lunes, 1 de febrero de 2021

Llovió


 

Ella no ha parado de llover en mucho tiempo, atrás varios abrazos. Lejos. Descoloridos. Precisamente en este instante no se detiene a pensar que llueve sobre su ropa cuando la tiende entre los azotes del viento. Quizás no entiende, desconoce, su lluvia la despeina, la inquieta. Ella llueve sin descanso ni explicaciones, con el cariño en Modo Avión se desvela sobre todo cuando está dormida, grita y precisamente en este instante mastica los cereales sorbiéndose los mocos de cada minuto inminente. Llueve de golpe con más intensidad y hace un bollo con un papel, con la factura de la luz, con la nota de devolución de los Reyes Magos, con el prospecto de algún alcaloide, con la tinta de aquella carta que nunca fue. Se sacude en un intervalo que advierte tormenta y sin darse cuenta tira el plato a la basura junto con la cuchara y el camino.

Llueve con ímpetu mirando por la ventana, llueve sobre el piso de baldosas marrones relamiendo las caídas, llueve la paciencia de las nubes que se pasean por su armario, llueve entre el cruce caótico del tiempo y de la tristeza, precisamente en este instante llueve sobre el teléfono que le pregunta dos veces por qué no puede volver a la universidad. Lluevo imbécil, afuera no sé. Afuera qué me importa. Pero le cortan o se corta y ella tira el aparato contra la pared salpicando de agua y de rabia la mesa de vidrio que soporta la ausencia desdeñosa de mantel.

Lluevo, repite bajito como la garúa en que se convierte. Así llueve hasta la noche, pasando por estados varios y varios malhumores, precisamente en este instante llueve sosteniendo la fregona en las manos como a un rompecabezas de cinco piezas. Los pies fríos y empapados, los calcetines pesados haciendo un noble chapoteo sobre la lluvia estancada en las irregularidades del piso y de su voluntad.

Llueve por última vez antes de cansarse bien y del todo. Llovió en el último suspiro antes de ver el sol tibio que alivia los porfines que mandan todo a la mierda. Llovió por vos, llovió por mí, llovió por todos los que precisamente en ningún instante la vimos llover.

viernes, 20 de marzo de 2020

Camila y la barba de Benjamín


Busco inspiración entre las inútiles cosas que decoran mi mesa, mis paredes, mis recuerdos y mi poco misterio, de inmediato carajeo con la cabeza para admitir que nuevamente estoy buscando donde no corresponde. Parece que va a ser otra tarde en donde mi círculo se entretiene con mis vicios.

O tal vez no.

Porque entre la maraña de cosas que (al parecer) quiero contar, se despereza una chica para abrir los brazos de la siesta y llenarla de agujeros. Ante todo aclarar que no la conozco, que de momento sólo sé su nombre y tal vez su edad. Aunque sospecho que desde ese segundo en el que vea por primera vez su rostro voy a conocerla de esta y de muchas otras vidas. Me acomodo mirando hacia una gran ventana de la sala y la empiezo a encontrar.

Noto que ella intuye la búsqueda, será que sospecha el esfuerzo de mis sentidos por hacerla perfecta. Su pequeña figura se arrima como un avioncito de papel, y ante su manera de andar por mis ideas me preparo para lo que resta de la tarde.

Es verano al parecer, todos los colores que la rodean acentúan esa tendencia envidiable y la hacen ver aún más entusiasmada con la idea de salir de mi cabeza. Aún no escribí que se llama Camila.

Pero Camila se da vuelta desde la ventana y me pregunta cómo me encuentro, inclina su cuerpo y se contesta que no estoy bien, finalmente y sin dejarme responder asevera que estoy muy triste. Mi sorpresa es tal que intento persuadirme para seguir hablando de ella, marcando una disposición de texturas que la pintan de boca grande, calculando con precisión su altura, el diámetro de sus mejillas; luego la ubico regando las plantas de un balcón enorme, a las risas, arropada por unos excéntricos pijamas violeta.

Sus brazos cruzando una protesta dejan trunca mi finta, me resigno a contestarle que estoy lo suficientemente bien y no lo suficientemente triste, dejando en claro con esto que no quiero ser hoy protagonista. Menos sin mi permiso, e invento con esas cuatro palabras un enfado como de arcilla. Creo que ella, la incoherencia y yo notamos que la situación me empieza a morder los dedos.

Perplejo la veo sentarse a mi lado, no tan perplejo la veo ordenar mi desorden y cebarse un mate, me agradece los pijamas y me pregunta cuál es su profesión. Reacio le contesto que todavía está estudiando, que le faltan dos materias pero que se quede tranquila, que ambas son fáciles de aprobar. Con una espectacular soberbia dice que es raro, ya que no sintió ningún síntoma de preocupación mientras regaba las plantas ni cuando cantaba en el balcón, detalle que yo no tuve tiempo de plantear. Sin dejarme escribir una respuesta me reta porque todavía no le contesté qué es lo que estudia. Me marean la resignación y el agotamiento, juegan ambos conmigo pasando entre ellos una pelota invisible. Le contesto que lo que ella quiera, confesando así que yo no voy a ser el chofer de esta historia.

