Buenas tardes señorita.
O buenos días. Buenas noches no creo, porque cuando la imagino
leyendo esta carta es de día. Usted se me presenta de día... Las
nubes alérgicas al viento, un solazo que no sabe evitar su ventana
para que esté contenta. De noche no creo.
Pensará que estoy loco,
pero si algo me encanta no es obligatorio que haya dos partes, y digo
encantar en el sentido mitológico. Encantar no es que me guste
mucho, es que me abra la imaginación hacia sus sabores preferidos,
hacia la música que la eleva, hacia la posibilidad de que usted esté
leyendo esto con la necesidad de unas gafas.
En fin.
Las cartas se escriben
para mandarse, o al menos son escritas ante un remitente casi
inevitable. Así, entre el juego ridículo que me planteo, voy a
padecer una evidente bipolaridad en el transcurso de estas letras: Una
personalidad asustadiza que reprime por la certeza de que usted lea
esta carta; y una personalidad obstinada que se relaja porque sabe
que las posibilidades no son remotas, sino que son trágicamente nulas.
A la parte optimista voy
a llamarla realidad, mientras que a la otra fantasía. Una ambigüedad
estúpida, ya lo sé.
Supongo que ambas partes
irán desvistiéndose de manera implícita, de a ratos sugerir que me
lee, de a ratos que no, pero sin hacer lo que estoy haciendo en este
párrafo.
Acabo de tener un cosquilleo ante el hipotético caso en donde usted y esta carta se
ven frente a frente. Fue como un empujoncito para seguir escribiendo,
y no al contrario como yo pensaba... No sé, quizás no esté tan mal
escribirle a pesar de todo. Y todo puede ser nada. A pesar de nada.
Le cuento que hace un
ratito, en el meollo de una de sus películas, casi que pasé zozobra
por el hecho de que usted exista sin viceversa. Pero no por un
fanatismo de fotos en la pared de mi cuarto, ni de persecuciones
virtuales, ni de sueños absurdos. Supongo que se trató de una tibia
desazón, como la luz de un velador, cabizbaja, apuntando de cerca hacia la
mesita de noche.
Rapidito me di cuenta que
podría imaginarme algunos de los colores que la acompañan.
De más está decirle,
¿estará de más?, bueno, le digo que si no acierto no se lo tome
usted a mal, no quisiera que los vaivenes de mi imaginación resulten
calumnias o injurias sobre su vida.
Es políglota, lo
sé porque usted nació en Barcelona, dato obtenido en la base de datos de las
películas de internet, esa juguetería de hipervínculos cinéfilos
que aloja un tobogán infinito de curiosidades (sólo quise saber
dónde había nacido y su fecha de cumpleaños, no me pregunte por
qué, y encontré linda casualidad en que usted también hable el
castellano), entonces además de las lenguas de España y de
Catalunya, está el inglés, porque una película que interpreta es
de habla inglesa, y la otra, la que estaba viendo hasta empezar esta
carta, es hablada en francés. Respecto a esta obviedad para
cualquiera ordinaria, yo reflexioné bastante, porque presiento que
debe tener un acento excitante e indefinido, deben haber palabras que
quizás pronuncie con una gracia exclusiva, mezcla de erres
francesas, de cafés en Montpellier, de estudios intensivos en
Boston, compitiendo vaya a saber con qué compañera de clase, quizás
con una chica rubia y ensombrecida que sin ser mala persona no supo
lidiar con la competencia. La niñez intachable en alguna casa de
veraneo en las afueras de Puigcerdá, entre un catalán abierto y un
castellano ambiguo, se ensambla otra vez con los exagerados modismos
orales de Chicago, y yo que mejor paro este párrafo desmedido.
Pero es que usted habla
el inglés y el francés como si no fuese una cuestión de
aprendizaje, sino de tránsito. Con respecto al castellano no lo he
oído de su boca, tampoco al catalán... Pero ir y venir entre las
hipótesis me acomoda en una zona confortable, porque a usted si
quiero la Googleo con firmeza y se acabó esta carta, al menos como
está pactada hasta ahora. Porque si me obsesiono con usted, si la
doy vuelta y le estrujo toda la información que encuentre por ahí,
si pregunto o si veo fotos de su infancia en alguna otra página de
internet, si hago todo eso y después... recién después escribo una
carta, además de un mal escritor, sería un mal poeta.
Ahora, con el poco tiempo
que pasé con usted separados por mi computadora (qué gracioso,
decir que sólo nos separaba la computadora), primero con aquella
primera vez que la vi trágicamente mutilada por un ascensor, y con
esta segunda vez, donde un aviador le roba el corazón a la hija del
pocero que interpreta (al menos hasta ahora), decido escribir esta
carta. Escribir... escribirle. Aunque me cueste debería remitirme a
escribir.
Y yo llegué a saber que
trabajaba en “La Fille du Puisatier” porque al querer ver la
ópera prima de Daniel Auteuil como director, di con usted por
transición, “¡mirá quién es!”, me dije antes de ojear su
perfil en IMDB. La otra película es más nueva que esta, pero hace
poco conseguí el film francés y ahí supe... Ay ay ay... Esto no
es escribir una carta, esto es escribirle, hablo de mí como si
sirviese de algo, como si pudiese leerla, ya sé, esto debería haber
sido un cuento. Ahora, casi a punto de releer y borrar estos últimos
párrafos, me digo que no. Que mejor hago de cuenta que es mi último
papel en blanco, como si fuese esta la época francesa aquella,
caminar esta tinta virtual sin reflexionar en la prolijidad...
