rafa lavaba los platos y Greta los secaba con el repasador que antes cubrió su cena. Si fuese esto una escena de cine, veríamos a los dos bien cerca, de espaldas, encuadrados en el centro de la ventana que da a la calle. Luego la cámara se alejaría hacia atrás: Está ella con la cabeza recostada en el hombro de él, quien haciendo su mayor esfuerzo en no clavarle los huesos, ejercería su labor apenas moviendo las manos, casi quieto.