Pienso en eso que habría estado cantando y ella dice que es exactamente lo mismo que estamos escuchando ahora. Debo de estar muy nervioso, me delata mi cara, me delatará su cara pero sobre todo me delatan estas letras. .

Me calmo con el punto aparte y le propongo orden, ella dice aceptar aunque duda de la obtención de buenos resultados.

Le suplico o la confundo poniendo más macetas en su balcón o pecas en sus cachetes, siento que mis ideas están todas manoseadas y quiero tirarme los pelos. En eso me acaricia la mano y detecto que la batalla va a ser injusta.

Camila toma las riendas de manera definitiva y comenta que extraña a mis personajes, y que aunque agradece la intención no está segura de estar a la altura ¿Por qué no me contás una historia?, me sacude mientras yo alzo las cejas.

Le contesto que quería empezar a hablar de ella justo cuando decidió invertir los roles, pero inmediatamente me suelta la mano con la rapidez que provoca un susto. Le prometo que usé lo mejor que pude mis modales analfabetos aunque Camila está sin dudas ofendida.

Empiezo la historia desesperado con el fin de obtener su perdón y disfrazar mi papelón literario:

No tengo una explicación para justificar esta decadencia, empiezo, pero al notar un ademán ofuscado cambio decadencia por falta de talento. Sé que quiero escribir una historia, sé que te presiento en ella, que te quiero ver enamorada, quizás de una chica de pelo muy largo, quizás de un hombre un poco mayor, quizás de ese árbol de la infancia, quizás de la magia de la incertidumbre, quizás de mí.

También recuerdo mis escenarios pasados, sí. Casi tan especiales como tu balcón, hasta quizás mas ricos, más amplios y más invadidos por la confianza. Los veo llenos de calles angostas y con ese asfalto húmedo que tanto te gusta llevarte a pecho. De repente te puedo ver ahí con las manos enormes, abrigadas por unos guantes colorados y una nariz que hace juego. Si querés los traigo y te los presto. Los escenarios digo, los guantes son tuyos desde que te los encontraste tirados.

Camila me mira y me pide que continúe, admitiendo que de a poco se va sintiendo en esas calles para respirar esa humedad que acá tanto escasea.

Le comento que hay días en que siento que mis personajes me esquivan, que los veo descansando de espaldas como fingiendo estar dormidos. Su mirada tiene la atención que necesito, pestañea lento y respira hasta adentro mío, intuyo una especie de conexión que de inmediato cae al piso. Despacito, casi sin hablar, me pregunta por Benjamín y por su barba.

De un segundo a otro me resulta evidente de quién se trata, con un gesto un tanto burocrático le agradezco la introducción sabiendo los riesgos de su aparición repentina.

Como no me atrevo imagino que le pongo una mano en la cara y le digo que bien sabe que no es hombre para ella, que lamentablemente sigue sin entender lo que es la cobardía, y menos aún lo bien que sabe lucirla de manera inofensiva. Que me gustaría oponerme a que ella se lo cruce de repente afeitado y sin esposa; usando orgulloso la camisa que compraron juntos, maquillada por las dos manchas de mostaza, haciendo la trigésimo cuarta promesa.

Los ojos de Camila rozan el suelo y yo equivocadamente creo que la historia se ha salvado. Cierto es que no soportaría ver como Benjamín le aprieta el corazón, aunque también es cierto que esa angustia se me presenta un tanto confusa.

Para enfriar la escena le digo que hablemos de lo que estudia, o mejor dicho, de lo que casi está por terminar de estudiar, le doy libre albedrío y quiero que elija con el alma. Ella hace una pausa y me pregunta si puede ser bióloga, lo dice casi sin mover la boca, casi sin soltar aliento. Me sacaste la idea de la cabeza, respondo con un entusiasmo sobreactuado.

Le recomiendo que vea una serie de documentales que ella dice haber visto, los enumero y ella asiente. Le propongo que sea nada más que una materia, o ninguna, nombro más documentales desesperados, comienzo a decir algo de la universidad, del calentamiento global...

Me quedo callado de una buena vez y la miro. Me consumo y la miro

La veo dirigirse a su balcón o más bien veo por primera vez su espalda, me quedo otra vez solo y desde allí sospecho que ella tararea lo mismo que estábamos escuchando hace un ratito. Aunque de a poco la música también se disipa.

