A Greta muchas veces se
le hacía tarde. Rafa organizaba la cena casi sin
esperanzas de compartir esa mesa que ya preparaba despacio. Cuando era indudable la demora comía con sus
ruidos, sin prender el televisor.
Siendo casi las doce, él
chequeaba información innecesaria en su computadora, tirado en la
digestión del sofá.
La mesa marcaba con
decisión el sector que él había utilizado: Migas alrededor del
plato, cubiertos cruzados (brillantes por la salsa de los fideos),
una servilleta de papel hecha basura y el vaso con un centímetro de
vino tinto y huellas dactilares.
Enfrente de su desorden,
el sector de Greta: Los dos recipientes con repasadores como
resguardo, el plato con los cubiertos a los lados y la servilleta
abajo del vaso. Cada tanto, de reojo, él la percibía como un
holograma sentándose a la mesa.
Rafa no se sentía cómodo
con su tedio impaciente, Greta siempre había trabajado sin horarios.
Cerró la tapa de la computadora resoplando, justo cuando la llave
tronó en la cerradura.
-Amor... -dijo al verlo.
Greta desmayó su cartera
y su maletín en una de las sillas y lo besó ruidosamente en la
cabeza.
-¿Cansada? -expresó
Rafa, recibiendo el beso como un perro olvidado.
-Más o menos. Lo
importante es que quedaron todos contentos, -levantó uno de los
repasadores y soltó el “uhmm” celebrativo por la cena-. Espero
que a partir de la semana que viene se tranquilice la locura y
tengamos todos más tiempo.
Greta ni fue al baño,
por lo que Rafa imaginó que tendría una brutal mezcla de sueño y
de hambre. Apoyó la computadora en el suelo y se acercó para
hacerle compañía.
Le sirvió vino y se
acodó en la silla de enfrente, mientras ella le contaba
resumidamente su reunión y los motivos de la demora.
-Javier no terminaba
nu-nca de explicar los dibujos, los tipos ya estaban contentos, pero
como le festejaron la “calidad” de su trabajo -Greta dejó los
cubiertos para burlar las comillas-, este empezó a exponer
interminablemente el proceso de su “creación” -rehizo la burla y
luego reanudó el baile con los fideos.
-Respirá Gre... comé
despacio.
Con la boca semi llena,
ella disculpó a su velocidad.
-Están buenísimos
-tragó y agarró el dedo índice que tenía más cerca-, ¿vos? ¿qué
tal el día?
Rafa sabía que tenía
poco trabajo y que Greta también lo sabía. A su vez ambos sabían que trabajaba desde casa entre los mails o el celular, siendo casi un testigo
del tiempo capitalizado Sin embargo nunca malinterpretó esa pregunta asidua.
-Bien, lo que podía
hacer lo hice. Ah, y estuve ojeando el libro de tu amiga, anda
bien...
-¿Viste? Te va a
enganchar después, vas a ver...
-No, si ya me di cuenta
que me gusta, -contestó pestañeando despacio su sonrisa.
Greta destapó el otro
“tuppercito” y exclamó contenta: “¡Alcauciles!”. Mezcló
aceite y vinagre en un platito de café que Rafa había puesto, para
luego ordenadamente, empezar a untar y a descarnar con los dientes
las hojas más olvidables. Él observaba su ahínco, todavía
acodado, sosteniendo con la mano su cabeza.
-Mañana a la tarde si
querés vamos al cine, -sugirió Greta antes de chuparse los dedos-
yo a las tres ya estoy libre. Fin de semana y medio, me encanta...
-Sí, a no ser que tenga
mucho laburo yo, -ironizó Rafa, totalmente convencido de necesitar
las palabras que vendrían-.
-¿Otra vez Rafa?
Tranquilo, si ya sabés que es de a poco. Estás empezando casi de
nuevo.
La cara de Greta se
agitaba con la evolución de su alcaucil y Rafa se mecía por dentro
viendo la manera en que ella lo disfrutaba. Cada vez las hojas embebidas
en la vinagreta le dejaban más carne en la boca, haciendo que la
acidez del vinagre pierda el protagonismo que tuvo al principio.
-Ya sé, fue un
comentario choto... -contestó él volviendo de un tirón a su
diagnóstico laboral-.
-¡Vos sos el “choto”!
Hacía cuánto no escuchaba esa palabra.
-¿“Choto”? -preguntó
sin pensar Rafa, con la mirada perdida en el confort del dedo índice
que sostenía Greta, quien a pesar de la dificultad, se las ingeniaba
para comer el alcaucil con una sola mano.
-No, “comentario”.
-Respondió ella con la mueca burlesca de un adolescente.
-Chota.
Los dos respiraron hondo,
con la sonrisa clavada en sus ojos compañeros y testigos.
Greta ya estaba a punto
de arrancar la cúspide (ese pequeño conito) que se forma arriba
del corazón del alcaucil, del que sólo se desperdicia alguna punta
filosa y equívoca.
-Bueno, entonces vamos al
cine mañana, me encanta...
-Claro, me llamás cuando
te desocupás y nos encontramos en el centro.
-Dale, todavía está la que
queríamos ver, la que estaba basada en una historia real. Recién los martes
cambian la cartelera, ¿no?
Cerró los ojos con la
lengua dando saltos y los labios brillantes. Después apoyó el
corazón y con la mano libre agarró el cuchillo que había usado
Rafa. Cuidadosamente lo cortó a la mitad, apoyó el cuchillo al lado
de su vaso haciéndose lugar entre sus cubiertos, y con delicadeza
untó las dos mitades tomándolas del pequeño cabo. Dejó una al
borde del plato y arrimó sus dedos con la otra mitad hacia la boca
de Rafa.
-Sí, ¿no? ¿Cambia los
martes? -reformuló primero-. Abrí la boca “choto”.
-¿Me vas a dar la mitad
de un corazón de alcaucil? Ojo que eso es cosa seria -dijo él antes
de despegar apenas los labios.
Ella no contestó con palabras, retractó unos
centímetros los dedos, volvió a sonreír e inclinó la cabeza
hacia su izquierda
Los dedos retomaron el
camino y Rafa dejó entrar ese medio corazón condimentado, sintiendo
como las yemas de Greta rozaban sus dientes de abajo después de
dejarlo. Su panza se ensanchó de cosquillas, de un amor que se la banca.
-Gracias “chota”,
-dijo él mezclando cierto protocolo con una voz tibia.
-A vos por la cena -Greta
engulló su mitad y desde un timbre de voz liviano preguntó- ¿lavamos los platos mañana?
-Andá yendo a la cama
que yo los lavo en dos segundos, -dijo Rafa mientras se sentía
culpable por despertar a su dedo índice de la siesta.
-No, me quedo y te
espero, -aclaró Greta mientras le daba un tierno mordiscón al dedo
de Rafa antes de que se lo quiten.
Rafa lavaba los
platos y Greta los secaba con el repasador que antes cubrió su cena.
Si fuese esto una escena de cine, veríamos a los dos bien cerca, de
espaldas, encuadrados en el centro de la ventana que da a la calle.
Luego la cámara se alejaría hacia atrás: Está ella con la cabeza
recostada en el hombro de él, quien haciendo su mayor esfuerzo en no clavarle los huesos, ejercería su
labor apenas moviendo las manos, casi quieto.