viernes, 20 de marzo de 2020

Camila y la barba de Benjamín


Busco inspiración entre las inútiles cosas que decoran mi mesa, mis paredes, mis recuerdos y mi poco misterio, de inmediato carajeo con la cabeza para admitir que nuevamente estoy buscando donde no corresponde. Parece que va a ser otra tarde en donde mi círculo se entretiene con mis vicios.

O tal vez no.

Porque entre la maraña de cosas que (al parecer) quiero contar, se despereza una chica para abrir los brazos de la siesta y llenarla de agujeros. Ante todo aclarar que no la conozco, que de momento sólo sé su nombre y tal vez su edad. Aunque sospecho que desde ese segundo en el que vea por primera vez su rostro voy a conocerla de esta y de muchas otras vidas. Me acomodo mirando hacia una gran ventana de la sala y la empiezo a encontrar.

Noto que ella intuye la búsqueda, será que sospecha el esfuerzo de mis sentidos por hacerla perfecta. Su pequeña figura se arrima como un avioncito de papel, y ante su manera de andar por mis ideas me preparo para lo que resta de la tarde.

Es verano al parecer, todos los colores que la rodean acentúan esa tendencia envidiable y la hacen ver aún más entusiasmada con la idea de salir de mi cabeza. Aún no escribí que se llama Camila.

Pero Camila se da vuelta desde la ventana y me pregunta cómo me encuentro, inclina su cuerpo y se contesta que no estoy bien, finalmente y sin dejarme responder asevera que estoy muy triste. Mi sorpresa es tal que intento persuadirme para seguir hablando de ella, marcando una disposición de texturas que la pintan de boca grande, calculando con precisión su altura, el diámetro de sus mejillas; luego la ubico regando las plantas de un balcón enorme, a las risas, arropada por unos excéntricos pijamas violeta.

Sus brazos cruzando una protesta dejan trunca mi finta, me resigno a contestarle que estoy lo suficientemente bien y no lo suficientemente triste, dejando en claro con esto que no quiero ser hoy protagonista. Menos sin mi permiso, e invento con esas cuatro palabras un enfado como de arcilla. Creo que ella, la incoherencia y yo notamos que la situación me empieza a morder los dedos.

Perplejo la veo sentarse a mi lado, no tan perplejo la veo ordenar mi desorden y cebarse un mate, me agradece los pijamas y me pregunta cuál es su profesión. Reacio le contesto que todavía está estudiando, que le faltan dos materias pero que se quede tranquila, que ambas son fáciles de aprobar. Con una espectacular soberbia dice que es raro, ya que no sintió ningún síntoma de preocupación mientras regaba las plantas ni cuando cantaba en el balcón, detalle que yo no tuve tiempo de plantear. Sin dejarme escribir una respuesta me reta porque todavía no le contesté qué es lo que estudia. Me marean la resignación y el agotamiento, juegan ambos conmigo pasando entre ellos una pelota invisible. Le contesto que lo que ella quiera, confesando así que yo no voy a ser el chofer de esta historia.

Pienso en eso que habría estado cantando y ella dice que es exactamente lo mismo que estamos escuchando ahora. Debo de estar muy nervioso, me delata mi cara, me delatará su cara pero sobre todo me delatan estas letras. .

Me calmo con el punto aparte y le propongo orden, ella dice aceptar aunque duda de la obtención de buenos resultados.

Le suplico o la confundo poniendo más macetas en su balcón o pecas en sus cachetes, siento que mis ideas están todas manoseadas y quiero tirarme los pelos. En eso me acaricia la mano y detecto que la batalla va a ser injusta.

Camila toma las riendas de manera definitiva y comenta que extraña a mis personajes, y que aunque agradece la intención no está segura de estar a la altura ¿Por qué no me contás una historia?, me sacude mientras yo alzo las cejas.

Le contesto que quería empezar a hablar de ella justo cuando decidió invertir los roles, pero inmediatamente me suelta la mano con la rapidez que provoca un susto. Le prometo que usé lo mejor que pude mis modales analfabetos aunque Camila está sin dudas ofendida.

Empiezo la historia desesperado con el fin de obtener su perdón y disfrazar mi papelón literario:

No tengo una explicación para justificar esta decadencia, empiezo, pero al notar un ademán ofuscado cambio decadencia por falta de talento. Sé que quiero escribir una historia, sé que te presiento en ella, que te quiero ver enamorada, quizás de una chica de pelo muy largo, quizás de un hombre un poco mayor, quizás de ese árbol de la infancia, quizás de la magia de la incertidumbre, quizás de mí.