Maldito el momento en que traje a la luz su ternura, ahora sostengo la calamidad toda cruda y el desamor más injusto. Presiento que estornudé sobre su amor o sobre su esperanza, justo cuando esa idea se hace palma para darme no una sino dos buenas bofetadas.

Me comienza a escocer su ausencia y la mezcla de sonidos que eso acarrea, creo que lo que llevo escrito se lo debo a ella y a sus maneras dulces de querer que yo le cuente... que la van a querer como se debe. La imagen de que no fui lo suficientemente cortés se me aparece de golpe y mi cabeza sucumbe en la mesa.

Mientras su imagen se desvanece querría correr a buscarla, no pude decirle que ella es mi personaje favorito, que aunque me carcoma la envidia lo afeitaba yo mismo a Benjamín para que sean felices por siempre, que vamos los tres a comprar de nuevo la camisa, que la manchamos o la limpiamos. No le pedí que se quede.

Ahora suena tan fácil hablar de sus pasiones, de sus ojos curiosos, de la forma en que su tono de voz se agudiza cuando termina de pronunciar una pregunta. Ahora quizás no vale la pena decir que me resulta idónea para ésta o para cualquier historia, no tiene sentido decir simplemente que metí la pata.

Un lapso de tiempo pasa de manera confusa, ni rápido ni despacio, el tiempo que demora uno en masticar, atragantarse, toser y respirar la hipocresía.

Concluyo mi historia con el personaje menos pensado, con las yemas vacías y la boca seca. Se lo ve sentado con una afeitadora en la mano, con un pomo de mostaza vacío, con dos lágrimas que se arriman y sucumben en la hoja. Mira hacia donde hace sólo unos minutos estaba el balcón de Camila, se lo ve con la mirada blandita, buscando aquellas pantuflas y los respectivos pijamas, sin importar ya de qué color sean. Busca alguna maceta o la copa de alguna de sus plantas, se lo ve alzando el cuello y entornando la tristeza para que ella lo adivine, aunque sepa desde hace dos párrafos, más bien una hoja entera, que Camila se ha ido. Que Camila ya no regresa.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Macho





Debí ser yo quien mire fijo algún poro de tu boca. O debería haber amedrentado a mis ojos entre cuatro y seis segundos antes.


Debí ser yo quien invada algún espacio telefónico, el que sin insistir inicie el andar sinuoso de la conquista. O debería ser “conquista” una palabra suicida.

Debí dar tantas veces el primer paso hacia una sonrisa, pero si entre las piedras me caía y me lastimaba fiero ¿quién me hubiese cuidado? O debería acabar de entender que ser hombre muchas veces me resultó una soberana y verdadera mierda.

Las cosas por suerte van cambiando, yo siempre tuve que fingir que alguna vez podría ser “macho”. Fingirme. La fuerza, la barba, los torsos, la violencia. Yo soy sensible y tímido carajo, no “gano por cansancio”, no encierro con los brazos, propongo o dispongo cuando me aseguro que los dos estamos de acuerdo. Quiero afinidades y un ida y vuelta imparcial, no especular más ni que especulen tanto. Quiero que la inseguridad sea cándida y sobre todo compartida. Quiero que la palabra “amabilidad” le ponga los puntos a la palabra “caballerosidad” cuando ésta se pase de lista.

Me altera que no me sea indistinta una pierna que no está depilada, tal vez no sea demasiado tarde pero también puede que haya nacido treinta años antes de la inminente libertad de los vellos del cuerpo.

Aunque tambíén me altera el hecho de nunca haber podido preguntar si me prestaban la chaqueta. Por eso, que el frío sea unisex, las lágrimas sean unisex, el vello sea unisex; que ser fuerte sea unisex, pero que si uno es más fuerte que el otro no ejerza nunca esa fuerza.

Nunca.

Ojalá que las generaciones venideras lean esto y digan “nada que ver”, que se aburran, que se rían del “dinosaurio” o que ni siquiera entiendan. 

¿Con qué bisturí extirpo de mi cerebro las innumerables escenas donde un tipo le invita silenciosamente un Martini a la chica de la mesa nueve?

Muchas veces me siento un sádico porque observo y analizo y pienso en cómo aprender o de una vez desaprender del todo. Ni hablo ni digo ni me acerco, pero tampoco me alejo me alegro ni me distraigo. Pretendo hacerlo sin el morbo envejecido del pasado, asegurándome que no escape lujuria donde no es debido. Lujuria que en libertad no sé usar por la contaminación cruzada de mis instintos, pero no sé si no sé, si no quiero o si ya no me atrevo. 

