No me gusta un carajo
reconocer que estás por acá, deambulan comentarios que dicen haber
oído una risa nueva y chillona, y me asusto porque escucho esos
comentarios de golpe al pasar por esos lugares que hasta ahora habían
sido míos. Sospecho. Me acodo en mi muelle (mi-muelle) dejando caer
los ojos en ese mar que deberías estar mirando desde el otro lado. Y
puteo bajito con los ojos apretados porque o bien me estoy volviendo
loco o estás recién llegada para enamorarte por enésima vez
mientras yo sigo con las balizas puestas.
No, no. Nada de poesía.
Las ganas de increparte,
de zamarrear un “qué hacés acá”, de querer patalear porque yo
llegué primero, ¡yo-llegué-primero!, de romper una maceta contra
el piso, de patear una puerta... Pero todo va a quedar en estas
letras. Ya haber escrito zamarrear me arenga a pedirte disculpas, me
imagino la maceta con una planta que indefectiblemente va a morir
deshidratada y mi pierna negándose a patear porque a decir verdad
nunca ha pateado nada y entiendo que cruzaste el mar por el putísimo
azar fornicándose a Murphy mientras el Karma miraba de cerca.
Fui tu amigo que
desapareció, que se fue sin destino cierto (ergo, éste). Me fui sin
decirte nada, si total cada historia de amor que atravesaba tu vida
era de baba, pegajosa. Y yo quería que haya un hueco para mi reloj
pero me sentía queriendo cruzar una avenida con el semáforo en
verde. Y un auto, y otro, y Juan el baterista, y Sergi, y el pelotudo
que hacía malabares en la playa, y tu cuerpo inaccesible cruzando
desde el otro lado como si nada, desapareciendo a la mitad del
camino, y reapareciendo enfrente, y cruzando, y Lara la camarera del
restaurante indio, y ponete en rojo te lo pido por favor. Rojo las
pelotas y acá estoy. O acá estaba...
¿Y si me voy?
Pero me tengo que ir ya,
sin avisarle a nadie. Ni a mis amigos, ni a mi jefe, ni recuperar la
fianza de mi casa, ni llevarme a mis perros, ni vender el auto. La
puta madre que lo parió, esperá, porque lo dije en voz alta
mientras el mar seguía pensando: ¿Y por qué no traer hasta acá a
la mujer de su vida que siempre elige otras vidas?. “La puta madre
que lo parió”.
Para peor este pueblo es
un pañuelo y mañana te cruzo comprando el pan, de nada va a servir
no tener redes sociales. Enfrente del panadero voy a tener que darte
explicaciones que no te quiero dar, que cómo te vas a ir así, a
desaparecer, y seguro me agarrás la cara por los cachetes sonriendo
cada segundo pasado de tu vida. No quiero, no quiero, no quiero. Era
tu risa y era tu espalda, ni un centímetro más ni uno menos, acabás
de llegar y ya fanfarronea tu felicidad en la esquina del almacén
chino.
Ya imagino las escenas en
donde cuentes que nos conocemos de antes, y como es que yo nunca
hablé de vos, y a ustedes qué les contó, para después preguntarme
bajito cuál es mi historia... Es que te quiero. Qué dijiste, no dije
nada. Quererte es el diminutivo de estas arañas en la garganta que
tejen silencios porque no te digo un carajo, si total ya estarás con
alguien agarrada de la mano. Y te apuesto lo que sea que es mi amigo,
o que me cae mal, o que de alguna manera me cagó en algo. O me cae
bien, y me hago amigo como me hice amigo de Lara o de Sergi. Los veo
después besarte y lastimarte y viceversa, y los consuelo y te
consuelo y me río por primera vez desde que te vi hace un rato.
Ya fue, yo te veo y te lo
digo antes de que me abraces. “No me toques que tengo que decirte
algo”, así te lo voy a soltar. Pero te digo lo que tengo que
decirte y me voy. “Y si me das un tiempito me voy y no vuelvo”,
claro que no me querés dejar hablar hasta no saludarme porque
parezco un lunático pero yo insisto. Insisto en que tus manos no
vayan a tocar mi cara ni que tu risa haga de Alien en mi cerebro. Va
a ser un cuadro nefasto, voy a estar jugando a la mancha contra mí.
“Quiero que seas feliz” y salgo corriendo a vender mi auto para
llevarme a mis perros y la fianza y suena el timbre porque me
seguiste, y estás loco y a vos que te parece, pero esperá, y los
perros que mueven la cola porque el Señor no les dio ese raciocinio
que yo nunca pedí.
El muelle no me deja ir,
mis codos no quieren que atrás haya pasado el tiempo, aunque el frío
se ocupe de distraerlos. Poesía no dije. La voy a ver, no existe
otra variable, voy a pretender encontrar otro hueco entre el tránsito
de las seis de la tarde, o ni siquiera. Me gusta tanto este lugar la
puta madre, me gusta pensar en este lugar, pensar en qué voy a
comer, en mi trabajo, en mi whisky, si tengo o no tengo tabaco, a qué
hora cierra el estanco, no hay problema... llego de sobra. Recargar
la tarjeta de Correos, administrar los datos del móvil que estamos a
día nueve. Estuvo bueno el receso. Ahora buenos días, Paula, Paula,
Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, mear,
Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, comer,
Paula, Paula, Paula, Paula, Paula, cagar, Paula, trabajar como se
pueda, Paula, Paula, Paula, insomnio, Paula, Paula, Paula, Paula,
Paula.
Me zamarrean y me dan
vuelta. Si no era Paula esta era la peor historia del mundo. Me besa
sin dejarme hablar. Llora y moquea y me besa con besos rápidos y
cortos, por toda la cara me besa aggiornándome de lágrimas y de
mocos, y trata de enfocar sus ojos en los míos, después me besa con
la pasión enredada en sus manos, que apoyándose en mis cachetes
tiemblan por el cariño o por el frío.
Saco las balizas. Le
muestro este texto, esta cosa rara que escribí al verla. Le muestro
dónde lo dejé y desde dónde lo seguí mientras ella jugaba con
Pica y con Piedra. Me dice que el malabarista era un pelotudo. Se ríe
porque lo lee en el último párrafo y yo termino porque a partir de
acá es vivir con ella, el tiempo que toque, el tiempo que yo la
quiera, el tiempo que ella me quiera.