Entonces, con respecto a
usted. Us-ted. Si lo que yo quiero es halagarla, no excusar mi
comportamiento. Caramba... sepa disculpar, sucede que nunca antes le
había escrito una carta a una mujer que no me conoce. Pero con la
sonrisa que la decora, ¿a quién le importa si me conoce? ¿Estará
al tanto de que su risa es injusta? Tal vez sea una percepción mía,
ya sabrá qué sucede cuando a uno le han activado la química
sentimental, la cosa es que cuando la veo reirse tengo que
entrecerrar los ojos para preguntarme si acaso a esa risa no la he
visto antes, en algún momento de mi vida en que presiento que fui
muy feliz. Y es la dificultad de lo que me genera lo que me ha
llevado a estas letras. Porque es la risa la que me prohíbe pensar
que usted no analiza que la alegría de los perros, mediante el
movimiento de la cola, no admite hipocresía; que es imposible que
usted no enjuague una taza en casa de su amiga, si ésta le ha
invitado un café con leche de avena. Es la risa la que me permite salir de la realidad para entrar
en la fantasía, alternarlas, saltar de un lugar a otro recordando la
cara que pone usted cuando abraza al aviador, tan hace un ratito,
cuando le dice que lo quiere.
No me perdí en la
tragedia de sus personajes, ¿se lo dije ya?, creo que no se lo dije,
pero es que cuando algo nos parece importante en el meollo de una
carta, sentimos que ya lo dijimos, y en la primera película en que
la vi pavada de tragedia, y en esta espero equivocarme. Pero no es
por la tristeza de sus interpretaciones que le escribo. Primero que
no la imagino sufriendo, quizás sufra de vez en cuando (y “quizás”
por ser optimista, que el sufrimiento tira piedritas en todas las
ventanas), pero sería un cobarde si ya a primeras la supongo triste,
lo menos que puedo hacer es iluminarla en letras de las que soy
dueño. Segundo, de verdad espero que no sufra. Tercero, también.
Es que la imagino una
persona blanda. Casi que debería escribir personita. Y sé que puede
ser mi proyección avasalladora... Pero es el sentido de esto. En
realidad no escribo una carta por cada señorita que veo dos veces en
la calle. Pero claro, a ellas no puedo pausarlas en el medio de su
risa. O de su cara triste a punto de un abrazo.
Pero vuelvo a su
sensibilidad... Es experimentada, ha aprendido a ser sensible, que no
es cosa fácil, y hasta me gustaría preguntarle cómo lo ha hecho, o
cómo se hace si es que existe alguna técnica. Por eso le digo, las
cosas que imagino trascienden de lo que me ha mostrado la fantasía,
y cuando digo fantasía quizás digo realidad, porque me refiero a la
actuación, porque aunque interprete esos roles con excelencia, más
que en sus papeles la veo saliendo del set de filmación abrigada
hasta la médula, preocupada por no llegar a tiempo al bar donde la
esperan para cenar, y la realidad ahora es esa. Y mire qué más le
digo... Imagino que la puede estar esperando su novio norteamericano o incluso eslovena. Lo único que le faltaría a mi realidad es
aseverar que usted no tiene pareja. Ese no es un tema mío, un
encanto, le repito, no requiere dos lados; tampoco es cosa mía esa
risa determinante que tiene cuando pide disculpas por el retraso...
Le dije antes que tal vez sólo para mí esa sonrisa sea una
injusticia, pero eso no significa que no se adueñe de otra manera de
cada persona que la haya visto reírse. Incluso el americano, incluso la eslovena, usted tiene permitido casi todo percance si pide perdón
de esa forma.
Y ya está, ¿ha visto
que no era tanto lo que tenía para decirle?.
Lo que me gusta de haber
hecho esto es saber tan poquito, las musas deberían ser todas así,
“casi imaginarias”. No del todo como las chicas bonitas que
pasean por la calle... Casi.
Tampoco me preocupa mucho
publicar este texto para que cualquiera lo lea (usted no, que no soy
tonto), quiero decir que lo voy a hacer sin que la fantasía ni la
realidad me tiren del brazo. No voy a analizar mucho, las cartas de
un devoto (o de una devota), aunque en realidad no suceda, deberían
escribirse casi sin alzar la vista. Pero como la tecnología creó
una tecla rectangular arriba a la derecha que no deja huellas, vale
la pena aclarar que llegué casi corriendo al final de este texto,
sin intenciones de corregirle muchas cosas.
En fin, yo me voy
señorita, que me ha quedado su película pausada. Usted justo abraza
a un muchacho diciéndole que lo quiere, y antes de poner la carta
en un sobre, de manera metafórica; antes de volver a lidiar con la
fantasía y con la realidad, antes de cavilar en absurdos... Empiezo
a sonreír también. Me da risa, soy un bobo... Acabo de escribirle
una carta a una muchacha famosa de manera hipotética, y me digo,
“esto se publica así”, mientras prendo el típico cigarrillo
cuando se apaga la lapicera entre los restos de la risa, y me repito
: “Esto se publica así, y de título el nombre de ella”.