Tanto tiempo con las virtudes en estado vegetativo, con los defectos haciendo cola para poder entrar primero. Anhelo que el rechazo deje de ser tan violento, que caduquen los insistidores e insistidoras, que la naturalidad le ate los cordones a esa insistencia y le acomode el pelo detrás de la oreja. Siempre convencido de que me excedía en el respeto, vapuleado por un cóctel de opiniones propias y ajenas. Y hoy que entiendo que el respeto nunca es excesivo me esmero en erradicar la culpa de aquel chico con miedo.

Entonces que no haya más cagones ni histéricas, que todos y todas tenemos dudas que pueden irse a las manos con la paciencia. Querría que nos preguntemos si da vergüenza desnudarnos por primera vez, y que si no es mutuo uno lo abrace al otro y lo entienda.

No soy de los que planean una cita para que “no puedas resistirte”. Velas, cena, luces bajas, música, vino. Ojalá haya igualdad en las intenciones cualesquiera que éstas sean, pero sobre todo ojalá que  se note... Y al fin puedo estar orgulloso. Que se note demasiado que podés resistirte cuando quieras

domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Y la prosa Don Julio?


Mire a la hora que pretendo escribirle Don Julio... Ya me he desacostumbrado a pernoctar, no sé bien si por la razón o por el tiempo. O quizás porque entre tantas cosas que nos imponemos para poder vivir un poco más (y quien le dice también mejor) yo incluyo procurar dormirme temprano.

Hoy pensaba en las veces que miento cuando escribo, y no me refiero a la ficción sino a la poesía. Epa, ¿no?, ya se ve venir un texto autocompasivo de nuevo. Sí y no. O sí. Sí y sí.

Pero es que mi soledad ha soñado siempre con utopías, no le voy a mentir (esta no es la primer mentira, no hay sarcasmo). Musas viscerales que aparecen y desaparecen entre los milagros cotidianos, búsquedas implacables en terrenos desconocidos (no sé qué he querido decir con “implacables”, creo que se me escapó un lugar común y para no borrarlo con una simple tecla, hago de cuenta que esta carta se escribe con tinta). Bueno, haga ahora usted de cuenta que el paréntesis sigue porque no puedo dejar pasar ese adjetivo mal vestido, tal vez porque combina un poco con el relato. Me explico: Primero que nada reemplazo el “implacables” por “inservibles”, luego retomo el facilismo de solventar con una tecla un error olvidable, porque aunque no he parado de mentir en esas poesías amorosas desangradas, al menos eran mentiras que podía llegar a creerme. Ahora ya no Don Julio, me siento de juguete, envuelto en papel film (un rollo de plástico adherente de 70 metros para guardar los alimentos en un plato sin necesidad de taparlo. Descartable. Y sí, contamina un huevo.). En resumen, no me creo mis mentiras.

Nunca me llevé a pecho mis amores, un porcentaje elevado no existió ni siquiera para mí, a pesar del engaño adolescente o ya un tanto crecidito. Y el otro porcentaje se me cayó bajando por algunas escaleras, se me perdió o lo pisé. No sé. Pero me fui alimentando de fantasías, más lindas todas... No me importa que cara a cara esas cosas no existan, o no me importaba. Pero ahora cambió todo, ¿me entiende?, hay tanta información para tapar la tristeza o la alegría, para hacer metamorfosis y hacerla momento fugaz que ¿a quién le importa? ¿y por cuánto tiempo?. Todos registrados, resueltos a encontrarnos sin mucho esfuerzo abriendo una pestaña del Mozilla o regateando un Me Gusta (redes sociales Don Julio, le juro que podría explicárselo sin inconvenientes, pero me da vergüenza sólo plantearlo en mi cerebro. De hecho no encuentro literaria ni una de las palabras actuales. Ni una. Lea nomás ese “Me Gusta”. Y es tremendo porque hay cosas que contar con nuestro nuevo lenguaje, pero claro, yo paso. Como en tantas cosas yo paso).

Ya me está jodiendo el hecho de que se me haga tarde, ¿desde cuándo escribo con esas preocupaciones? ¿Serán los 40? ¿Le estarán saliendo los dientes de leche?

A ver si puedo ordenar esta carta un poco. Me trajo de las orejas saber que si me quedo solo vaya y pase (si pasa esta vez traiga la mano abierta para darme una bofetada). La verdad que no me imagino siendo parte de una pareja (ni siquiera una de esas que he recreado a duras penas en esas prosas de las que le hablo), no creo en la monogamia, no creo en la fidelidad (en el matrimonio sí, casi tanto como en el sarcasmo). Creo que he dejado de soñar en ese amor para empezar a creer en otros que creo profesar con cierto éxito, pero lo que más bronca me da es que a pesar de no creer en ello me gusta la idea de reflexionar sin esperanzas, y casi que voy, corrijo y cambio Gusta por Gustaba. Pero ya ve que no lo hice.

