Busco
inspiración entre las inútiles cosas que decoran mi mesa, mis
paredes, mis recuerdos y mi poco misterio, de inmediato carajeo con
la cabeza para admitir que nuevamente estoy buscando donde no
corresponde. Parece que va a ser otra tarde en donde mi círculo se
entretiene con mis vicios.
O
tal vez no.
Porque
entre la maraña de cosas que (al parecer) quiero contar, se
despereza una chica para abrir los brazos de la siesta y llenarla de
agujeros. Ante todo aclarar que no la conozco, que de momento sólo
sé su nombre y tal vez su edad. Aunque sospecho que desde ese
segundo en el que vea por primera vez su rostro voy a conocerla de
esta y de muchas otras vidas. Me acomodo mirando hacia una gran ventana de
la sala y la empiezo a encontrar.
Noto
que ella intuye la búsqueda, será que sospecha el esfuerzo de mis
sentidos por hacerla perfecta. Su pequeña figura se arrima como un
avioncito de papel, y ante su manera de andar por mis ideas me
preparo para lo que resta de la tarde.
Es
verano al parecer, todos los colores que la rodean acentúan esa
tendencia envidiable y la hacen ver aún más entusiasmada con la
idea de salir de mi cabeza. Aún no escribí que se llama Camila.
Pero
Camila se da vuelta desde la ventana y me pregunta cómo me
encuentro, inclina su cuerpo y se contesta que no estoy bien,
finalmente y sin dejarme responder asevera que estoy muy triste. Mi
sorpresa es tal que intento persuadirme para seguir hablando de ella,
marcando una disposición de texturas que la pintan de boca grande,
calculando con precisión su altura, el diámetro de sus mejillas;
luego la ubico regando las plantas de un balcón enorme, a las risas,
arropada por unos excéntricos pijamas violeta.
Sus
brazos cruzando una protesta dejan trunca mi finta, me resigno a
contestarle que estoy lo suficientemente bien y no lo suficientemente
triste, dejando en claro con esto que no quiero ser hoy protagonista.
Menos sin mi permiso, e invento con esas cuatro palabras un enfado
como de arcilla. Creo que ella, la incoherencia y yo notamos que la
situación me empieza a morder los dedos.
Perplejo
la veo sentarse a mi lado, no tan perplejo la veo ordenar mi desorden
y cebarse un mate, me agradece los pijamas y me pregunta cuál es su
profesión. Reacio le contesto que todavía está estudiando, que le
faltan dos materias pero que se quede tranquila, que ambas son
fáciles de aprobar. Con una espectacular soberbia dice que es raro,
ya que no sintió ningún síntoma de preocupación mientras regaba
las plantas ni cuando cantaba en el balcón, detalle que yo no tuve
tiempo de plantear. Sin dejarme escribir una respuesta me reta porque
todavía no le contesté qué es lo que estudia. Me marean la
resignación y el agotamiento, juegan ambos conmigo pasando entre
ellos una pelota invisible. Le contesto que lo que ella quiera,
confesando así que yo no voy a ser el chofer de esta historia.
Pienso
en eso que habría estado cantando y ella dice que es exactamente lo
mismo que estamos escuchando ahora. Debo de estar muy nervioso, me
delata mi cara, me delatará su cara pero sobre todo me delatan estas
letras. .
Me
calmo con el punto aparte y le propongo orden, ella dice aceptar
aunque duda de la obtención de buenos resultados.
Le
suplico o la confundo poniendo más macetas en su balcón o pecas en
sus cachetes, siento que mis ideas están todas manoseadas y quiero
tirarme los pelos. En eso me acaricia la mano y detecto que la
batalla va a ser injusta.
Camila
toma las riendas de manera definitiva y comenta que extraña a mis
personajes, y que aunque agradece la intención no está segura de
estar a la altura ¿Por qué no me contás una historia?, me sacude
mientras yo alzo las cejas.
Le
contesto que quería empezar a hablar de ella justo cuando decidió
invertir los roles, pero inmediatamente me suelta la mano con la
rapidez que provoca un susto. Le prometo que usé lo mejor que pude
mis modales analfabetos aunque Camila está sin dudas ofendida.
Empiezo
la historia desesperado con el fin de obtener su perdón y disfrazar
mi papelón literario:
No
tengo una explicación para justificar esta decadencia, empiezo, pero
al notar un ademán ofuscado cambio decadencia por falta de talento.
Sé que quiero escribir una historia, sé que te presiento en ella,
que te quiero ver enamorada, quizás de una chica de pelo muy largo,
quizás de un hombre un poco mayor, quizás de ese árbol de la
infancia, quizás de la magia de la incertidumbre, quizás de mí.
