viernes, 7 de febrero de 2014

Anfibio

Es difícil, mostrame dónde van mis pasos, dónde pongo los pies, cuál va primero, y si no es mucha molestia decime que es verdad, que todo el conjunto es mío. No me acuerdo cómo se descifra una mirada con errores de ortografía, cómo se acentúa una caricia. No, no me hago el que no veo, es difícil ser anfibio.

En el camino te describo el río que desembocaba en algún lado, que me llevaba a los golpes. Primero perdí la puerta avejentada en la que me iba meciendo, después las llaves de la expresión, la ropa, un zapato chico, la cadenita simil plata. Y poco a poco el aire, con la respiración inquieta por no recibir nada a cambio en el descenso.

Vamos con cautela, de a poco parece que avanzamos.

Quiero convertirme en lo que aprenda de esta noche escondida. Quiero confiar en tu boca, porque si entiende que no tengo otra opción que empezar de nuevo quizás me alise la piel, quizás me roce la frente. Puedo ponerte un saco y que parezca un abrazo, molestar a tu pelo, contarte este cuento. Esclarecer por qué la gente llora, aprender que con tus pies no hay que meterse, que el sol te seca tantas cosas. Sí, claro. Sin olvidar que el protocolo es una idiotez de juguete.

Si el tiempo puede poseerse, si el futuro no te amedrenta, te prometo que no te hago más promesas.

Te hablo. Un día el río estuvo a punto de darme otra puerta, otro zapato, o una rama sujetada a las raíces de tus canas venideras.

Estoy casi seguro, puedo salvarme, puedo hablar sin obligarte a mirar por la cerradura, puedo ser sincero. Un minuto dame, sé que dejé mis miedos por acá cerca, tanto como sé que no alcanza con tocar mis bolsillos y dar vueltas. Si esta vez los encuentro los detallo en ese pizarrón gigante que hay en tu pieza. Ya sé, prometí no hacerte promesas.

Debería relatar mal este verso con la franqueza como media res, desde el río hasta el fondo de mi caja hueca: Siempre-quise-mal.

Al poco tiempo las estrellas y el olor a tierra me distienden, te cuento entonces sobre el acecho de una pesadilla, no sin antes pedirte perdón por la rima: Ibas sollozando en una silla, a flote por ese mismo río, con los pies ahogados hasta la mitad de tus piernas. Yo te veía venir, pasar y alejarte a contramano en el vaivén de la corriente. Tu dirección era perversa y absurda, en pronunciada subida, con la fiereza del agua salpicando tu falda. La imagen delineaba un círculo, pasabas muchísimas veces, sentadita con postura de castigo, ¡qué tenaz fue el ahogo, el desconocer por qué no me veías! En cada repetición pasabas-muy-cerca, y yo con tu nombre, gritando sin que mi voz se dé cuenta. Otra vez, y otra...


Sigo al lado tuyo, al principio, al final. Nuestros hombros se pegotean, me repetís que sí, que esos son mis pasos, un pie primero, cuidado, después el otro. Me mirás por última vez con una intachable caricia de incógnita. Se disuelven nuestros brazos, nos sorprende la vera del río. El agua de nuevo... miro el agua, te miro, miro el agua, te miro, al final entro sin que me importe la palabra “fría”. El torrente se impacientaba, preciso. Ya te habías ido cuando a lo lejos entendí que sólo podía saludarte, pero por las dudas agité con suavidad una mano, que al poco tiempo bajó derrotada. Ni puerta, ni rama, ni llaves, me fui esta vez desarmado, mitad flotando, mitad vacío.