miércoles, 5 de marzo de 2014

Acá no...

Cada beso tuyo me enerva. Agustín, esto no se hace.

Estoy de acuerdo, Leticia tal vez exageró, sé que su portazo hizo eco en tus recuerdos más peligrosos, que presentís ahora que su risa (con todos esos dientes acompañando el gesto), parece un acertijo, un río lleno de piedras.

En este momento tan terco el calor de tus labios se siente como una amenaza de incendio, es que tus dedos hacen demasiada fuerza en este dolor nuestro, en este domingo al revés. Quisiera tener manos para rozarte la cara, poseer también esa telepatía que a ustedes los envuelve y convidarte un trocito de calma.

¿Por qué habrás elegido este rincón? La luz parpadeante de esa especie de lámpara nos degrada. Fue decisión tuya empeorar el día, y yo no tuve tiempo de objetar nada, obedecí por el ardor ansioso de tus costillas, por esa inercia que siempre me obliga a acompañarte. No lo voy a negar, después de andar extraviados por el barrio la mañana entera sin que me enciendas sospeché que planeabas alguna estupidez.

“La desgracia desafía los límites de la desgracia”, querés a Leticia con las muelas porque nunca aprendiste a llorar, y se traba tu corazón cuando algo se les quiebra. Pero no imaginé que harías malabares con los fósforos justo acá. Sin embargo nos ensartamos en este asiento metálico, que del confort sólo sabe que lo envidia. Esto está mal Agustín, empezamos a ser testigos de gente ajena al mundo que hoy te castiga, gente que vuelve o que se marcha; con sus muecas dominicales, fatigadas y a la vez sin cansancio ¿Y para qué? 

Presiento que disfrutás del riesgo con mi piel ya húmeda en tu boca, pero tu cabeza va de lado a lado, no podés creer el desentendimiento de los pasajeros. Aunque claro, Leticia no les escupió esa maraña de palabras crudas, no sufren porque tenga pesadillas de gritos y bruxaciones y látigos y sangre negra... y qué mierda es todo esto ¡Ay Agustín! Nos miran con miedo, no parecen tener compasión a pesar de que farfulles palabras que si bien son ininteligibles, delatan a un amor equilibrista que padece cataratas; no sienten pena porque te rasques el pelo enredado en tu mirada que a su vez se enreda en el piso.

Le dijiste a Leticia que ibas a dar una vuelta, o “lo” dijiste, por su enojo quizás tu voz le pasó de largo. 

Nunca salís a “dar una vuelta”, menos en medio de un invierno con sobredosis de viento, si en cuanto salimos del edificio parecía que Barcelona quería trasladarse eólicamente hacia otro lado ¿Cuántas horas se habrán perdido desde que nos fuimos? Cómo iba yo a saber que escogerías esta estación para hacernos jaque mate en silencio. Te digo, si no fuese domingo ya estaríamos dándole explicaciones a un Mosso d'escuadra, pero eso está por pasar, yo sé de lo que hablo. Hago la predicción de tu comportamiento: Como para vos cualquiera puede ser un ángel de Wim Wenders, le vas a contar que el pelo de Leticia, más temprano, en un siglo sin posdatas, rozó las tazas mientras servía el café; que no sabés llorar porque nunca estuvo en los manuales de los González – Prieto, entre otras cosas. Y seguro vas a pensar que no le va a importar que estés conmigo. Si tenés suerte te va a pedir que lo acompañes, pero para mi que te esposa...y yo al suelo, mitad ceniza, mitad simbiosis de tu amargura.

El ruido que hace nuestro humo es tan seco, parecemos latir los tres como un suspiro quebrado. Se dibujan en tu frente figuras grises e hipotéticas: El abrazo de Leticia en su su versión niña cuando demanda “apretón Don González – Prieto, quiero apretón”; sus gafas oscuras, vagabundas extraviadas de la habitación; el dique de sus lágrimas. Pero todo se disipa cuando cerrás los ojos, pesados y arrepentidos...Agustín, vos también estuviste mal.

Ahí viene un empleado de la estación, ¿no te dije? Yo ya soy casi la parte amarilla, pero antes de extinguirme, mortal y efímero como siempre, quiero dejar advertido que los conozco bien. Leticia te va a buscar en dos horas en la comisaría, más enfadada que antes, sí, pero eso no importa. Además, hoy creo que vas a llorar en ese merecido asiento trasero del patrullero acurrucado contra la ventanilla; y ella va a notar lo rojo en tu mirada cuando te estén devolviendo los “efectos personales”. ¡Se quieren Agustín! No te olvides. Y soltame, que atrás del muchacho viene un policía, te lo advertí, abajo de la lámpara puede leerse: “Acá – no – se fuma”.