sábado, 11 de abril de 2015

Àstrid Bergès-Frisbey

Buenas tardes señorita. O buenos días. Buenas noches no creo, porque cuando la imagino leyendo esta carta es de día. Usted se me presenta de día... Las nubes alérgicas al viento, un solazo que no sabe evitar su ventana para que esté contenta. De noche no creo.

Pensará que estoy loco, pero si algo me encanta no es obligatorio que haya dos partes, y digo encantar en el sentido mitológico. Encantar no es que me guste mucho, es que me abra la imaginación hacia sus sabores preferidos, hacia la música que la eleva, hacia la posibilidad de que usted esté leyendo esto con la necesidad de unas gafas.

En fin.

Las cartas se escriben para mandarse, o al menos son escritas ante un remitente casi inevitable. Así, entre el juego ridículo que me planteo, voy a padecer una evidente bipolaridad en el transcurso de estas letras: Una personalidad asustadiza que reprime por la certeza de que usted lea esta carta; y una personalidad obstinada que se relaja porque sabe que las posibilidades no son remotas, sino que son trágicamente nulas.

A la parte optimista voy a llamarla realidad, mientras que a la otra fantasía. Una ambigüedad estúpida, ya lo sé.

Supongo que ambas partes irán desvistiéndose de manera implícita, de a ratos sugerir que me lee, de a ratos que no, pero sin hacer lo que estoy haciendo en este párrafo.

Acabo de tener un cosquilleo ante el hipotético caso en donde usted y esta carta se ven frente a frente. Fue como un empujoncito para seguir escribiendo, y no al contrario como yo pensaba... No sé, quizás no esté tan mal escribirle a pesar de todo. Y todo puede ser nada. A pesar de nada.

Le cuento que hace un ratito, en el meollo de una de sus películas, casi que pasé zozobra por el hecho de que usted exista sin viceversa. Pero no por un fanatismo de fotos en la pared de mi cuarto, ni de persecuciones virtuales, ni de sueños absurdos. Supongo que se trató de una tibia desazón, como la luz de un velador, cabizbaja, apuntando de cerca hacia la mesita de noche.

Rapidito me di cuenta que podría imaginarme algunos de los colores que la acompañan.

De más está decirle, ¿estará de más?, bueno, le digo que si no acierto no se lo tome usted a mal, no quisiera que los vaivenes de mi imaginación resulten calumnias o injurias sobre su vida.

Es políglota, lo sé porque usted nació en Barcelona, dato obtenido en la base de datos de las películas de internet, esa juguetería de hipervínculos cinéfilos que aloja un tobogán infinito de curiosidades (sólo quise saber dónde había nacido y su fecha de cumpleaños, no me pregunte por qué, y encontré linda casualidad en que usted también hable el castellano), entonces además de las lenguas de España y de Catalunya, está el inglés, porque una película que interpreta es de habla inglesa, y la otra, la que estaba viendo hasta empezar esta carta, es hablada en francés. Respecto a esta obviedad para cualquiera ordinaria, yo reflexioné bastante, porque presiento que debe tener un acento excitante e indefinido, deben haber palabras que quizás pronuncie con una gracia exclusiva, mezcla de erres francesas, de cafés en Montpellier, de estudios intensivos en Boston, compitiendo vaya a saber con qué compañera de clase, quizás con una chica rubia y ensombrecida que sin ser mala persona no supo lidiar con la competencia. La niñez intachable en alguna casa de veraneo en las afueras de Puigcerdá, entre un catalán abierto y un castellano ambiguo, se ensambla otra vez con los exagerados modismos orales de Chicago, y yo que mejor paro este párrafo desmedido.

Pero es que usted habla el inglés y el francés como si no fuese una cuestión de aprendizaje, sino de tránsito. Con respecto al castellano no lo he oído de su boca, tampoco al catalán... Pero ir y venir entre las hipótesis me acomoda en una zona confortable, porque a usted si quiero la Googleo con firmeza y se acabó esta carta, al menos como está pactada hasta ahora. Porque si me obsesiono con usted, si la doy vuelta y le estrujo toda la información que encuentre por ahí, si pregunto o si veo fotos de su infancia en alguna otra página de internet, si hago todo eso y después... recién después escribo una carta, además de un mal escritor, sería un mal poeta.

Ahora, con el poco tiempo que pasé con usted separados por mi computadora (qué gracioso, decir que sólo nos separaba la computadora), primero con aquella primera vez que la vi trágicamente mutilada por un ascensor, y con esta segunda vez, donde un aviador le roba el corazón a la hija del pocero que interpreta (al menos hasta ahora), decido escribir esta carta. Escribir... escribirle. Aunque me cueste debería remitirme a escribir.

Y yo llegué a saber que trabajaba en “La Fille du Puisatier” porque al querer ver la ópera prima de Daniel Auteuil como director, di con usted por transición, “¡mirá quién es!”, me dije antes de ojear su perfil en IMDB. La otra película es más nueva que esta, pero hace poco conseguí el film francés y ahí supe... Ay ay ay... Esto no es escribir una carta, esto es escribirle, hablo de mí como si sirviese de algo, como si pudiese leerla, ya sé, esto debería haber sido un cuento. Ahora, casi a punto de releer y borrar estos últimos párrafos, me digo que no. Que mejor hago de cuenta que es mi último papel en blanco, como si fuese esta la época francesa aquella, caminar esta tinta virtual sin reflexionar en la prolijidad...