Todo va rapídisimo ahora, no se da una idea. Nuestra capacidad de concentración está en jaque, nos queda un peón daltónico frente a dos alfiles y la reina (no sé jugar al ajedrez, espero que la metáfora sea válida), quizás soy un narcisista y las cosas no están tan mal a fin de cuentas, pero siento que todo está repleto de fragmentos o secciones, todas para ser vistas, leídas o interpretadas lo más rápido posible y sin necesidad de análisis. Y también los sueños, y las musas y los miedos.

Quiero escribir una prosa poética hace meses, esa es la cuestión. Quiero creerme mi historia mientras la escribo, quiero distancia y anhelo, personajes ataviados en viajes silenciosos, que no están por buscarse Don Julio. Que están por encontrarse. Pero no puedo o no pude, y le dejo una carta más para hacerle cosquillas, un saludito, un Parisien o un tubito de mostaza alemana.




Don Rogelio


Creí que mi incursión en la Davis iba a ser un “nunca más”. Estaba convencido cuando dejaba el Arena Zagreb que se habían acabado los fanatismos deportivos en mi vida. Me dije basta entre los cientos de argentinos enardecidos en las puertas del complejo, alentando a un equipo que ya estaba en los camarines mandando mensajes a sus seres queridos por whatsapp.

Pero me parece injusto con usted Don Rogelio, porque a usted lo seguí durante años, y porque muchas de mis actitudes más ridcúlas son suyas. Levantarme a la hora del ñoqui para verlo jugar un partido de segunda ronda en Australia con algún top 200 que rogaba arañarle un set. Ir a pedir a un bar irlandés si acaso el canal 96 era posible, consumir sin necesidad una sidra con gusto a frutos rojos para verlo en Indian Wells. Pagué yo, claro. ¿Usted por qué va a pagar?. Pero espere, que además de ser un chiste ese es el final de mi tesis... No se enoje todavía y siganme un rato. La cosa es que tampoco gasté grandes sumas de dinero con traslados u hoteles, no hubo entradas de precios absurdos ni camisetas con su famosa RF. Mis desvaríos, y sobre todo la sorpresa que me sigue dando haberlos vivido, puede llevarse a un costo alto a nivel emocional. Pero así y todo considero el total de sentimientos invertidos una suma carísima. Miles de horas de nervios, alegría (hasta este tipo de sentimiento, si se quiere positivo, me parece entrar en el debe), coraje, bronca, plenitud, pena, vacío. Sentimientos que además de unilaterales, ahora encuentro incongruentes.

Así fue que llegué a Zagreb para celebrar por última vez. Ni mundiales de fútbol, ni Grand Slams, ni Olimpíadas. Nada a nivel nacional antes de la Davis. Entonces tenía que ver un evento de los que considero más pasionales en vivo. ¿Por qué?. Supongo que mejor contar primero sobre los atisbos que ya me habían dado las únicas dos situaciones (no tan pasionales) que pude ver tiempo atrás.

Rafa Nadal jugando en Barcelona contra Montañés (a él lo admiro, pero como en el River- Boca yo iba por River, acá voy por usted). Y como nunca antes había vivido en una ciudad en que se juegue un torneo importante, y me veía por primera vez con esa oportunidad, pude detectarme entre tantos fans gritando cerca mío (fila de 20 euros, asiento 34509), una señora que empalmaba el alarido de “vamos Rafa tú pueeeedes” en un punto de break en contra; otra con la camiseta con la foto de Rafa mordiendo aquel trofeo de París, señora que pagó la impresión y la camiseta blanca, que buscó la foto en internet googleando rafa-campeón-roland-garros (aunque hubiese bastado con Rafa). Y elegir alguna foto de algún Roland Garros por la que Rafa recibió el equivalente de todas las camisetas y todas la impresiones de todo Badajoz. Y las veía sufrir por cada pelota, apretar el puño, y gritarle a Rafa como si esa voz pudiese llegarle a algún lugar del alma, sitio donde imaginaba pocas vacantes pero quizás alguna, que ese “vamos Rafa” lo haga decirse, “ey, entre todos los gritos ese uno me conmueve. Hoy debo ganar por ella”.

El otro fue el Challenger de Iquique, en Chile. Llegamos para quedarnos unos días luego de un recorrido eterno en coche que acababa ahí antes de pegar la vuelta. Justo jugaba Gaudio, pedazo de sorpresa, yo ya le digo, fanatismos sí pero nunca con traslados, hoteles, y esas cosas. En fin, Gaudio era otro de los tipos por lo que sufrí en esta vida, era un verdadero fan y no le cuento la que armé cuando ganó en París... Y el azar va y me lo pone en un torneito al que incluso pude entrar con unas invitaciones. Claro, esto fue antes de Barcelona. Y ahora que en medio de este relato reflexiono y recuerdo... quizás debería haber empezado por acá, porque ahí sin dudas yo fui la señora, que sin camiseta ni foto de Roland Garros gritaba “vamos Gastón” para intentar llegarle al alma. Necesitaba que sepa que yo existía, una retribución por mi devota locura (una verdadera idiotez). Me acuerdo que se lesionó creo que contra Brezicki en cuartos o en semis. Y me dio una pena casi insoportable. “No lo puedo creer, con todo el esfuerzo que está haciendo por volver al circuito, y lo bien que viene jugando...”. Y me dije pobre Gato. Pero él no se dijo pobre flaco cuando yo me preguntaba por qué carajo vendía vaporizadores en el Norte de mi país.

