Días, que sin darse cuenta acumulan
meses, que poco a poco se agrupan y levantan armas.
Te sigo ofreciendo mi mente fatigada, hay
una trenza un tanto cursi en mi nuca, trenza que de haberse forjado bajo el odio
sería tal vez menos patética.
No sé desde dónde se me impone esta
suerte de círculo, esta renovada voluntad para que me expliques desde la
almohada los motivos, otros motivos sensatos por los cuales no fue posible
quererte.
Porque no-fue-posible, y los días y
los meses, rara vez lo recuerdan.
Una señora pasea por la playa
recogiendo basura (no reciclable), un niño no asimila que la arena juguestible es infinita y casi se
desmorona de la alegría, las nubes trepan desde el mar con la ilusión de llegar
al sol. Y aunque yo estoy solo, por suerte hay mucha gente alrededor que parece
contenta.
Así tu risa aparece como una foto, sin
el ruido de esa risa ni los movimientos de tu cuerpo. Yo me pregunto de golpe
si aparecés al menos una vez por día…De inmediato lo confirmo y siento un poco
de miedo, sin susto, (el cual suele ser repentino). El miedo de no haberte
sabido olvidar repta, es como una serpiente invisible que no me quiere contar lo
que planea.
Hace mucho que no hablo de vos, caducó
el desamor que sangra, tampoco espero a que me escribas, desapareció el pesar físico y suelo olvidar que no estás cerca. Pero no me desconcierto ni pretendo mentirme
con esa enumeración, ya no me anega una ficticia realidad, al parecer sos una
especie de proveedor simpático que sabe cobrar sin que lo muerdan.
Soy entonces dueño de un cierto orden
racional, sé que no me cruzo por tu cabeza ni una vez por ómnibus, que no
recreo escenarios absurdos donde me extrañes, que no me desvelo por vos. Pero de todas formas me desvelo. Me parece que la trenza es siniestra y a la vez prolija.
Alejo mi pulso del texto y alzo la
vista, el niño sigue jugando y yo lo observo con ojos dañados por la adultez,
quiero explicarle el concepto de inacababilidad en una metáfora evidente y ridícula.
Tus besos no se presentan ni ácidos ni
insoportables, tus manos ni cándidas ni peligrosas, tu piel no es diferente de
otra piel, hasta podría parecerse a la mía. Quizás la trenza se asemeja un poco
al agua, sin olor, sabor, ni color, aunque traducida en gotas sea capaz de
agujerear hasta la niebla.
La claridad con la que se me presentan
estas ideas es tremenda, pero se le cuela la sensación de que escribo con la
posibilidad de que lo leas y me hace reír. Río en serio, imagino tu lógica sorpresa,
“pero… no, cómo”. “Sí, es para vos”.
No me importa a quién tenés escuchando
una historia sobre tu perro, que compraste, o tal vez adoptaste. O quién pueda
estar a tu lado con la respiración acompasada, da igual que estés frágil por un
problema nimio sin encontrar paz en la siesta, a quién le acaricies la espalda
agradecida por que haya nacido un día, resoplando el problema mientras sos testigo de su descanso. La imagen no es inverosímil, asimismo puedo apreciar el alivio en
la caricia sin que me duela. Esa es tu posible armonía de hoy o de ayer, nada
tiene que ver conmigo, yo poseo la trenza y esta presión inconsistente bajo la
tinta de mi mano, y esa presión nada-tiene-que-ver con el perfume de tu amante
en la cama.
Fue la vertiginosidad, no pude barajar
las diferentes maneras de querer en serio, hubo un solo escalón entre un abrazo
de bienvenida y entre una confusa sugerencia para que no vuelva.
Así la trenza mantiene la calma, a
pesar del ruido que hizo la puerta, porque al estar tan convencido de que nunca
movimos el mundo hacia el mismo lado no siento rencor. No tuve dudas que
desoldar ni conclusiones rastreras; mi enojo no nació del desamor sino de los
cientos de frascos de mermelada que me sobraron, todos con sabor a poco tiempo.
Pero como no es posible prestar una
trenza, ni sentir la tensión del cuero cabelludo cuando se forja, imagino que
puede haber otra trenza en una nuca impensada. No fuiste culpable, no hubo
malicia, pero-el-que-no-te-quieran se
siente cómodo donde está, los días lo saben y los meses lo cuentan.