Entonces, con respecto a usted. Us-ted. Si lo que yo quiero es halagarla, no excusar mi comportamiento. Caramba... sepa disculpar, sucede que nunca antes le había escrito una carta a una mujer que no me conoce. Pero con la sonrisa que la decora, ¿a quién le importa si me conoce? ¿Estará al tanto de que su risa es injusta? Tal vez sea una percepción mía, ya sabrá qué sucede cuando a uno le han activado la química sentimental, la cosa es que cuando la veo reirse tengo que entrecerrar los ojos para preguntarme si acaso a esa risa no la he visto antes, en algún momento de mi vida en que presiento que fui muy feliz. Y es la dificultad de lo que me genera lo que me ha llevado a estas letras. Porque es la risa la que me prohíbe pensar que usted no analiza que la alegría de los perros, mediante el movimiento de la cola, no admite hipocresía; que es imposible que usted no enjuague una taza en casa de su amiga, si ésta le ha invitado un café con leche de avena. Es la risa la que me permite salir de la realidad para entrar en la fantasía, alternarlas, saltar de un lugar a otro recordando la cara que pone usted cuando abraza al aviador, tan hace un ratito, cuando le dice que lo quiere.

No me perdí en la tragedia de sus personajes, ¿se lo dije ya?, creo que no se lo dije, pero es que cuando algo nos parece importante en el meollo de una carta, sentimos que ya lo dijimos, y en la primera película en que la vi pavada de tragedia, y en esta espero equivocarme. Pero no es por la tristeza de sus interpretaciones que le escribo. Primero que no la imagino sufriendo, quizás sufra de vez en cuando (y “quizás” por ser optimista, que el sufrimiento tira piedritas en todas las ventanas), pero sería un cobarde si ya a primeras la supongo triste, lo menos que puedo hacer es iluminarla en letras de las que soy dueño. Segundo, de verdad espero que no sufra. Tercero, también.

Es que la imagino una persona blanda. Casi que debería escribir personita. Y sé que puede ser mi proyección avasalladora... Pero es el sentido de esto. En realidad no escribo una carta por cada señorita que veo dos veces en la calle. Pero claro, a ellas no puedo pausarlas en el medio de su risa. O de su cara triste a punto de un abrazo.

Pero vuelvo a su sensibilidad... Es experimentada, ha aprendido a ser sensible, que no es cosa fácil, y hasta me gustaría preguntarle cómo lo ha hecho, o cómo se hace si es que existe alguna técnica. Por eso le digo, las cosas que imagino trascienden de lo que me ha mostrado la fantasía, y cuando digo fantasía quizás digo realidad, porque me refiero a la actuación, porque aunque interprete esos roles con excelencia, más que en sus papeles la veo saliendo del set de filmación abrigada hasta la médula, preocupada por no llegar a tiempo al bar donde la esperan para cenar, y la realidad ahora es esa. Y mire qué más le digo... Imagino que la puede estar esperando su novio norteamericano o incluso eslovena. Lo único que le faltaría a mi realidad es aseverar que usted no tiene pareja. Ese no es un tema mío, un encanto, le repito, no requiere dos lados; tampoco es cosa mía esa risa determinante que tiene cuando pide disculpas por el retraso... Le dije antes que tal vez sólo para mí esa sonrisa sea una injusticia, pero eso no significa que no se adueñe de otra manera de cada persona que la haya visto reírse. Incluso el americano, incluso la eslovena, usted tiene permitido casi todo percance si pide perdón de esa forma.

Y ya está, ¿ha visto que no era tanto lo que tenía para decirle?.

Lo que me gusta de haber hecho esto es saber tan poquito, las musas deberían ser todas así, “casi imaginarias”. No del todo como las chicas bonitas que pasean por la calle... Casi.

Tampoco me preocupa mucho publicar este texto para que cualquiera lo lea (usted no, que no soy tonto), quiero decir que lo voy a hacer sin que la fantasía ni la realidad me tiren del brazo. No voy a analizar mucho, las cartas de un devoto (o de una devota), aunque en realidad no suceda, deberían escribirse casi sin alzar la vista. Pero como la tecnología creó una tecla rectangular arriba a la derecha que no deja huellas, vale la pena aclarar que llegué casi corriendo al final de este texto, sin intenciones de corregirle muchas cosas.

En fin, yo me voy señorita, que me ha quedado su película pausada. Usted justo abraza a un muchacho diciéndole que lo quiere, y antes de poner la carta en un sobre, de manera metafórica; antes de volver a lidiar con la fantasía y con la realidad, antes de cavilar en absurdos... Empiezo a sonreír también. Me da risa, soy un bobo... Acabo de escribirle una carta a una muchacha famosa de manera hipotética, y me digo, “esto se publica así”, mientras prendo el típico cigarrillo cuando se apaga la lapicera entre los restos de la risa, y me repito : “Esto se publica así, y de título el nombre de ella”.