jueves, 21 de febrero de 2013

Rutina


Tu cara sin sueño, tu piel delatando lo mal que armaste la cama, la gravedad como tiempo, la melancólica tinta del diario, el olor nítido que me asegura: ésta es tu casa, las primaveras de adorno, el café que apresa a la taza celeste, mis pantuflas de otoño. La ventana como cuadro de un pintor triste, los planteos de tus recursos económicos en torno al almuerzo, la pendiente o lo pendiente, las innumerables veces que decimos “escuela”, el cielo cada vez más lejos, tu tos nerviosa y tus nervios tosudos. La difunta ternura de la mujer dormida, las tostadas con el hipotético pan de ayer, las espaldas alérgicas, los desde hace tiempo, la saliva amarga de la discrepancia, los sábados por la noche edición ilimitada, la maestra de cuarto grado, la crema de leche larga vida. La paleta que tuvo colores, el pasado irrelevante, el control remoto (pobre mártir). Que se acabe la yerba transmutado en tragedia, lo lineal, la vuelta a la manzana, para toda la vida. Las garantías de dos años, el descuido, la melena verde, los no nos pasa nada, las cuotas o los besos, la preciosa soledad del coche y los cochecitos heredados. Una torcedura de tobillo en la clase de gimnasia por causa de nuestros portazos, las manos pobres, la cámara de gas, la mermelada bajas calorías, el ay, las patas de la mesa, que el odio pase tan cerca, la comicidad hecha ofrenda. La hipoteca o la ipotheca, comprar leña sin sentido, la panela de cobre que un día hizo paellas, tus comisuras cansadas, los por mi culpa. El film plástico insoportable, los olores y nuestros perfumes, los supermercados silenciosos con un carro que en general anda mal, la pared del reloj, la carne tan cara. Nuestra carne.

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