También
recuerdo mis escenarios pasados, sí. Casi tan especiales como tu
balcón, hasta quizás mas ricos, más amplios y más invadidos por
la confianza. Los veo llenos de calles angostas y con ese asfalto
húmedo que tanto te gusta llevarte a pecho. De repente te puedo ver
ahí con las manos enormes, abrigadas por unos guantes colorados y
una nariz que hace juego. Si querés los traigo y te los presto. Los
escenarios digo, los guantes son tuyos desde que te los encontraste
tirados.
Camila
me mira y me pide que continúe, admitiendo que de a poco se va
sintiendo en esas calles para respirar esa humedad que acá tanto
escasea.
Le
comento que hay días en que siento que mis personajes me esquivan,
que los veo descansando de espaldas como fingiendo estar dormidos. Su
mirada tiene la atención que necesito, pestañea lento y respira
hasta adentro mío, intuyo una especie de conexión que de inmediato
cae al piso. Despacito, casi sin hablar, me pregunta por Benjamín y
por su barba.
De
un segundo a otro me resulta evidente de quién se trata, con un
gesto un tanto burocrático le agradezco la introducción sabiendo
los riesgos de su aparición repentina.
Como no me atrevo imagino que le pongo una mano en la cara y le digo que bien sabe que no es hombre para ella, que lamentablemente sigue sin entender lo que es la cobardía, y menos aún lo bien que sabe lucirla de manera inofensiva. Que me gustaría oponerme a que ella se lo cruce de repente afeitado y sin esposa; usando orgulloso la camisa que compraron juntos, maquillada por las dos manchas de mostaza, haciendo la trigésimo cuarta promesa.
Los
ojos de Camila rozan el suelo y yo equivocadamente creo que la
historia se ha salvado. Cierto es que no soportaría ver como
Benjamín le aprieta el corazón, aunque también es cierto que esa
angustia se me presenta un tanto confusa.
Para
enfriar la escena le digo que hablemos de lo que estudia, o mejor
dicho, de lo que casi está por terminar de estudiar, le doy libre
albedrío y quiero que elija con el alma. Ella hace una pausa y me
pregunta si puede ser bióloga, lo dice casi sin mover la boca, casi
sin soltar aliento. Me sacaste la idea de la cabeza, respondo con un
entusiasmo sobreactuado.
Le
recomiendo que vea una serie de documentales que ella dice haber
visto, los enumero y ella asiente. Le propongo que sea nada más que
una materia, o ninguna, nombro más documentales desesperados,
comienzo a decir algo de la universidad, del calentamiento global...
Me
quedo callado de una buena vez y la miro. Me consumo y la miro
La
veo dirigirse a su balcón o más bien veo por primera vez su
espalda, me quedo otra vez solo y desde allí sospecho que ella
tararea lo mismo que estábamos escuchando hace un ratito. Aunque de
a poco la música también se disipa.
Maldito
el momento en que traje a la luz su ternura, ahora sostengo la
calamidad toda cruda y el desamor más injusto. Presiento que
estornudé sobre su amor o sobre su esperanza, justo cuando esa idea
se hace palma para darme no una sino dos buenas bofetadas.
Me
comienza a escocer su ausencia y la mezcla de sonidos que eso
acarrea, creo que lo que llevo escrito se lo debo a ella y a sus
maneras dulces de querer que yo le cuente... que la van a querer como
se debe. La imagen de que no fui lo suficientemente cortés se me
aparece de golpe y mi cabeza sucumbe en la mesa.
Mientras
su imagen se desvanece querría correr a buscarla, no pude decirle
que ella es mi personaje favorito, que aunque me carcoma la envidia
lo afeitaba yo mismo a Benjamín para que sean felices por siempre,
que vamos los tres a comprar de nuevo la camisa, que la manchamos o
la limpiamos. No le pedí que se quede.
Ahora
suena tan fácil hablar de sus pasiones, de sus ojos curiosos, de la
forma en que su tono de voz se agudiza cuando termina de pronunciar
una pregunta. Ahora quizás no vale la pena decir que me resulta
idónea para ésta o para cualquier historia, no tiene sentido decir
simplemente que metí la pata.
Un
lapso de tiempo pasa de manera confusa, ni rápido ni despacio, el
tiempo que demora uno en masticar, atragantarse, toser y respirar la
hipocresía.
Concluyo
mi historia con el personaje menos pensado, con las yemas vacías y
la boca seca. Se lo ve sentado con una afeitadora en la mano, con un
pomo de mostaza vacío, con dos lágrimas que se arriman y sucumben
en la hoja. Mira hacia donde hace sólo unos minutos estaba el balcón
de Camila, se lo ve con la mirada blandita, buscando aquellas
pantuflas y los respectivos pijamas, sin importar ya de qué color
sean. Busca alguna maceta o la copa de alguna de sus plantas, se lo
ve alzando el cuello y entornando la tristeza para que ella lo
adivine, aunque sepa desde hace dos párrafos, más bien una hoja
entera, que Camila se ha ido. Que Camila ya no regresa.