También recuerdo mis escenarios pasados, sí. Casi tan especiales como tu balcón, hasta quizás mas ricos, más amplios y más invadidos por la confianza. Los veo llenos de calles angostas y con ese asfalto húmedo que tanto te gusta llevarte a pecho. De repente te puedo ver ahí con las manos enormes, abrigadas por unos guantes colorados y una nariz que hace juego. Si querés los traigo y te los presto. Los escenarios digo, los guantes son tuyos desde que te los encontraste tirados.

Camila me mira y me pide que continúe, admitiendo que de a poco se va sintiendo en esas calles para respirar esa humedad que acá tanto escasea.

Le comento que hay días en que siento que mis personajes me esquivan, que los veo descansando de espaldas como fingiendo estar dormidos. Su mirada tiene la atención que necesito, pestañea lento y respira hasta adentro mío, intuyo una especie de conexión que de inmediato cae al piso. Despacito, casi sin hablar, me pregunta por Benjamín y por su barba.

De un segundo a otro me resulta evidente de quién se trata, con un gesto un tanto burocrático le agradezco la introducción sabiendo los riesgos de su aparición repentina.

Como no me atrevo imagino que le pongo una mano en la cara y le digo que bien sabe que no es hombre para ella, que lamentablemente sigue sin entender lo que es la cobardía, y menos aún lo bien que sabe lucirla de manera inofensiva. Que me gustaría oponerme a que ella se lo cruce de repente afeitado y sin esposa; usando orgulloso la camisa que compraron juntos, maquillada por las dos manchas de mostaza, haciendo la trigésimo cuarta promesa.

Los ojos de Camila rozan el suelo y yo equivocadamente creo que la historia se ha salvado. Cierto es que no soportaría ver como Benjamín le aprieta el corazón, aunque también es cierto que esa angustia se me presenta un tanto confusa.

Para enfriar la escena le digo que hablemos de lo que estudia, o mejor dicho, de lo que casi está por terminar de estudiar, le doy libre albedrío y quiero que elija con el alma. Ella hace una pausa y me pregunta si puede ser bióloga, lo dice casi sin mover la boca, casi sin soltar aliento. Me sacaste la idea de la cabeza, respondo con un entusiasmo sobreactuado.

Le recomiendo que vea una serie de documentales que ella dice haber visto, los enumero y ella asiente. Le propongo que sea nada más que una materia, o ninguna, nombro más documentales desesperados, comienzo a decir algo de la universidad, del calentamiento global...

Me quedo callado de una buena vez y la miro. Me consumo y la miro

La veo dirigirse a su balcón o más bien veo por primera vez su espalda, me quedo otra vez solo y desde allí sospecho que ella tararea lo mismo que estábamos escuchando hace un ratito. Aunque de a poco la música también se disipa.

Maldito el momento en que traje a la luz su ternura, ahora sostengo la calamidad toda cruda y el desamor más injusto. Presiento que estornudé sobre su amor o sobre su esperanza, justo cuando esa idea se hace palma para darme no una sino dos buenas bofetadas.

Me comienza a escocer su ausencia y la mezcla de sonidos que eso acarrea, creo que lo que llevo escrito se lo debo a ella y a sus maneras dulces de querer que yo le cuente... que la van a querer como se debe. La imagen de que no fui lo suficientemente cortés se me aparece de golpe y mi cabeza sucumbe en la mesa.

Mientras su imagen se desvanece querría correr a buscarla, no pude decirle que ella es mi personaje favorito, que aunque me carcoma la envidia lo afeitaba yo mismo a Benjamín para que sean felices por siempre, que vamos los tres a comprar de nuevo la camisa, que la manchamos o la limpiamos. No le pedí que se quede.

Ahora suena tan fácil hablar de sus pasiones, de sus ojos curiosos, de la forma en que su tono de voz se agudiza cuando termina de pronunciar una pregunta. Ahora quizás no vale la pena decir que me resulta idónea para ésta o para cualquier historia, no tiene sentido decir simplemente que metí la pata.

Un lapso de tiempo pasa de manera confusa, ni rápido ni despacio, el tiempo que demora uno en masticar, atragantarse, toser y respirar la hipocresía.