Claro que no lo vi así en aquel entonces, quizás una carcoma cerebral inconsciente empezó a engullir pasión para cagar sensatez muy de a poquito, mientras de manera pasional yo seguía armando unos mates a las 7 de la mañana para pasarme todo el día viendo Wimbledon, donde llovería casi la mitad del tiempo, sin eso ser motivo de ir al parque a tomar aquellos mates, que total ahí en España es verano en esa época. Y en su vuelta al hotel usted no supo que yo por las dudas me quedé en casa, aunque al final no pudo salir a la cancha hasta el otro día... Una macana.

Seguí así con las pasiones hasta ese torneo de Rafa en Barcelona, pero creo que de cierta manera mis pasiones siempre fueron descendentes, con altibajos y cosas como Djokovic robándole demasiadas finales, o Alemania 2006 en fútbol, pero tengo pocas dudas si esas pasiones disfrazaban otras situaciones, ya le explicaré enseguida. La cosa es que así hasta la Davis, donde incluso lloré como un marrano cuando Delbonis se comió 2 metros y 11 centímetros de Karlovic con patatas. Quizás por televisión no terminaba de asumir la distancia entre fan y jugador, fan y equipo, y en esa intimidad de casa podía desesperar por una victoria. No sé bien. Sólo sé que en cada ida a presenciar un evento me fue arrebatado un porcentaje de pasión hasta ese domingo en Zagreb.

Entonces sí, ya estaba listo, tenía un resto de emociones que había que soltar.

Fui porque de paso conocer un país, con unas mujeres que para qué le cuento; y salir de la isla en que vivo por un tiempito, porque vivir en islas no sé si está tan bueno que hay que salir o si un disparate por el estilo; pasar por Barcelona y comprar unas cosas que hacían falta para el trabajo... Sí, lo pagué yo. Obvio que no pido que lo haya pagado Del Potro, quiero decir que lo pagué también por otros motivos. Ya desde el día cero en el coche que conducía Vladimir, el croata super divertido que nos alquilaba la casa, empecé a abrir el grifo de mis pasiones. Iba a dejar todo en ese fin de semana, no importaba gritarle a los jugadores para que me escuchen, importaba soltar toda la emoción por mí. Ese momento tenía que sentirme feliz por la droga que quería dejar para siempre. Pensaba en ganar o perder y expulsar la pasión correspondiente. Claro que mejor cuando ganamos, pero yo fui por mi despedida, no por la gloria nacional en sí. Mediante los gritos alevosos y los cánticos, se mezclaba la voz de la dicha con los gritos de auxilio de mis problemas personales, de mi salud y los 40, de mi laburo y de su incertidumbre. Después claro, entre la locura ya gritaba “vamos Juaaaaaaaaan”, “vamos Fedeeeeeee, vos podés, estás loco lo que estás jugandoooooo”, porque con un culo bárbaro y la picardía de mis compañeros de viaje terminamos encanutados en la fila 4. Es más, salgo en Youtube bailando como un descerebrado cuando Delpo descosió esa gran Willy que empezó a dar vuelta la serie, porque admito que la droga se apoderó de mí, la dejé y caí en las cosas que no quiero más en mi vida, el ahogo absoluto de cosas que a decir verdad no deben repercutir tanto en mis vaivenes. Lloré con el himno, ni hablar cuando ganamos, todos abrazados descompuestos de la alegría. “Ganamos, al fin la ganamos”, decían muchos. Y el equipo se acercó, ojo, señalaban a la muchedumbre albiceleste uniforme, como un revuelto de huevos y cebolla, donde se ve puro huevo y la cebolla hay que adivindarla. “Es para ustedes”, señalizaban. O sea, dedo índice hacia la copa, dedo índice hacia todos nosotros. Pero me gustó igual, sentí mi inocencia como cariñosa, reflexiva. Entendí a la perfeccion que tenía que irme cuando todo el cuerpo técnico y jugadores se encaminaban al túnel con las réplicas de la ensaladera entre sus manos. Pero no se movía nadie y se saltaba como hacía cuarenta minutos. Yo ya creía, o me atrevo a decir sabía que los gritos (por ellos o por mí, daba a esa altura lo mismo), el llanto, las noches de extenuante placer eléctrico al llegar por fin hasta la almohada, las dudas por presenciar una calidad de tenis de alto vuelo en directo (por la tele lo disfrutaba casi que más, qué quiere que le diga), la desesperación, el estomágo cerrado en cada break point, la Gran Willy... Todo se había terminado. Y no solo en esa serie final de Copa Davis. A descansar que si llegábamos tarde no encontrábamos ni jota para cenar. Pizza, al final sí que se hizo un poco tarde. Pagamos con la tarjeta de uno de los pibes porque se nos habían acabado las kunas. Et c'est fini.

