viernes, 30 de septiembre de 2016

Paréntesis

Estos minutos empezaron con Camilo mirándome desde la alfombra con esa cara tan pero tan expresiva, empezaron conmigo en la habitación observando su felicidad a la distancia, o algo similar, porque aunque quiero creer que no sólo es feliz cuando llega Sofía, también quiero creer que su felicidad no es tan evidente como creemos. Por eso, algo similar, algo mejor. Yo reflexivo en su cola, en la envidia por carecer nosotros de una cola. Porque cuando me acerco a Sofía ella todavía me sonríe desde ese sofá viejo y agotado, pero no sé si sonríe de placer o si disfraza un tedio, porque creo que desaprendí a leerla con lucidez. Entonces estos minutos siguen conmigo yendo hacia dicha alfombra, casi propiedad privada de Camilo, donde él ha caído de golpe en una de sus tantas siestas a cualquier hora, entonces a medida que me acerco va comenzando su cola a dar topetazos contra el entramado de tela, apenas abriendo los ojos, aumentando la velocidad de esa cola como lo hacían mis pulsaciones en aquellos días en que me acercaba a Sofía cuando ella volvía un poco más tarde que yo del trabajo, cuando me acercaba porque salía de la cama únicamente para saludarla. Otra vez con Camilo, me agacho para que él alce su cabeza, siempre moviendo la cola, y después de olerme brevemente la cara me lama una de las mejillas, la izquierda. Luego, por el evidente sueño que todavía le propicia el sol de la tarde, Camilo baja la cabeza sin cerrar los ojos, al mismo tiempo desacelera la cola casi hasta dejarla inmóvil. Yo le doy un último cariño en el lomo y lo dejo tranquilo, agradecido por este gesto sincero, llevándome esa sinceridad conmigo como el parche para algún reloj.

No hay comentarios:

Publicar un comentario