Concluyo mi historia con el personaje menos pensado, con las yemas vacías y la boca seca. Se lo ve sentado con una afeitadora en la mano, con un pomo de mostaza vacío, con dos lágrimas que se arriman y sucumben en la hoja. Mira hacia donde hace sólo unos minutos estaba el balcón de Camila, se lo ve con la mirada blandita, buscando aquellas pantuflas y los respectivos pijamas, sin importar ya de qué color sean. Busca alguna maceta o la copa de alguna de sus plantas, se lo ve alzando el cuello y entornando la tristeza para que ella lo adivine, aunque sepa desde hace dos párrafos, más bien una hoja entera, que Camila se ha ido. Que Camila ya no regresa.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Macho





Debí ser yo quien mire fijo algún poro de tu boca. O debería haber amedrentado a mis ojos entre cuatro y seis segundos antes.


Debí ser yo quien invada algún espacio telefónico, el que sin insistir inicie el andar sinuoso de la conquista. O debería ser “conquista” una palabra suicida.

Debí dar tantas veces el primer paso hacia una sonrisa, pero si entre las piedras me caía y me lastimaba fiero ¿quién me hubiese cuidado? O debería acabar de entender que ser hombre muchas veces me resultó una soberana y verdadera mierda.

Las cosas por suerte van cambiando, yo siempre tuve que fingir que alguna vez podría ser “macho”. Fingirme. La fuerza, la barba, los torsos, la violencia. Yo soy sensible y tímido carajo, no “gano por cansancio”, no encierro con los brazos, propongo o dispongo cuando me aseguro que los dos estamos de acuerdo. Quiero afinidades y un ida y vuelta imparcial, no especular más ni que especulen tanto. Quiero que la inseguridad sea cándida y sobre todo compartida. Quiero que la palabra “amabilidad” le ponga los puntos a la palabra “caballerosidad” cuando ésta se pase de lista.

Me altera que no me sea indistinta una pierna que no está depilada, tal vez no sea demasiado tarde pero también puede que haya nacido treinta años antes de la inminente libertad de los vellos del cuerpo.

Aunque tambíén me altera el hecho de nunca haber podido preguntar si me prestaban la chaqueta. Por eso, que el frío sea unisex, las lágrimas sean unisex, el vello sea unisex; que ser fuerte sea unisex, pero que si uno es más fuerte que el otro no ejerza nunca esa fuerza.

Nunca.

Ojalá que las generaciones venideras lean esto y digan “nada que ver”, que se aburran, que se rían del “dinosaurio” o que ni siquiera entiendan. 

¿Con qué bisturí extirpo de mi cerebro las innumerables escenas donde un tipo le invita silenciosamente un Martini a la chica de la mesa nueve?

Muchas veces me siento un sádico porque observo y analizo y pienso en cómo aprender o de una vez desaprender del todo. Ni hablo ni digo ni me acerco, pero tampoco me alejo me alegro ni me distraigo. Pretendo hacerlo sin el morbo envejecido del pasado, asegurándome que no escape lujuria donde no es debido. Lujuria que en libertad no sé usar por la contaminación cruzada de mis instintos, pero no sé si no sé, si no quiero o si ya no me atrevo. 

Tanto tiempo con las virtudes en estado vegetativo, con los defectos haciendo cola para poder entrar primero. Anhelo que el rechazo deje de ser tan violento, que caduquen los insistidores e insistidoras, que la naturalidad le ate los cordones a esa insistencia y le acomode el pelo detrás de la oreja. Siempre convencido de que me excedía en el respeto, vapuleado por un cóctel de opiniones propias y ajenas. Y hoy que entiendo que el respeto nunca es excesivo me esmero en erradicar la culpa de aquel chico con miedo.

Entonces que no haya más cagones ni histéricas, que todos y todas tenemos dudas que pueden irse a las manos con la paciencia. Querría que nos preguntemos si da vergüenza desnudarnos por primera vez, y que si no es mutuo uno lo abrace al otro y lo entienda.

No soy de los que planean una cita para que “no puedas resistirte”. Velas, cena, luces bajas, música, vino. Ojalá haya igualdad en las intenciones cualesquiera que éstas sean, pero sobre todo ojalá que  se note... Y al fin puedo estar orgulloso. Que se note demasiado que podés resistirte cuando quieras