No sé si puede interesarle que le cuente sobre los mundiales, o la época en que River me hacía no querer ir a la escuela por las gastadas. O las apuestas de una Coca Cola de 2 lts. por ese River y un Racing peligroso. Usted es tenista y yo estoy acá para decirle por qué no creo que la Davis fuese ese “nunca más”, que al final me parece que me despido viéndolo jugar porque lo considero más coherente. Pero le resumo sobre todo por los mundiales y en especial por un detalle de 2006, porque mi pasión por el fútbol argentino se acabó pronto con las corporaciones de las copas (Nissan Sudamericana, Toyota Libertadores, etc.), así sólo me quedó el tenis y los mundiales. Ustedes porque siempre los vi como incorruptibles a nivel deportivo (o casi, no me interesa hablar de las apuestas), los mundiales básicamente por la representación nacional que tocaba mis fibras. Así concluyo en la evolución de mis copas mundiales vividas, ya que el dolor por la eliminación hace un cambalache singular:

Italia 90, con 8 años y una vida por delante supuse la final perdida por ese penal puto como la peor de las tragedias. Luego entre Estados Unidos, el dóping del Diego, Bielsa, cuartos, octavos, los penales contra Alemania como una de las últimas grandes tristezas que recuerdo (pero a este punto ya vuelvo), ganarle a Inglaterra, el cabezazo de Ortega, y muchas cosas más, llego así otra final, esta vez en Brasil. Y otra con Alemania. Y otra perdida. Pero apagar el tele y listo. Sinceramente no sentí tristeza.

¿Por qué me acuerdo de ese momento Alemania/penales? Porque aunque ya había involucionado mi pasión futbolera, yo no estaba en un buen momento, entonces perder y tener que ir al restaurante a hacer pan como un esclavo era la muerte, con esa profesión que con el tiempo puede dejar para ser más libre, llorando como un tarado mientras el petiso (el cheff) me preguntaba si lloraba así por Argentina y yo le decía que sí. Yo lloraba por todo. Pero no tenía que llorar por el papelito que tenía Neuer entre los guantes, tenía que llorar porque el petiso no tenía la culpa, ni mi familia, ni siquiera yo. Tenía que al menos saber por qué lloraba. Tenía que saber que de haber ganado la alegría no iba a darme ninguna respueta. Como ahora sé que esa otra alegría por haber ganado la Davis me resulta exagerada y un tanto ajena. Digamos placentera y a la vez basta.

Ahora usted Don Rogelio, que ni puta idea tiene de quién soy, que viaja a países donde opera su fundación y aporta mucho a la gente con su caridad (aunque es excesivo más de dos millones por el Us Open, ¿no le parece, bueh, no me haga caso). Usted... es al único que debo ver en vivo para despedirme de mis pasiones. Y uno de mis compañeros del viaje Davis me dijo que era el objetivo de 2017, “antes de que se retire, flaco”. Me prendí en el plan porque necesitaba un remitente para esta carta (chiste, Rogelio). No sé, despedirme de mis pasiones deportivas mientras usted se va despidiendo de su prolífera carrera me pareció adecuado, y ya como está cumplida la pasión futbolera de la Davis puedo ir más tranquilo. Sin nada más que soltar, todo se fue en esa magia que logra el tenis en ese evento patriótico. Ya con muchos de los tipos que suelen ver tenis en vivo porque es de élite, aplaudiendo con respeto, sin representaciones nacionales... Poder decir de una vez basta a esa otra cara de mi moneda pasional. A usted.

