Suspiro o inspiro, las
noticias reversibles en la radio, los treinta y tres pasos hacia el
ronronear de la heladera, si Romeo hubiese muerto primero. Mis manos
ciegas en pos del encendedor, el porcentaje de humedad, la obscenidad
de las cortinas, el mundo callándome la boca. Rascarse porque pica o
que pique porque hay que rascarse, las vueltas con sal en las venas,
mis tres estrellas confidentes, el inconfundible silencio del humo,
tener tanta cama. La inolvidable piel de mamá, se solicitan cuatro
dadores de sangre factor RH+, el abrazo no correspondido de la
almohada, el octavo vaso de agua, el majestuoso fornicar de los
gatos, casi todas las ovejas. De repente sólo el techo, la desgracia
y la niñez atravesadas en dos minutos, mis frazadas entrometidas, el
espejo del baño. La masacre de Pompeya, comprar pilas, las sirenas y
el vaivén de la urgencia, las gotas que se duchan, las gotas, las
gotas. Y si lloviera, dónde quedará ahora tu ventana, el latido del
cenicero en mi pecho, dentista el jueves, que no hagas lo contrario a
decepcionarme, el absurdo futuro que planeamos dos meses atrás, seis
víctmas fatales. El rojo de los números desvelados, mi placard
abierto, la manguera del sereno, amenaza o amanecer, accidente en la
intersección de Ayacucho y del cielo. Boca abajo una vez más, la
creatividad o la renuncia, tal vez el primer pájaro, quizás el
silencio de los grillos, tu pesadilla, Buen Día País, la primer
lágrima dormida. Que me cuide de vos la mañana.
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