martes, 16 de junio de 2015

Sentado


Me he sentado justo detrás de la imposibilidad de nuestro cariño, me acompaña una quietud que confunde, que premoniciona un tiempo tan estirado y pegajoso como un chicle viejo.

Presencio otro amanecer que pasa fugaz por el medio de la ventana, juego a adivinar las horas, los momentos innecesarios de los demás. Quizás la silla ruge un poco entre mis cavilaciones, pero yo no puedo administrarme, y entiendo que de existir un camino yo no sabría avanzar, siendo esto casi peor que no poder moverse.

Estoy sentado en esta resistencia terca, preocupado porque lo que debería hacer para ponerme de pie, me suena como un trabalenguas checo, me revienta los ojos, me agobia. Sobre todo porque los esfuerzos más elementales buscan energías entre mi tristeza revuelta, descalza, tristeza mal condimentada, tristeza milimétrica.

No puedo alejarme de la perfección hipócrita, de la sonrisa pausada, tampoco puedo acercarme a los errores que fueron evidentes o a las lágrimas recicladas. Estoy sentado en una idealización magnética que le quita gravedad a mi cuerpo, que lo vacía. Y ahora, cuando la claridad del día se atenúa, es el dolor más rancio el que me garantiza que no debería haber tanta tragedia en la ausencia.

Mi vida en condicional se cruza y se descruza de piernas, mientras un acto reflejo me obliga a bostezar de cansancio manchado con pena. Ya la ventana me advierte que otra vez el sol se va a despedir a secas.

Ya no sé si es confortable, ya no sé si el respaldo de la silla es aquel último abrazo de eternidad y de vísceras, me da igual saber cuál de las patas desequilibra mi paciencia, porque la sensatez y la noción se empujan y se marean, porque nuestras vidas deben devolver esa que era mía, pero sin que la cuenta regresiva se reinicie cada vez que me acomodo en tu risa.

El silencio de la noche se resquebraja y empieza a temblar, ¿en qué momento llegué a este rincón tan primitivo, tan bajas calorías?. No diferencio el ruido de tus pasos con el eco de la lluvia, ni siquiera viéndola resbalar por el vidrio, ni siquiera ante el suspiro convencido.

Estoy sentado, acá sigo escondido tras tus cejas, acodado entre mi cabeza y mis rodillas. Sospecho que la lógica tiró mal la cadena, que al color del futuro se le fue el gas, que extrañarte es como un reloj de arena recostado, que las metáforas han hecho de esto otra mala poesía, que lograré estar de pie únicamente si el olvido se alimenta, si mastica despacio, si nos traga sin tanta culpa.