Tu cara sin sueño, tu piel delatando
lo mal que armaste la cama, la gravedad como tiempo, la melancólica
tinta del diario, el olor nítido que me asegura: ésta es tu
casa, las primaveras de adorno, el café que apresa a la taza
celeste, mis pantuflas de otoño. La ventana como cuadro de un pintor
triste, los planteos de tus recursos económicos en torno al
almuerzo, la pendiente o lo pendiente, las innumerables veces que
decimos “escuela”, el cielo cada vez más lejos, tu tos nerviosa
y tus nervios tosudos. La difunta ternura de la mujer dormida, las
tostadas con el hipotético pan de ayer, las espaldas alérgicas, los
desde hace tiempo, la saliva amarga de la discrepancia, los sábados
por la noche edición ilimitada, la maestra de cuarto grado, la crema
de leche larga vida. La paleta que tuvo colores, el pasado
irrelevante, el control remoto (pobre mártir). Que se acabe la yerba
transmutado en tragedia, lo lineal, la vuelta a la manzana, para toda
la vida. Las garantías de dos años, el descuido, la melena verde,
los no nos pasa nada, las cuotas o los besos, la preciosa soledad del
coche y los cochecitos heredados. Una torcedura de tobillo en la
clase de gimnasia por causa de nuestros portazos, las manos pobres,
la cámara de gas, la mermelada bajas calorías, el ay, las patas de
la mesa, que el odio pase tan cerca, la comicidad hecha ofrenda. La
hipoteca o la ipotheca, comprar leña sin sentido, la panela de cobre
que un día hizo paellas, tus comisuras cansadas, los por mi culpa.
El film plástico insoportable, los olores y nuestros perfumes, los
supermercados silenciosos con un carro que en general anda mal, la
pared del reloj, la carne tan cara. Nuestra carne.
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