No digo que esté mal que no me conozca, sería ridículo, a su vez espero que no malinterprete mis bromas sobre pagar mi cena en Basilea (o donde elijamos), o mi hotel en Zagreb. Lo que digo que está mal y por lo que digo basta es por mí. Quizás le puse razón a las emociones y eso es un pecado para las pasiones deportivas, pero no me dieron ganas de levantarme a verlo en los últimos torneos, no me dio pena Messi cuando abandonó un ratito la selección, sabía que a Del Potro no le daba lo mismo ganar ese trofeo, que era importante para dedicárselo a todos los argentinos. Pero en gran parte lo hizo por él, o por su familia, o por su ego, o lo que sea. Por toooodos nosotros será sólo un poquito, y no pasa nada. Se me apagaron las lágrimas, apreté todo el puño que pude en Croacia, y la verdad que fue una sensación engrandecedora. Y muchos me dirán que la pasión sigue ahí, que la reprimo... Qué se yo. Nunca fui a la cancha, no hice viajes para verlo a usted ni a otro (a Rafa en el metro, pero no cuenta. La T10 está tirada de precio, la T10 es la tarjeta de transporte público de Barcelona Don Rogelio), sólo sé que la pasión en algún torneo de tenis por TV o en la Copa América ya casi no aparece. Si veo un partido es porque no tengo nada mejor que hacer, y ni hablar que es imperioso que sea a una hora decente, y si gana o pierde sinceramente me chupa un huevo. Sueno resentido pero no sufro por las derrotas ni gozo con las victorias. Ya sé, en Zagreb sí. Pero no siento deseos de revivir la experiencia, qué quiere que le diga... Además aunque recuerdo con fiereza mi locura y mi fervor, no tengo ganas de repetir esas sensaciones. Encuentro la idea un tanto excesiva.

Sea lo que sea me voy despidiendo de usted Don Rogelio, ya estará enterado que pienso verlo pronto en algún torneo de su calendario. No vaya a hacer eso de abandonar en segunda ronda, o directamente no jugar y decir en conferencia de prensa que lo siente por los fans y por la organización del torneo. Me avisa eh. Si es Madrid (que es donde más cerca me queda) o Basilea (que Nacho tiene conocido allá y capaz nos salvamos del hotel), no lo tenemos claro, pero usted avise con tiempo si va tomando decisiones para ahorrar un pasaje al pepe. Que a Croacia me daba mucha curiosidad ir pero Madrid conzoco y Basilea tampoco me vuela la cabeza, no se ofenda.

Ahí ya me despido del todo, percibir el anonimato al verlo saludar con esa caballerosidad Rolex a sus aficionados, sacudir la mano si pinta, sino sonreír por haberlo visto pegar a la pelota, por haber conseguido (Dios me oiga) un lugarcito cerca de su raqueta (con picardía, no le voy a mentir, ya me imagino los precios de Suiza). Y si la pasión se apagó del todo, que un poco me temo eso, sacarme al fin la duda de si en vivo siento mejor el espectáculo (no lo sentí con Rafa ni con el Challenger, la Davis tampoco, que me refiero a lo meramente deportivo). Es que la verdad no soy de espectáculos en vivo, recitales tampoco, ya le digo, ni la cancha de fútbol, pero bueno... Lo veo y me vuelvo a la isla, sin sufrir, quizás queriendo que gane sí, pero sin que pueda adueñarse siquiera de mis nervios, lamentablemente por mis pasiones mermadas tampoco podrá adueñarse de una gran alegría.

Voy porque tengo una especie de manía por cerrar las cosas de cierta manera, o a vaces simplemente por cerralras. No sé, por poner algunos ejemplos, barnizando maderas me quedo sin barniz para una que sé que no necesito, cuando ya barnicé como 20 y sólo me queda una o dos... Entonces tengo que preparar más bicomponente, mezclar, medir. No lo puedo controlar. No puedo comer milaneas con papas fritas y que se me acaben antes las papas o la milanga, una cosa para cada bocado... Menos para la escritura, que bien me vendría ser cinturón negro en buenos finales (soy amateur como se dará cuenta). Así con usted cierro con la analogía de su carrera y de verlo por primera vez en vivo en lo que supongo será su último Madrid o su último Basilea. Ahora, si se retira en 2018 o 2019 y juega esos torneos y no fue ese que vi el último... También apunto a que no me afecte, soy más fuerte que mis obsesiones. ¿Ve lo que quiero decirle?. Quiero evolucionar en muchos aspectos... Y usted no tiene nada que ver en eso. Retírsese cuando quiera.

No quiero ni que Gaudio lea esto y se sonría, ni que usted... Bueh, que para colmo hay que traducirla a alguno de los idiomas que domina (se rió una vez del español en una entrevista de CNN). Sé muy bien que es una carta hipotética, y que quizás no la lea más que mi amigo Shimmy, que justo hoy me preguntó si la había escrito. Y yo encantado de haberla escrito por él y por mí. Y en serio era chiste que me da bronca que no sepa quienes somos, o que no me haya invitado esa sidra con gusto a jarabe. Lo voy a ver jugar porque necesitaba un remitente Don Rogelio... Jodita Rog, porque es un grande, pero cada uno tiene que seguir por su lado.


PD del 17/11/2019: Nunca lo vi en vivo al final, le dediqué el texto que años después releo y me parece más que suficiente. Se quedó sin nafta mi pasión Rogelio, le debo una...